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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El Gobierno ausente

Nagua Alba y Cristina Macazaga
17 de agosto de 2020 20:41 h

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El lunes 9 de marzo, cuando aún quedaba por delante un trimestre lectivo entero, a los niños y niñas, adolescentes y jóvenes de nuestro país se les condenaba a finalizar el curso desde sus casas. Los centros educativos y las familias vieron entonces cómo caía sobre ellos toda la responsabilidad de la educación a distancia sin ningún acompañamiento ni recursos por parte del Gobierno, que no supo establecer medidas para lo que nos venía. Ese mismo viernes, el lehendakari Urkullu, con un parlamento disuelto y una cita electoral a la vuelta de la esquina, declaraba la emergencia sanitaria en Euskadi con su ya manoseado mando único y sin anunciar ninguna medida adicional. Un día después, el Gobierno de Pedro Sánchez declaraba el Estado de Alarma y el confinamiento para todo el territorio del Estado. A partir de ese instante, el lehendakari, inmerso en una interminable campaña electoral, sólo tuvo en su agenda la reclamación de sus competencias y el autogobierno mientras la prensa actualizaba diariamente las cifras de personas contagiadas y fallecidas.

Tras tener que posponerlas, Urkullu se vio obligado a levantar la emergencia sanitaria para poder celebrar el único gran festejo de este verano, la fiesta de la democracia, las elecciones del 12J. Alegó, eso sí, que votar sería tanto o más seguro que ir a la playa, al monte o a pasar el fin de semana, por lo que el estado de emergencia ya no parecía necesario.

Y ahora, justo 5 meses y un día después de la primera, Urkullu declara de nuevo la emergencia sanitaria en Euskadi entre cifras que cada día superan las de la jornada anterior y mensajes que colman de miedo y angustia a la ciudadanía. Tras el anuncio de la aplicación del mando único, dos consejeras convocaban una rueda de prensa para no decir nada. Una vez más, las medidas para abordar la situación por parte del Ejecutivo brillaban por su ausencia.

Un Gobierno vasco, ahora en funciones, que lleva siete meses sin someterse al control del Parlamento que no paraba de apelar a la solidaridad con nuestros mayores cuando el coronavirus estaba teniendo gran incidencia en este sector de la población pero ni rastro de abordar la gestión de las residencias ni del modelo de cuidados. Un modelo, el de los cuidados, que recae mayoritariamente en las mujeres que no siempre cuentan con la salvaguarda del teletrabajo, aunque tampoco éste sea una solución de por sí. Como consecuencia, los efectos de la pandemia también han ahondado en la brecha entre mujeres y hombres en lo que a corresponsabilidad en los cuidados se refiere.

Junto a estas llamadas a la solidaridad, desde los poderes públicos se apeló a la responsabilidad individual, sobre todo cuando fueron noticia algunos botellones. Más allá de ayudar a la estigmatización del colectivo joven -no eran ningún fenómeno generalizado- el resto de la población empezaba a disfrutar del terraceo mientras los más pequeños correteaban por plazas utilizando el mobiliario urbano como distracción ante la falta de columpios que permanecían cerrados. Era como si el maldito bicho hubiese escogido los parques infantiles como refugio ante las masas de gente que ansiosas salían de sus casas con el buen tiempo tras meses de confinamiento.

En aquel momento hubo muchos que quisieron demonizar a la juventud por hacer botellón, no entendiendo que siendo menores no pueden sentarse en una terraza, y sin un atisbo de autocrítica al modelo de ocio de este país, basado casi en exclusiva en el consumo de alcohol y sin prestar alternativa de ocio alguna.

Es verdad que los y las jóvenes han podido tardar algo más en tomar conciencia de una realidad que a veces incluso a quienes podemos estar más concienciados nos cuesta creer. Pero nadie se ha tomado la molestia de dirigirse al futuro de este país. Los mensajes han sido generalistas, llenos de reproches y por medios de los 'mass media' y esto ha supuesto el primer gran fallo en comunicación. Cualquiera que haya trabajado algo en comunicación -y en el Gobierno de esto tiene que haber a mansalva- sabe que se requiere de un mensaje, un código y un canal determinado para poder llegar a cada público. Pues nada de esto ha habido.

Se habla mucho de los éxitos de países como Finlandia en la lucha contra la pandemia y, según explicaba su primera ministra, una parte de dicho éxito había consistido en la estrategia del Gobierno para llegar a los y las más jóvenes contratando a los 'influencers' del momento para elaborar mensajes en positivo que calaran en los y las adolescentes mediante sus redes sociales favoritas.

Aquí sin embargo, ni un mensaje específico para los más jóvenes y adolescentes. Tampoco parecen haber funcionado demasiado bien los avisos llamando a la responsabilidad cuando estas últimas semanas vemos cómo la consejera de salud, Nekane Murga, recurre sin contemplaciones al discurso del miedo con expresiones como “decenas de personas que se van a contagiar en los próximos días van a necesitar ser ingresadas y algunas, sin duda, fallecerán” o denominando “tsunami” a esta segunda ola.

En los próximos días veremos qué implicaciones tiene este nuevo estado de emergencia, aunque todo apunta a que el Gobierno seguirá sin implementar ninguna medida específica mientras continúa enumerando recomendaciones en relación a los hábitos de ocio de niños y adultos, como dejar de jugar en el parque o dejar de frecuentar los bares de nuestras ciudades con el consabido efecto negativo que esto supondrá en un tejido económico tan importante para nuestros municipios como es el de la hostelería. Todo indica que el Ejecutivo en funciones nos quiere llevar a un autoconfinamiento mientras a tres semanas del inicio del curso lectivo nadie sabe nada de cómo se planificará el regreso a las aulas ni del paradero de la responsable de Educación, una consejera que dejó colgada a la comunidad educativa hace ya seis meses.

Urkullu tiene ahora la oportunidad de comenzar su nuevo mandato de la manera opuesta a como finalizó el anterior: con iniciativa. Aún estamos a tiempo de que se contrate más profesorado para disminuir las ratios, de que se refuercen la atención temprana y los equipos de rastreo, de ofrecer datos transparentes y con la información suficiente como para que una ciudadanía conocedora de la situación real de la pandemia se comprometa a combatirla, al igual que deberían estar haciendo todos los poderes públicos. Toca abandonar los reproches y la infantilización y pasar a las medidas y el compromiso. 

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