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Los rostros detrás de los trabajos esenciales: “Los sectores que antes pasaban desapercibidos se han vuelto imprescindibles”

trabajadoras

Maialen Ferreira

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Leire, Inés, Cristina y Nerea son cuatro de las conocidas como “trabajadoras esenciales” que no han parado durante el estado de alarma y que -algunas de ellas- no podrán parar tampoco este viernes, Día Internacional de los Trabajadores. Cada una desde su trinchera, han combatido al virus como han podido: repartiendo comida a domicilio, cocinando en un hospital, atendiendo a clientes en un supermercado o en primera línea de batalla, en una UCI que cuida a los pacientes infectados.

Leire Presa es una de las cocineras del Hospital Psquiátrico Aita Menni de Arrasate-Mondragón, en Gipuzkoa. Trabaja cada día en turnos de 8 horas y se encarga de dar de desayunar, comer y cenar -según su turno- a un total de 300 personas entre personal y pacientes. No importa que haya un estado de alarma, que sea fin de semana, o el Día del Trabajador, Leire tiene que seguir yendo a su puesto de trabajo, porque sin ella, al igual que sin muchos otros trabajadores esenciales, el mundo no podría continuar: “Lo que más me gusta es ver que la gente come bien, que está contenta. Para los pacientes nuestra comida es de las mejores cosas que les pasan a lo largo del día, son felices comiendo y, sin nosotras cocinando su vida no sería la misma”, asegura Leire, quien lamentablemente no considera que su sector se valore más a raíz de la crisis del coronavirus.

Inés Estrella trabaja en un supermercado. Es pescadera, cajera y reponedora y, al comienzo del estado de alarma, pasó unos días agobiada y estresada por el descontrol de la situación. Ahora, más calmada, asegura que sus clientes respetan la situación y puede estar más relajada en ese aspecto. Más de uno, incluso, ha sabido agradecerles su labor con pequeños detalles como darles ánimo, las gracias o facilitarles mascarillas, algo que, sin duda, tanto Inés como sus compañeras, agradecen.

“Al trabajar en el estado de alarma nos hemos dado cuenta en general que los sectores que en la vida cotidiana pueden pasar un poco desapercibidos o a los que se les da un poco menos de importancia, son los que de verdad son imprescindibles”, asegura esta trabajadora.

Cristina lleva dos años trabajando como repartidora para una plataforma digital en Vitoria. Se encarga de repartir pedidos de restaurantes o de ir a comprar y entregar productos a las casas. Un trabajo, que más allá de reducirse, en cuanto se decretó el estado de alarma se incrementó. “Actualmente mi situación no está más valorada por el estado de alarma, sino que está puesta más en el punto de mira, ya que desde el Gobierno han tachado este trabajo de esencial cuando no lo es, y mucho menos con las condiciones laborales a las que estamos sometidos y dentro de la precariedad en la que vivimos”, lamenta.

Para Cristina, la sociedad no es del todo consciente de la situación en la que viven estos trabajadores, y considera que, muchas personas, actúan “como si el cliente siempre tuviese razón” algo, que no siempre se cumple “porque son trabajas donde detrás existe un abuso”. “Existen otras alternativas sin ánimo de lucro o repartidores propios legales de empresas que pueden ayudar en estas situaciones sin verse tan expuestos, pero estas plataformas digitales son como tirar a lo fácil muchas veces, nadie nos garantiza un mínimo de seguridad ya que hasta hace unos días la empresa no se ha dignado en proveer de material sanitario de seguridad a los repartidores. Es decir, que hemos estado expuestos y corriendo riesgos que la empresa no va a cubrir en caso de caer enfermos, por ejemplo”, asegura esta trabajadora.

Nerea Blanco es una de las enfermeras del hospital de Txagorritxu, el punto cero de la pandemia en Vitoria. Al igual que sus compañeras, entiende el riesgo que corre cada día que va a trabajar, pero eso no le impide dar lo mejor de sí a la hora de atender a cada uno de los pacientes que pasan, en una UCI que en un primer momento se veía colapsada, pero que desde hace unas semanas ya cuenta con camas libres. “Antes de la pandemia las personas que valoraban nuestro trabajo eran sobre todo las que habían tenido contacto con hospitales o sanitarios. En esta situación se ve que toda la sociedad está más implicada, podemos verlo cada día con los aplausos”, asegura esta sanitaria.

El momento más feliz dentro del hospital en el que trabaja es cuando se le da el alta a un paciente y puede abandonar el centro. “Nos emocionan las despedidas que les hacemos. Es un proceso difícil y no es fácil para ellos enfrentarse a él solos o aislados. Cada vez que se los llevan en silla de ruedas a la ambulancia para irse a casa, les aplaudimos y es todo muy emotivo. Entre lágrimas los hemos despedido a todos, son cosas que te animan a seguir dándolo todo cada día”, señala Nerea.

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