Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
“Nada” y la adolescencia
He leído recientemente un libro impactante. Su título –“Nada”- y su autora –Janne Teller- eran perfectos desconocidos para mí hasta que, husmeando información para otro artículo, los encontré. En ese momento ni la temática –el problema de los/as refugiados/as en Europa- ni los datos sobre la propia escritora danesa –economista especializada en la resolución de conflictos humanitarios en el mundo- podían llevarme a imaginar que desembocaría en la lectura de esta obra publicada en España (Seix Barral), doce años después de ser escrita, en 2002.
Mencionar el retraso en la traducción al castellano de esta novela no es un tema baladí. Tiene que ver con la polvareda mediática y social que “Nada” había ocasionado. Lo cuenta la propia autora al final de la obra, por lo que no desvelo ningún secreto: problemas con el editor, reticente a su publicación, prohibición de lectura en algunos países nórdicos, recomendaciones de las administraciones educativas y culturales de no exponerla a lectura de las y los adolescentes… Hasta que la novela no fue premiada y obtuvo cierto reconocimiento de la crítica especializada, no comenzó a equilibrarse la pugna entre detractores y partidarios. Comenzaba la polémica sobre “Nada”.
La propuesta argumental es simple y profunda, a la vez: explicar la respuesta que varios jóvenes pretenden dar al reto de uno de ellos, manifestado al comienzo de la obra: “Nada importa. Hace mucho tiempo que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo”. Esta actitud nihilista, que lleva al joven a renunciar a la lucha por cualquier otro interés, se convierte en una declaración de movilización para sus compañeros/as decididos a convencerle de su error. ¿Cómo renunciar a una vida tan interesante, llena de oportunidades, deseos, ambiciones? La apuesta grupal es tajante: demostrarle que merece la pena luchar por conservar aquello que se nos hace imprescindible, que justifica nuestra vida. Para ello, se inicia una competición personal de renuncia individual al bien más preciado, más valioso, aquello que llega a dar significado a cada existencia.
La novela es básicamente una obra para adolescentes. A través de ciento cincuenta páginas narra varios meses de vida de una decena de escolares de una pequeña ciudad danesa. No es trascendente el decorado en el que se enmarca: no lo es la escuela de secundaria a la que pertenecen los protagonistas, ni las relaciones entre alumnado y profesorado; tampoco importa en este caso el nivel comunicativo de las familias y el grupo estudiantil, que se intuye inexistente, ni, por supuesto la escasa trascendencia que los grandes asuntos mediáticos despiertan en esta ciudad olvidada de provincias. Janne Teller desea centrar la atención de sus lectores/as en las relaciones adolescentes, en valorar sus principios, ambiciones y reacciones. Así aparecerán la envidia, la solidaridad, la crueldad, la venganza, la emoción y el deseo, sentimientos y valores muy presentes en cualquier vida adolescente.
Hasta aquí el avance de argumento, que espero haya despertado el interés por su continuación. Me interesa más desarrollar algunas de las ideas que la lectura provocan. Por ejemplo, el papel asignado al entorno escolar. La primera evidencia es que es mero papel couché; es el entorno en el que necesariamente debe desarrollarse la acción, dada la edad de los/as protagonistas (por cierto, la obra está narrada en primera persona por una de las adolescentes, lo que, en este caso, añade sensibilidad a la escritura), pero no juega ningún rol esencial. La figura del maestro aparece desdibujada y siempre para reafirmar la falta de empatía con el alumnado, así como su total desconexión con lo que resulta realmente importante para el grupo. La escuela deja de ser para la autora el espacio interesante desde el que construir algo más que conocimiento.
Esta visión choca con otras situaciones en las que el ámbito escolar servía para modificar el statu quo. El cine recogió alguno de estos momentos: destacar valores y reducir desigualdades raciales (“Rebelión en las aulas”, J. Clavell, 1967), explorar límites creativos estudiantiles en estructuras docentes austeras (“El Club de los poetas muertos”, P. Weir, 1989), valorar experimentos sociales (“La ola”, D. Gansel, 2008) o extrapolar experiencias comunitarias actuales (“La clase”, Cantet, 2008). En todas ellas, la educación, garantizaba a la comunidad no sólo su servicio como ente de instrucción, sino como vanguardia de conquistas sociales. No lo ha considerado así Teller, que en este caso parece decantarse por la primera opción (instrucción, profesorado indiferente,…).
Otra cuestión que se desprende de “Nada” es la crudeza que emana de su lectura, más significativa cuando se trata de protagonistas adolescentes. Da la sensación de que la obra nos coge con el paso cambiado al poner en boca y decisión de este grupo la muerte (suicidio, asesinato) o la falta de entusiasmo, cuestiones sensibles que solemos atribuir sin demasiada reflexión a colectivos de edades más avanzadas. Nos gusta -¿consuela?- pensar que la experiencia acumulada en 13-15 años es un bagaje demasiado reducido para cuestionarse los retos de vida. Pero olvidamos con demasiada frecuencia que la turbulencia hormonal de esta etapa lleva aneja cambios profundos en la personalidad y en los cuestionamientos que se arrastran desde la niñez. La constatación personal de toma de decisiones autónomas, la percepción de discriminar voluntariamente sentimientos, afectos y personas es una conquista irrenunciable en esta etapa vital. De ahí el acierto de la autora en el recuerdo de lo que significa la pérdida de la inocencia para el grupo protagonista.
Para finalizar, una mención sobre el tratamiento humano que hace Janne Teller de cada protagonista. Por momentos pueden parecer máquinas consumistas, pérfidos estrategas o infantes caprichosos, pero el grupo en conjunto continuamente se cuestiona por el sentido de la vida, el papel de las religiones, o la inconsistencia de la fama y de la popularidad. Y ninguna de esas reflexiones es superflua. Más allá del aparente cántico nihilista, se aprecia en la novela el deseo adolescente por transformar, convencer y/o reconocerse en y como grupo.
El valor de “Nada” es que permite trascender de la simple narrativa descrita a cuestionarse las opiniones que defendemos con ahínco en situaciones como las mencionadas. Por eso no se debe evitar esta lectura a ningún adolescente, como tampoco la del Lazarillo de Tormes (Anónimo, 1554), El guardián entre el centeno (D. Salinger, 1951) o Ética para Amador (F. Savater, 1991). Todas ellas ayudan a conocer el valor más preciado del ser humano: su curiosidad por conocer la vida. (Aunque ello signifique contrariar a Onetti: “Mala cosa fomentar la afición a la lectura entre niños. Cuando los jóvenes lectores sean mayores estarán indefensos ante la vida, que es ágrafa, analfabeta y audiovisual” (“Confesiones de un lector”, Alfaguara, 1995).
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