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Refugiados saharauis, ante la crisis diplomática entre España y Marruecos: “Nos sentimos abandonados”

Monina, refugiada saharaui que vive en España desde hace casi diez años.

Gabriela Sánchez

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Mientras la tensión entre España y Marruecos crecía y todos los ojos se dirigían a la frontera de Ceuta o a un hospital de Logroño, Hafed se sentía solo en medio del desierto, repitiéndose las mismas preguntas sin respuesta. Cuando la crisis diplomática elevaba el tono, Jadi leía el periódico decepcionada en busca de una actuación del Gobierno español más contundente sobre la autodeterminación de su pueblo, el Sáhara Occidental: “Nos sentimos abandonados”, dice.

En el trasfondo de la crisis entre las autoridades españolas y marroquíes, están los refugiados saharauis. Entre ellos se encuentran Hafed, Jadi o Monina, ciudadanos saharauis con una fuerte vinculación con España, tras haber pasado sus vacaciones de verano, haber cursado sus estudios o incluso haber nacido en el país que, según la ONU, sigue siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental. Se sienten decepcionados.

Desde la hamada argelina, el lugar a donde la ocupación marroquí empujó a sus padres hace 45 años, Hafed describe la difícil vida del desierto. El joven, de 30 años, ha nacido y crecido en los campamentos de refugiados, aunque pasó cinco veranos en España gracias al programa de Vacaciones en Paz y cursó sus estudios universitarios de Lenguas Extranjeras en Argel. “Cuando solo conoces esto, quizá te puede parecer aceptable o incluso el lugar más maravilloso del  mundo, pero cuando viajas y regresas te das cuenta del desastre del que te han hecho formar parte”.

“Mi madre vivió en el Sáhara Occidental y tuvo que huir por la ocupación, pero yo, como tantos otros, he nacido en los campamentos. Este es el lugar en el siempre he estado y te llaman refugiado y me pregunto: ”¿Por qué yo? ¿por qué me ha tocado a mí? Siempre vivo con esa necesidad de responder, pero no soy capaz“, reflexiona. ”No es una situación temporal. Tienes que enfrentar el siroco, la lluvia, este calor y dices: ¿por qué yo tengo que aguantar eso? ¿por qué me tienen que llamar refugiado? ¿por qué no puedo regresar a mi tierra?“. 

El eco de tantas preguntas sin respuesta retumbaba en los estudios de la Radio Nacional de la República Árabe Saharaui Democrática, donde Hafed trabaja, cuando se informaba sobre la crisis diplomática surgida entre España y Marruecos tras la acogida del presidente del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño para ser tratado de COVID-19.

“Nos da mucha pena. Veo a seres humanos como nosotros. Pobres e inocentes, el Gobierno marroquí juega con ellos como si no fuesen nada, como ha jugado con nosotros. Me da pena que después de que Marruecos haya utilizado a seres humanos. El Gobierno de España, en vez de apretar de verdad, ha intentado complacer al Gobierno marroquí. Sigue teniendo mucho cuidado de no molestarte. No le encuentro ninguna lógica”, dice desde el campamento de Smara. 

Hafed agradece, en un perfecto español, los distintos veranos que pasó en Castilla-La Mancha, siempre con la misma familia, pero habla con gran indignación del Gobierno español. “Estamos abandonados. Mi madre tiene DNI español. El Gobierno ha abandonado  a los españoles, a una excolonia española de la que sigue siendo potencia administradora. España debería moverse para mejorar nuestra situación”. 

“A veces no puedes ni respirar”

El día a día de Hafed continúa en un lugar donde nunca parece pasar nada, donde la vida se construye en torno a la espera. En los campamentos, para regresar a una tierra que nunca ha pisado. Entre sus jaimas y casas de adobe, dice, mirar hacia el futuro podría llegar a ser esperanzador, pero transcurridas las décadas las ilusiones flaquean: “Cuando tenía 15 años, mi madre me decía que tenía que estudiar para volver preparado a un Sáhara libre. Yo lo hacía ilusionado, para tener un futuro, pero hoy me parece una pérdida de tiempo. Hoy tengo 30 años, y nada ha cambiado. Ni sé qué decirle a mis sobrinos”, explica el refugiado, enumerando todos esas reflexiones que, según evidencia por la construcción de su discurso, suele tener a menudo en su cabeza. “Ahora mismo estamos a 50 grados. Ya no sé qué es la esperanza, qué más nos va a exigir el mundo: ¿Quieren que pasemos toda la vida así? Se juntan todos los sentimientos, rabia, coraje... por eso ahora me desahogo. Porque si no, a veces no puedes ni respirar”.

