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Despertarse con golpes, dormirse con moratones: así viví el desalojo policial de un campamento de migrantes en Serbia

Imagen del desalojo de la fábrica abandonada el pasado 20 de febrero.

Sofía Caamaño

Las apuradas llamadas telefónicas rompieron la tranquilidad del amanecer en la localidad serbia de Šid la mañana del miércoles. La Policía decidió desalojar la fábrica abandonada en la que malvivían alrededor de 80 migrantes afganos. Los pasos acelerados de los voluntarios de la ONG No Name Kitchen (NNK) se fueron contagiando con el eco del alboroto procedente de la comisaría de este pequeño pueblo fronterizo con Croacia.

Desde la acera de enfrente se veían decenas de personas confusas que se acumulaban en un pequeño recinto esperando su turno para ser enviados, contra su voluntad, al campo oficial de la localidad. Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de allí, en la fábrica abandonada donde vivían los migrantes, un grupo de trabajadores indiferentes amontonaba todas las tiendas de campaña, mantas y objetos personales de los migrantes en tanques cuyo destino final sería el vertedero.

Šid se ha convertido en el epicentro de pequeñas organizaciones y voluntarios independientes que tratan de mejorar las condiciones de vida de las personas que se encuentran bloqueadas en la frontera entre Serbia y Croacia, país de la UE adonde los migrantes tratan de cruzar, muchos de ellos para solicitar asilo. Son frecuentes las denuncias de devoluciones sumarias por parte de las autoridades húngaras y croatas en una ruta migratoria donde la violencia y malos tratos de la Policía son habituales. Los que se acumulan en este pueblo fronterizo en su intento de continuar su viaje a otros países europeos sobreviven en condiciones muy precarias en bosques de la zona o entre las ruinas de esta fábrica ahora desalojada.

La labor de los trabajadores que retiraban sus pertenencias fue interrumpida por las voluntarias de la organización que, para salvaguardar todas las donaciones internacionales que estaban perdiendo, empezaron a recolectar, apuradas, todo el material posible. Fue en ese momento cuando el ruido de las ruedas del furgón policial adentrándose en la fábrica se intensificó hasta ser el único sonido perceptible. Sin explicación alguna y de forma forzosa, los agentes serbios nos quitaron los teléfonos móviles y nos obligaron a todas las personas allí presentes a entrar dentro del vehículo.

Horas retenidos sin explicaciones

En la comisaría, nos encontramos con el resto de voluntarios que también habían sido arrestados sin que nadie les hubiera especificado la razón. Al entrar en la sala, la tensión se percibió como un golpe seco, frío. Una de las chicas de NNK estaba esposada y, entre susurros, contó que varios policías la habían tirado al suelo y arrastrado por el pelo, y que también la habían tocado sexualmente.

Las horas pasaban lentas en la pequeña oficina del cuartel de Policía de Šid. Los minutos se hacen más largos cuando no te permiten comer, beber ni saber realmente la razón por la que tienes que estar allí. Con las agujas del reloj avanzaba el movimiento en la cola de migrantes que esperaban afuera su turno para ser realojados en contra de su voluntad. El cansancio de los cuerpos se podía percibir desde las estrechas rendijas de la ventana.

Las conversaciones en pastún a lo lejos se mezclaban con las protestas dentro del edificio. La Policía serbia insistía de forma punzante en la necesidad de desnudarnos a las chicas por, según ellos, motivos de seguridad que nunca se justificaron. Nos quitamos una por una los pantalones, el jersey y la camiseta en una habitación apartada hasta quedarnos en ropa interior delante de dos mujeres serbias que, dos segundos después, nos mandaron vestirnos otra vez.

Fuimos siete mujeres las que pasamos por este frío cuarto. A nuestro único compañero hombre no lo hicieron desnudarse. Después, varios policías se amontonaron en la puerta de la habitación donde esperábamos explicaciones y comenzaron a hablar en serbio y a reír. Una de las voluntarias que conoce el idioma nos explicó su chiste sin gracia: “Mirad cuántas mujeres tenéis para escoger hoy”. 

Organizaciones como Human Rights Watch han alertado del entorno “hostil” que se encuentran quienes defienden los derechos humanos en Serbia. El relator de la ONU Michel Forst ha alertado de la creciente criminalización y persecución que sufren quienes centran su labor en apoyar a migrantes y refugiados en todo el mundo, también en Europa. 

Malvivir en 'la Jungla'

Las provocaciones hacia los voluntarios por parte de los agentes se prolongaron durante una mañana más larga de lo habitual. Después de más de cinco horas esperando una explicación que nunca llegó, los voluntarios de No Name Kitchen pudieron volver a casa, pero los migrantes no. 

La fábrica abandonada en la que esperaban todas las noches su suerte para conseguir cruzar la frontera croata y llegar a la Unión Europea ya no es un lugar seguro para ellos. Muchos de sus objetos personales y las tiendas de campaña en las que se refugiaban del frío invierno serbio están ahora en un vertedero a las afueras de la ciudad.

Ahora, después del desalojo de la fábrica, los migrantes malviven en lo que ellos llaman 'la jungla', un espacio lleno de maleza en el que tratan de esconderse de la Policía. Aunque les obligaron a registrarse en un campo oficial, muchos se marcharon horas después porque no quieren estar en un lugar donde se sienten aislados y limitados. 

El día había comenzado con pasos rápidos, pero por la noche los pies se ralentizan. Un pequeño parque de la ciudad alumbrado por la luz de una luna llena escondida tras los árboles se convierte de forma improvisada en punto de encuentro de voluntarios y migrantes, que les enseñaban las secuelas de la violencia policial sufrida durante el desalojo. Comparten abrazos y miradas con la esperanza de que el cansancio se esfume y la normalidad se recupere.

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