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Mi experiencia en el hospital infantil Virgen del Rocío, Sevilla

Un hospital infantil

Alicia Díaz *

Si alguien me puede dar una lección de vida sin duda son los niños.

Llevo años observando de forma metódica casi filosófica el comportamiento de estas pequeñas criaturas que muchas de ellas acaban de ver la luz exterior y ya saben qué es sufrir.

Ser enfermo veterano te otorga un rango aquí dentro. Conocen al dedillo el hospital y serían capaces de acceder a cualquier planta con los ojos vendados.

Algunas enfermeras se convierten en sus traficantes preferidas; muchas de ellas guardan las natillas sobrantes de la cocina para los pacientes más golosos. Los familiares de los pacientes se acuerdan también de los niños que comparten habitación junto a su enfermo y, si han escuchado alguna vez que su comida preferida son croquetas , les llevan’ tupers’ de ellas caseras para alegrarles la mañana. La adquisición de comida del exterior es todo un lujo y los médicos hacen la vista gorda haciéndoles creer que no han visto nada.

A pesar de los largos días y meses esperando a recuperarse, nunca pierden la sonrisa, rara vez te los encuentras llorando y en muy pocas ocasiones sin esperanza.

Los que ingresan nuevos con dolencias leves, y por primera vez, lo hacen asustados. Alguna apendicitis, unas vegetaciones, la rotura de algún hueso en el brazo... Los veteranos miran todo ese arsenal de cableados sobre sus propios cuerpecitos y les miran nostálgicos sabiendo que en un par de días volverán al calor de sus casas y de sus familias, y ellos permanecerán allí esperando la próxima compañía. También los observan con media sonrisa cuando les oyen llorar al ponerles una vía, porque saben que estar enganchado a una sola vía es lo mejor te puede pasar aquí dentro.

Cuando se cruzan por el pasillo se miran dedicándose sendas sonrisas, abren su mano extendiéndola para chocarla en un gesto de total complicidad. Los más atrevidos e indiscretos cogen de la mano al otro y les obligan a pararse para preguntar como están y qué es lo que tiene. Si el crío ha pasado por lo mismo, escucharle contar la experiencia es brutal. Los ojos se les iluminan y parecen relatar un conflicto bélico del que al final salieron ilesos pero no sin secuelas.

Algunos hartos ya del olor a hospital y al manejo de sus cuerpos, murmuran entre dientes un “ No es justo”, para ellos la respuesta es clara: “ La vida no es justa” ( sonrisa ) . Y tienen razón, nada de aquello es justo.

Aprendieron mucho antes que cualquier adulto que las cosas no son como se relatan en los cuentos de hadas.

Hay también finales trágicos y ellos han podido sentirlo y a veces verlo en los compañeros que les rodean y, que algunos jamás estarán ya. Aún así, tal es su fuerza, que ni por la más remota casualidad se les pasa por la cabeza tirar la toalla. Y si pasa, hay cientos de críos rondando a los pies de sus camas que lo impiden.

Confían en la ciencia y en sus ángeles de carne y hueso vestidos de verde. Confían en la sanidad pública de forma tan agradecida que llegan a verbalizarlo. Vaya lección, mocosa diciéndoles a adultos quejosos que gracias a la sanidad de su país pueden contarlo y que esperar es sólo la antesala a la recompensa brutal de su recuperación. Jamás meten prisas al personal porque saben que están saturados, ocupados con otros niños que ahora están en estado más grave que el suyo; lo entienden y conocen la existencia de recortes en áreas que jamás debería existir; al menos cuando éstos ponen en jaque una vida. Pero siempre hay un hueco para ellos y los profesionales se afanan en hacerles creer que son sus pacientes favoritos. Todos lo son. Sin duda. He hablado del Hospital Virgen Del Rocío, podría decir lo mismo del Universitario Niño Jesús de Menéndez Pelayo, Madrid, este lo recuerdo de manera especial. Podría enumerar uno por uno, la verdad.

No está siendo frío el invierno en Sevilla, no obstante salir al pequeño parque del complejo hospitalario es un desafío. Los pequeños cubren sus cabezas en gorros de lana y de sus cuellos cuelgan bufandas a sabiendas que un pequeño resfriado sería una mala noticia.

Las navidades se presentan raras, pero Paco, el maestro de la escuela, nos trae libros casi a diario. Nuestro trabajo es recomendar lecturas al resto de niños según la edad y la personalidad, por lo que estaremos entretenidas.

Ayer empuñaba floretes y me hacía llamar Adela De Otero, hoy estoy internada en un colegio inglés tras huir de Alemania por judía en pleno régimen nazi.

* Alicia Díaz es miembro del grupo Nosotras Feminismo

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