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El año de la pandemia constata viejos problemas de la banca y acelera su cambio de ciclo

Una oficina de BBVA.

Diego Larrouy

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Los bancos cierran 2020 con más dudas que certezas sobre el futuro inmediato que se les aproxima. Este año marcado por la crisis sanitaria ha acelerado transformaciones pendientes en el sector y ha reavivado problemas que arrastraba desde hacía tiempo, como la madurez de su negocio, la baja rentabilidad o los nuevos competidores. No son pocos los retos que ya se aventuraban en el horizonte, pero que tendrá que afrontar en los próximos meses.

En lo que respecta a los resultados, el ejercicio —a falta de conocer los datos de cierre que se presentarán a finales de enero— ha estado marcado por los contrastes. Los beneficios se han desplomado debido a las fuertes provisiones que han tenido que asumir para hacer frente a las posibles pérdidas provocadas por la pandemia. Sin embargo, la concesión de créditos han subido, especialmente a empresas por los planes de avales del ICO, ha bajado la morosidad y se han incrementado las ratios de solvencia, impulsadas todas estas magnitudes por las medidas de impulso económico decretadas por el Gobierno y el BCE.

Este año se ha constatado, además, un problema para la banca española que se arrastra desde hace años. Los organismos supervisores sitúan al sistema financiero español a la cola de Europa en solvencia, además de claros problemas de rentabilidad del negocio, por debajo de la media europea. Estos problemas toman una especial relevancia en un momento en que se duda si la crisis económica puede llegar a trasladarse en una crisis financiera. A ello se suma que las medidas de estímulo del Banco Central Europeo han mostrado que los tipos de interés negativos llegaron para quedarse muchos años. “Más tiempo de lo esperado antes de la crisis del coronavirus”, como alertó este mes de diciembre el supervisor bancario europeo, la EBA.



En este contexto, los supervisores han presionado a los bancos para que mejoren su rentabilidad y eficiencia mediante recorte de costes, principalmente con fusiones. Prácticamente toda la banca europea ha tomado buena nota de las exigencias para reducir sus gastos, especialmente laborales, y han avanzado planes para despedir a más de 80.000 empleados. Las recomendaciones de concentración, sin embargo, solo han calado en España, el único país donde se han anunciado acuerdos relevantes o negociaciones. Así ha llegado la creación del mayor banco de España, con la absorción de Bankia, que desaparecerá el año que viene tras una década de complicada historia, por CaixaBank. Se espera que esta operación se cierre en el primer trimestre de 2021. El sector sigue a la espera de conocer el desenlace de las negociaciones entre Unicaja y Liberbank, mientras que ya queda en el pasado la unión fracasada entre BBVA y Sabadell. Pero en la banca española no se da por cerrada la ola de fusiones, con posibles movimientos en los próximos meses.

Al mismo tiempo que surgen las fusiones, los bancos han comenzado también a recortar costes mediante procesos de despidos colectivos en España. Banco Santander comenzará el año con un acuerdo recién firmado con los sindicatos para despedir hasta el verano a más de 3.500 empleados. Otros 1.800 han salido de Sabadell, mientras que Ibercaja ultima la salida de más de 750 empleados. A estas cifras se sumarán durante el próximo año los despidos que se produzcan en CaixaBank, cuando integre Bankia, o en Unicaja, si finalmente se une con Liberbank. España va camino de superar a Alemania como el país que más trabajadores de banca ha despedido desde la pasada crisis financiera. Hasta 2019 eran más de 100.000 puestos de trabajo destruidos en el sector financiero español. Junto a estos recortes, se han cerrado casi la mitad de la red de oficinas bancarias que había antes de la anterior crisis.

El distanciamiento acelera la digitalización

Pero además de buscar una forma de reducir costes, los bancos acometen estas medidas basados en una adaptación a entornos digitales, con menos necesidad de oficinas físicas. Esta exigencia, que ya viene de hace años, se ha acelerado con la crisis del coronavirus, que ha llevado a la banca a reforzar sus canales online o de atención a distancia ante las medidas de distanciamiento social. Pero es en estos canales telemáticos donde los bancos se encuentran con grandes competidores que trabajan por restar a la banca tradicional parte de su negocio.

