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Cuando las historias son demasiado buenas para ser verdad

José Cervera

Es una de esas historias que se escriben solas, sobre todo en estos tiempos de crisis y de gente que lo pasa mal. Tres miembros de una familia en Alcalá de Guadaira mueren de repente tras una noche de enfermedad iniciada después de la cena, y resulta que se trata de una familia en mala situación económica que iba tirando como buenamente podía. La primera sospecha es que se alimentaban de comida caducada o a punto de caducar que les regalaban o vendían a bajo precio comercios locales para echarles una mano. El ‘recado’ está implícito, pero inmediatamente se hace explícito en las redes e incluso en la política: la crisis mata, literalmente. Hay sesudos análisis, preocupados editoriales y políticos que gravemente denuncian la intolerable situación.

Y, sin embargo, todos ellos se han adelantado a los acontecimientos, porque aún no se conocen las causas de las muertes. Unos días más tarde salta la sorpresa: los expertos descartan que se trate de una intoxicación alimentaria y se inclinan por un envenenamiento químico con una sustancia todavía desconocida. Los familiares de las víctimas, que habían declarado que era falso que se alimentaran con comida sospechosa, se ven reivindicados. El mensaje político de las muertes se desvanece. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué España entera ha creído durante una semana este triste cuento prenavideño? ¿Hemos olvidado los periodistas las reglas básicas de nuestro oficio?

Quizá los medios hayamos seguido en este caso el viejo y cínico principio de ‘Nunca dejes que la realidad te estropee un buen titular’. En buena parte porque con la mala situación económica de la prensa es demasiado habitual llevar a portada noticias de agencia directamente, sin ninguna comprobación o ampliación independiente. Y porque el mismo origen de la noticia contenía la clave: en el teletipo de EFE que primero comunicó el suceso contiene esta frase: “Fuentes de la investigación han apuntado que los afectados vivían de la recogida de cartones y se alimentaban de comida caducada que les regalaban”. Parece ser el principio del error.

De hecho, la frase genera 1.920 resultados cuando se busca textualmente en Google, lo que indica la extensión del cortapega literal al que los medios se han acostumbrado. No sólo eso; el texto, tal cual, vuelve a aparecer en subsiguientes informaciones basadas en teletipos de EFE que amplían la información inicial del 14 de diciembre, lo que contribuye a extender la especie. El hecho falso sobre la alimentación de la familia afectada se origina aquí.

Sin embargo, cuando las informaciones son realizadas por periodistas propios, el posible consumo de comida caducada queda mucho más matizado y las posibles causas de la intoxicación permanecen abiertas y son varias. En eldiario.es, por ejemplo, la noticia, publicada el 17/12/2013 y firmada por Juan Miguel Baquero, que traslada las declaraciones de la consejera de Salud, Igualdad y Políticas Sociales de la Junta de Andalucía, María José Sánchez Rubio, es mucho menos tajante a la hora de achacar el suceso a comida caducada. Para entonces EFE enviaba teletipos donde subrayaba las diferentes posibilidades abiertas para la investigación, quitando importancia al mensaje inicial.

Pero desde el principio el tema, con su sencillo mensaje moral, se había convertido en materia de discusión política como símbolo del efecto de los recortes y de la crisis en general en la población más vulnerable. Generando incluso movilizaciones vecinales y protestas, y el consiguiente toma y daca de ataques y contraataques partidistas. La interpretación más simple, a partir de datos que resultaron falsos, incendió las redes sociales y se propagó con rapidez. Los intentos de los medios con información propia y de las cabezas más serenas por recomendar prudencia no sirvieron para evitar conclusiones que, obviamente, eran apresuradas.

A veces surgen historias que parecen demasiado buenas para ser verdad. Los errores ajenos, la falta de información propia y el endiablado ritmo del ciclo informativo al que los medios se someten conspiran para que se distribuyan informaciones insuficientemente comprobadas. La paciencia y la prudencia, virtudes demasiado lentas para la velocidad del discurso público actual, se arrojan por la borda, y damos pábulo a narraciones que tienen la moraleja correcta, pero están basadas en hechos truchos.

Para evitar errores de este tipo, hay que templar la información, desarrollando tanto la capacidad crítica como la habilidad de investigar con criterios y personal propio las historias antes de lanzarlas. En el actual panorama de la prensa no es fácil que haya medios para hacer esto, así que sólo se puede cultivar el sentido crítico y, tal vez, intentar separar la agenda informativa de la hipervelocidad turboalimentada por las redes sociales para poder añadir un plus de comprobación, análisis y sentido común a las historias. Porque cuando parecen demasiado buenas para ser verdad, es probable que resulten no serlo.

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