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Las obreras de la ciencia que a veces verás en el cine

Figuras ocultas

Lucía Lijtmaer

La historia parece ficción, por lo que ha sido transformada en ficción. Tres mujeres afroamericanas, durante la década de los sesenta, actuaron como supercalculadoras humanas para ganar la carrera espacial a la URSS. Como historia de ficción, Figuras ocultas, ha generado mucho interés. La historia, protagonizada por Taraji P. Henson Octavia Spencer y Janelle Monáe, contiene la mezcla necesaria de heroísmo y contexto histórico para incluso haber llegado a los Oscar, aunque finalmente se quedaran sin galardón.

Pero su historia es real. Figuras ocultas se basa en el libro del mismo nombre, escrito por Margot Lee Shetterly, que desentraña la olvidada historia de las matemáticas Dorothy Vaughan, Mary Jackson, Katherine Johnson y Christine Darden que, como trabajadoras de la NASA, ayudaron a poner en órbita al astronauta John Glenn.

El título resulta adecuado. Sirve, además, para definir a una serie de estudios que buscan traer a la luz la más que oscurecida tarea de las mujeres científicas a lo largo de la historia reciente (y no tan reciente).

Ese es el caso de El universo de cristal, de la divulgadora científica Dava Sobel, que ahora publica Capitan Swing. Sobel trata la desconocida historia de las mujeres del observatorio Harvard, que a finales del siglo XIX, trabajaron como astrónomas y participaron -cuando no fueron los principales motores- en los descubrimientos estelares.

La obra de Sobel incide, como la de Shetterly, en el papel femenino en la ciencia, siempre relegado a un segundo puesto y cruzado, necesariamente por la precariedad. La invención de la astrofotografía a mediados del siglo XIX posibilitó ver y descubrir millares de astros que hasta entonces eran invisibles. Con esa nueva realidad, llegó la necesidad de mano de obra barata que pudiera interpretar y clasificar la ingente cantidad de mapas, placas y fotografías espaciales.

Es necesario poner énfasis en “mano de obra barata”. El libro de Sobel trae al primer plano a estas obreras del cálculo y la matemática que, por la mitad de salario que sus compañeros hombres, realizaron tareas cartográficas indispensables para el avance de la astronomía. En la mayoría de ocasiones, solamente pudieron llegar a esos trabajos gracias a la proliferación de instituciones como la liga Seven Sisters, una asociación de facultades que apoyaron la incorporación de mujeres a las universidades, al principio dotando de material, salarios complementarios para frenar la precariedad, y más adelante becas científicas.

El universo de cristal llega acompañado de otras obras que descubren la importancia de las mujeres en el hecho científico, ya no únicamente como sujetos. Si la sociología de la ciencia feminista quería arrojar luz sobre cómo la historia de la medicina y la medicalización habían afectado a las mujeres -entre las que destaca, por ejemplo, el ejemplar trabajo Por tu propio bien de Barbara Ehrenreich y Deirdre English- son ahora las científicas las que llegan a través de los libros para recuperar el rigor histórico.

Las protagonistas de la historia de la ciencia

En España, Sabias, la cara oculta de la ciencia, de Adela Muñoz Páez, cuenta la historia de algunas de las mujeres que han hecho contribuciones relevantes en la ciencia. Paralelamente, hace entender por qué fueron tan escasas y hoy son tan desconocidas.

A través de la recuperación de la abadesa y científica Hildegarda de Bingen, Dorothy Hodking-Crawfoot, la cristalógrafa descubridora de la estructura de la penicilina y de la insulina, u Olivia Sabuco, autora de un tratado médico y filosófico que le fue usurpado con posterioridad, Muñoz Páez traza una obra subversiva en la acumulación de didactismo y descubrimiento.

El espacio de las mujeres en ciencia ha sido inferior porque se les ha prohibido el acceso a la educación superior, en algunos casos, hasta bien entrado el siglo XX. Y además, cuando se ha permitido, ha quedado igualmente silenciado, ya sea por el estigma propio del momento -las mujeres que estudian son peligrosas- o por mero designio político. La llegada de la Guerra Civil, como argumenta Muñoz Páez, truncó la carrera científica de multitud de prometedoras estudiosas.

Y para muestra del silencio, la cantidad de libros que ahora florecen y dan cuenta de todo lo que no conocíamos: Chrysalis de Kim Todd cuenta la fascinante historia de Maria Sybilla Meriam, la fundadora de la entomología moderna... en el siglo XVII, Dorothy Hodgkin: A life, la biografía de la química y ganadora del Nobel, y Rise of the Rocket Girls, de Nathalia Holt, trata toda la historia de la carrera espacial estadounidense a través de sus trabajadoras, y se ha convertido en un best seller en Estados Unidos.

Rise of the Rocket Girls, como Figuras ocultas, puede estar destinado a convertirse en una película. Aunque hay que tener cuidado en lo que a discurso científico en el cine contemporáneo. Y si no, recordemos qué pasó con The Imitation Game, la película que narra la vida de Alan Turing y la historia de Enigma, el código secreto alemán que descifró. Turing no lo hizo solo: entre las 9.000 personas que trabajaron en esa criptoguerra, 6.600 eran mujeres. Solamente la matemática Joan Clarke merece el honor de estar en la película. ¿El resto? Figuras ocultas.

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