Jadi se siente afortunada porque, dice, ella se ha podido mover y vivir durante largas temporadas fuera de los campamentos de refugiados. Nació en las Islas Canarias, adonde su madre se tuvo que desplazar para dar a luz debido a sus problemas de salud. Allí vivió durante cerca de diez años, cuando regresó a Tindouf, donde se encuentra la sede de la República Árabe Saharaui Democrática en el exilio. Si vivían allí, dice, es porque los ataques de asma de su hermano complicaban su estancia en los campamentos, debido a las fuertes tormentas de arena. Sus dos progenitores han trabajado toda la vida en altos cargos del gobierno, lo que le ha permitido tener más oportunidades.

La joven saharaui responde al teléfono desde los campamentos, donde actualmente pasa temporadas con su familia y dedica sus horas a hacer actividades de voluntariado. “Los saharauis cada vez estamos más olvidados”, dice la joven. “Nos sentimos abandonados. Si no fuera por eso, no estaríamos hablando del Sáhara. El pueblo saharaui se siente decepcionado, porque sigue siendo una colonia española, porque supuestamente éramos como una familia para los españoles. Ahora, aunque hay una red asociativa que nos apoya, muchos ni nos saben colocar en el mapa”.

“El Sáhara sigue siendo algo oculto”

A la joven le duele el desconocimiento que reina en España sobre su tierra: “Yo estoy en un país, que supuestamente era mi país, y le digo a alguien que soy del Sáhara Occidental y generalmente no saben qué es. Esto es consecuencia de que apenas se habla en la Historia de España. Sigue siendo algo oculto”.

En Madrid, Monina va a cada una de las manifestaciones convocadas en defensa del pueblo saharaui. La refugiada, de 20 años, ha vivido en España los últimos ocho años, aunque ya había pasado varios veranos en la capital. “Mi familia española habló con mi madre para ofrecerle la posibilidad de que me quedase a estudiar. Mi madre saharaui aceptó para darme un futuro mejor”, dice la joven, quien ha formado parte del proyecto Madrassa. Al contrario que Vacaciones en Paz, este programa consiste en que niños saharuis estudien en España y vuelvan a los campamentos durante las vacaciones. 

Madrassa también convoca reuniones cada mes –durante la pandemia se realiza cada semana de manera on line– con distintos niños saharauis acogidos en España, en las que dan clases de árabe para evitar que los pequeños olviden su lengua y mantener el contacto con su país de origen. “Mis primeros años en España, cuando veía todo nuevo y apenas hablaba español, me venía muy bien. Yo me ponía muy nerviosa y creía que era la única, pero con estos encuentros conocía a saharauis con las mismas preocupaciones que yo y todo era más fácil”, recuerda Monina, quien reconoce que en un primer momento no se quería ir de los campamentos. 

No fue fácil. “Yo solo quería estar con mi madre. Sea donde sea, con mi madre. Ella me dijo que era mejor que me fuese, porque tenía una familia que me quería y era una oportunidad muy grande que muchos saharauis no iban a tener. Me puso el ejemplo de mis hermanos, que estudiaron en Argel pero no tenían trabajo. ‘Eres la única oportunidad de la casa: o te vas o la pierdes'”, recuerda Monina. Actualmente es enfermera de un hospital público de Madrid, sigue en contacto con su familia y viaja todos los veranos a los campamentos, excepto el último debido a la COVID-19.

También por la pandemia han sido cancelado durante dos años consecutivos el programa de Vacaciones en Paz.

El último año ha sido especialmente duro en el Sáhara Occidental. En los campamentos, la ayuda humanitaria de la que dependen “nunca ha sido estable”, pero el cierre de fronteras derivado de la pandemia complicó su acceso a los recursos básicos, como alimentos o medicamentos. Monina leía preocupada los mensajes enviados por su madre: “Mi familia me decía: ‘Estamos comiendo eso, no tenemos para comer esto otro’. Y yo, de manos cruzadas, no podía hacer nada”. 

A la crisis sanitaria se añadió el fin del alto el fuego del conflicto con Marruecos en noviembre del año pasado. “Mis hermanos y casi todos mis tíos están en el ejército. Mi familia me decía, 'no te has despedido de tu hermano, a lo mejor no le vuelves a ver'. ¿Qué derecho hay para hacernos pasar por esto? ¿De verdad nos lo merecemos? ¿teniendo nuestro país, que podría darnos de comer, qué derecho tienen a hacernos pasar por esto?”, se pregunta Monina. Ella tampoco encuentra respuestas. 

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