En el último año se han visto movimientos entre bancos extranjeros que se han servido de plataformas digitales para crecer en el negocio de banca minorista en España, donde su presencia hasta la fecha era minoritaria, como el caso de Deutsche Bank o BNP Paribas. Al mismo tiempo, empresas ajenas a la banca lanzan servicios financieros básicos como cuentas corrientes o de ahorro. La última en lanzarlo en España fue Renault, quien ha informado que ha captado 47 millones en depósitos en el primer mes de funcionamiento. Dadas las circunstancias, estas empresas logran mejorar los productos de la banca para atraer a ciertos clientes.

Pero el temor para los bancos no son estos movimientos, aunque ofrezcan alternativas con condiciones más atractivas, sino el cambio estructural que traen consigo las fintechs o los neobancos. Un informe de Moody's de este año apuntaba que estos nuevos actores “han agitado a los bancos y les han conducido a adaptarse al entorno digital”. Sin embargo, advertía del año complicado para estas plataformas, muy centradas en servicios de pagos, debido a la caída del consumo por el coronavirus. A estas empresas se unen las grandes tecnológicas, señaladas como la gran preocupación para la banca tradicional en cuanto a competencia, pese a que hasta el momento sus pasos en el sector financiero son incipientes. Ante estos, el sector bancario siempre reclama que la regulación para unos y otros sea la misma. “Misma actividad, mismas reglas”, es una de las frases más repetidas en los últimos tiempos en las apariciones públicas de los directivos, siendo Ana Botín una de las mayores defensora de ello.

Tipos negativos hasta el final de la década

La digitalización es un factor importante para el cambio de ciclo, pero no es el único. La crisis del coronavirus ha constatado que los bancos tendrán que lidiar durante un largo periodo de tiempo con tipos de interés negativos. Mucho más tiempo del que ya se preveía antes de la pandemia. Los directivos del sector, en algunas apariciones públicas en la recta final del año, han comenzado a asumir que tendrán que lidiar con esta circunstancia hasta, al menos, el final de esta década. Y esto afecta especialmente a los productos financieros en los que se basa el negocio bancario comercial.

Muestra de ello es el mercado hipotecario. Si el euribor, el tipo de referencia, cotiza en negativo —ya ronda el -0,5%—, las hipotecas a tipo variable, las mayoritarias históricamente en España, tienen una rentabilidad poco atractiva para los bancos. Tal es la situación que se ha abierto en el mercado un debate en el sector. En los momentos más álgidos de la burbuja inmobiliaria, algunas hipotecas se llegaron a comercializar con diferenciales muy bajos, por lo que si el euríbor sigue la caída, podría suceder que los intereses fuesen, en realidad, negativos, y que el banco tuviera que 'pagar' al cliente. Los bancos han cerrado claramente la puerta a esta posibilidad, amparándose en la última ley hipotecaria, que prohíbe explícitamente el interés negativo. Pero esta solo hace referencia a las hipotecas realizadas desde su aprobación y el presidente del supervisor europeo, la EBA, el español José Manuel Campa, ya advirtió que los bancos tendrán que asumirlo llegado el caso.

Es por ello que toda la banca ha centrado su guerra hipotecaria en los créditos a tipo fijo, que este 2020 han superado por primera vez a las variables en algunos meses del año. Estos contratos nacen con un interés más alto para el cliente —2,84% frente al 2,12% de las variables en septiembre, según el INE—, pero se presentan como una seguridad que se pagará siempre lo mismo, mientras que el euribor volverá a subir en algún momento —hay estimaciones en el mercado que apuntan que esto no ocurrirá hasta finales de la década— y se encarecerán las variables.

Pero el debate sobre si un banco debe llegar a pagar por una hipoteca se produce también a la inversa. ¿Debe cobrar por los depósitos de un cliente cuanto los tipos de interés están en negativo? Por el momento, no se ha producido más que para los grandes clientes, pero las retribuciones de cuentas de depósitos de algunos de los grandes bancos no han dejado de menguar o, incluso, desaparecer, en los últimos tiempos. Uno de los casos más conocidos que ha ocurrido en esta parte final del año ha sido el anuncio de ING de que comenzará a cobrar por su famosa 'Cuenta Naranja' si no se domicilia la nómina.

