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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

24 años, una vida en azulgrana

David Gil, que llegó al Baskonia en 2001

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Han pasado 24 años… y todavía me cuesta creer que escriba estas líneas en pasado. Una parte de mí sigue sintiendo que mañana volveré al Buesa Arena, que entraré en el vestuario con mi carpeta de scouting, que me sentaré junto al resto del staff para preparar el próximo rival. Pero no. Esta etapa ha llegado a su final. Y quiero despedirme como se merece: con gratitud, con emoción y con la memoria llena de momentos imborrables.

Llegué en la temporada 2001 para formar parte de la cantera… y en 2003 di el salto al primer equipo de mi ciudad, con la ilusión de un niño que entra en un sueño. Recuerdo aquel primer día: el olor característico de la pista, el murmullo de los balones botando, las caras de los jugadores que hasta entonces había visto por la tele. Me temblaban las manos… y no era por el frío de Vitoria… ni del Buesa Arena.

A lo largo de estos años, he tenido la fortuna de aprender de entrenadores que marcaron mi vida.

Dusko Ivanovic me enseñó que la exigencia no se negocia y que la búsqueda de la excelencia es un camino constante. Recuerdo una noche de partido donde todo parecía perdido; Dusko, firme pero calmado, nos recordó cada detalle que habíamos entrenado. Esa victoria, improbable para muchos, se siente hoy como un triunfo del trabajo bien hecho, y su rigor quedó grabado en mí para siempre.

Velimir Perasovic me mostró que la intensidad puede convertirse en arte. Nunca olvidaré aquel entrenamiento en el que no solo nos exigió física y táctica, sino que nos enseñó a leer cada reacción del rival, cada movimiento sutil. Su pasión contagiosa hacía que cada segundo contara, y aprendí que no se trata solo de jugar, sino de sentir cada instante del juego.

Bozidar Maljkovic me enseñó a ver el baloncesto como un todo, no como piezas sueltas. Un día me pidió analizar un partido entero desde la perspectiva de los pequeños detalles: cómo respiraba el equipo, cómo reaccionaba la defensa. Su mirada profunda sobre el juego y la vida me hizo comprender que el baloncesto es también filosofía, y tenerlo cerca fue un privilegio que nunca olvidaré.

Neven Spahija me dio algo que pocos entrenadores saben dar: confianza. Me escuchó, me dio responsabilidades y me trató como igual. Recuerdo largas conversaciones tras los entrenamientos, hablando de jugadas, pero también de la vida, de cómo manejar un vestuario o motivar a un jugador tímido. Esa confianza no solo me hizo crecer como profesional, sino como persona.

He tenido tantos maestros a lo largo de estos años que quiero recodarles brevemente con lo que más me impactó de cada uno de ellos.

Pedro Martínez, un maestro en mover piezas en el momento exacto, experto y gran conocedor del baloncesto. Sergio Scariolo, un estratega. Sus planes de partido eran como guiones de cine. Su preparación milimétrica me ha impactado y me la quedo para siempre. Sito Alonso, el creativo, su capacidad de adaptarse era única. Pablo Prigioni, el jugador que entendía al entrenador. Compartir con él el paso de la pista al banquillo fue especial. Siempre veía un ángulo distinto en cada jugada. Marco Crespi, pura energía contagiosa, un apasionado de este deporte. Zan Tabak, trabajador y especialmente meticuloso con la defensa. Pablo Laso, sabía romper la tensión del vestuario con un comentario rápido que arrancaba una sonrisa incluso en el momento más complicado. Y eso, en baloncesto, es oro. Joan Peñarroya, un motivador. con pocas palabras y la mirada adecuada conseguía que todos creyeran en el plan. Ibón Navarro, le brillaban los ojos cuando hablaba de baloncesto. Con él, cada entrenamiento era también una clase. Natxo Lezkano, exigente. Sabía crear confianza sin perder autoridad y esa combinación hacía que el grupo respondiera.

Podría hablar de títulos —tres Ligas ACB, tres Copas del Rey, cuatro Supercopas— o de las cinco Final Four de la Euroliga. Pero lo que más guardo no son los trofeos, sino las historias que hay detrás: los viajes interminables, las cenas tras una gran victoria, las bromas que solo entiende quien ha estado allí cada día.

Recuerdo una noche, después de un partido durísimo, cuando todo el vestuario estaba exhausto. Un jugador joven, que apenas había tenido minutos, se acercó y me dijo: “Gracias por lo que me dijiste ayer, me ayudó a entrar con confianza”. No ganamos un título esa noche, pero para mí fue una de las victorias más grandes de mi carrera.

Baskonia también me dio la oportunidad de enseñar y aprender a la vez, formando a entrenadores y jugadores jóvenes. Ver cómo crecen, cómo encuentran su voz en los banquillos, ha sido tan especial como ganar cualquier trofeo.

Y ahora, parafraseando las palabras de Daniela Luque en Linkedin, he tenido que perfeccionar el arte de despedirme. “Y entender el poder de decir adiós… Haz tus duelos, llora si hace falta. Pero muévete con la seguridad de que lo mejor está por venir”. Esa idea me acompaña mientras cierro esta puerta: dejar atrás lo que fue la mejor etapa de mi vida para abrirme a lo que viene.

Este agosto me dijeron que no seguiría en el nuevo proyecto. Duele. Duele dejar un lugar donde pusiste el corazón cada día durante un cuarto de siglo. Pero me voy con la cabeza alta, sabiendo que lo di todo y con el alma llena de momentos que nunca se borrarán de mi memoria.

Gracias a cada jugador, cada entrenador, cada compañero del cuerpo técnico, cada persona de la oficina, a los aficionados que llenan el Buesa, a quienes me han parado por la calle para darme un apretón de manos o un “ánimo” tras una derrota. Eskerrik asko, de corazón.

No sé dónde me llevará el futuro, pero sé que el baloncesto seguirá siendo mi vida. Y aunque cambie de banquillo o de ciudad, lo que viví en Baskonia siempre será parte de mí.

Porque no han sido 24 años de trabajo. Han sido 24 años de vida. Sin punto y seguido.

Y ahora, con todo lo aprendido en la élite más alta del deporte profesional, afronto este nuevo comienzo con ilusión, energía y la certeza de que lo mejor está por venir. Sé que cada reto que llegue lo viviré con la misma pasión, dedicación y entrega que me han acompañado siempre.

El futuro no es una incógnita que asusta, es un campo abierto lleno de oportunidades. Y estoy preparado para aprovecharlas todas.

Además, seguiré compartiendo lo aprendido. Como cada semana, en mi blog, publicaré reflexiones y herramientas de coaching para la vida: ideas prácticas que nos ayudan a vivir con plenitud, a superar retos y a disfrutar del camino.

Es mi manera de devolver todo lo que este deporte me ha enseñado y de seguir conectado con quienes quieran crecer y avanzar.

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