Más vinculación o comisiones

Si los intereses, el principal foco de ingresos de un banco cae, toca mirar a otras vías y las comisiones asumen un papel más importante que antaño. En esta línea, los grandes bancos han endurecido las condiciones en el último año para tener una cuenta corriente sin tener que pagar por ella comisiones que pueden alcanzar hasta los 240 euros al año. Para esquivarlas, las entidades han comenzado a exigir una mayor vinculación como tener una hipoteca, un seguro o un fondo de inversión contratado. También se penalizan las operaciones menos relevantes en las sucursales, incentivando el uso de los canales digitales para aquellos con menor vinculación con el banco. Solo quedan estas plataformas online como vía para tener una cuenta sin comisiones.

Es en este punto donde comienzan a tomar cada vez más relevancia otros negocios dentro del sector bancario, muy vinculados al cobro de comisiones y a la vinculación de clientes a largo plazo. Uno de los principales ejemplos es el conocido como bancaseguros y que ha llevado a las entidades a firmar en los últimos años acuerdos millonarios con aseguradoras, siendo un factor muy importante en las negociaciones de las fusiones. La última ha sido BBVA con Allianz, en una empresa conjunta que ha echado a andar en los últimos días. Pero también son los fondos de inversión y los planes de pensiones que, aunque han sufrido un año complicado por el coronavirus, son un nicho por el que apuestan los bancos. Por ejemplo, en la reciente junta de accionistas donde CaixaBank aprobaba la absorción de Bankia, su consejero delegado Gonzalo Gortázar señalaba que el crecimiento de ingresos tras la fusión llegaría “en productos y servicios asociados al negocio asegurador y especialmente en el ahorro a largo plazo, que incluye los fondos de inversión, los seguros de ahorro y los planes de pensiones”.

A todo esto tendrán que lidiar los bancos con dos problemas que afectan a su futuro. En primer lugar, la Bolsa. La banca ha perdido en 2020 su trono como el principal sector en el mercado, con el desplome bursátil que han tenido las entidades cotizadas. Sabadell ha sido el más afectado, con un 66%, le siguen Bankinter, con cerca del 33%, o Santander, más del 30%. Está por ver si el levantamiento limitado de la prohibición de dividendos puede ayudar a mejorar su valor. Por otro lado, la fuerte crisis económica que ha provocado la pandemia por ahora no ha golpeado con fuerza al sector, pero organismos como el FMI, la EBA, el BCE o el Banco de España han emitido advertencias sobre el complicado futuro para el sector bancario, en especial el español por su posición más débil que otros países.

La sostenibilidad, un nuevo factor que vigilar

Otro punto que va a ganar relevancia en los próximos años y que la banca tradicional no puede obviar es el de la sostenibilidad. Un reciente informe del FSB, un organismo internacional que une a los bancos centrales de las principales economías del mundo, alertaba que los riesgos vinculados al cambio climático para el sector financiero son mayores que cualquier otra distorsión de la economía. Además, censuraba que, pese a los protocolos de comunicación que ya existen, el sector tenía una falta de transparencia respecto a su vinculación a sectores más ligados a riesgos climáticos, lo que dificulta hacer previsiones sobre los riesgos reales para la industria financiera. A ello se suma que, para 2022, el BCE ha anunciado que tendrá en cuenta los riesgos climáticos en los test de estrés, el examen que hace a la banca ante posibles escenarios de shock.

La banca española afronta estos escenarios de cambio de modelo de negocio, transformación digital y presión por la economía sostenible en la cola de Europa en solvencia y con una rentabilidad menor a la media del continente. Así lo evidenciaba hace unos días el supervisor europeo, la EBA, en un informe sobre riesgos del sector. Además, aunque en banca se ha producido un espejismo gracias a las medidas de estímulo económico que ha permitido mejorar la solvencia y reducir la morosidad, no son pocos los organismos que durante este otoño han ido lanzando advertencias sobre los riesgos para la industria financiera española y europea. De hecho, en ese citado informe de la EBA, se apuntaba que, aunque el capital de los bancos estaba resistiendo, la calidad de los activos y la baja rentabilidad se habían comenzado a resentir.

Con ello, la banca se enfrenta a 2021 con la urgencia por cambiar a un nuevo modelo y la presión por la incertidumbre provocada por la crisis económica.

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