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Pascua Militar y política de defensa
Una de las fechas más originales de nuestro calendario político es la que, en el inicio de cada nuevo año, se conoce bajo la denominación, que no deja de ser curiosa, de la Pascua Militar, coincidente con la festividad de los Reyes. Este día, las Fuerzas Armadas, con el Rey en primer plano, tienen un protagonismo especial, al que todos los medios de comunicación prestan una amplia cobertura mediática, acompañada de variados comentarios laudatorios para los protagonistas del evento. Y también suele ser la ocasión para, además de efectuar los cumplidos protocolarios de rigor, emitir una serie de mensajes políticos que van más allá de la mera celebración protocolaria de la festividad pascual.
Concebida inicialmente por el Rey Carlos III, a finales del siglo XVIII, para celebrar la reconquista de la isla de Menorca, su significado ha sido cambiante a lo largo de los años, en función de la coyuntura política de cada momento. Por referirnos sólo a la época actual, cabe reseñar que durante los años de la transición era la fecha (como puede constatarse ojeando las hemerotecas) en la que se hacía sentir el ‘ruido de sables’, según la gráfica expresión de la época. En los años siguientes, la fecha se fue institucionalizando progresivamente en el nuevo marco constitucional hasta llegar al momento presente, en el que el evento festivo sirve, ante todo, para escenificar la presencia de las Fuerzas Armadas junto al Rey, en el marco solemne del Salón del Trono del Palacio Real.
Se trata de una festividad que no tiene correspondencia alguna en otros países de nuestro entorno y que, tanto por el día en que tiene lugar, vinculado a una festividad religiosa (lo que obviamente no sintoniza con la aconfesionalidad del Estado), como por el formato con que está configurada, tiene difícil encaje en el calendario político propio de un Estado acorde con los tiempos actuales. No estaría de más, por ello, cuestionarse su continuidad, al menos en su formato actual, y, en su caso, plantearse la necesidad de su revisión como fecha integrante de la agenda política festiva. Pero si se sigue manteniendo, como sin duda es lo más previsible, convendría al menos evitar algunas de sus expresiones menos presentables, como las que vienen produciéndose en los últimos años y han vuelto a reproducirse en esta última edición.
En este sentido, la institucionalización de la Pascua Militar como fecha señalada del calendario político ha dado lugar al asentamiento progresivo de una práctica muy discutible como es la de aprovechar el evento festivo, y el marco en el que éste tiene lugar, para transmitir las directrices de la política de defensa para el periodo anual. Y no suele ser inusual aprovechar también el evento para emitir mensajes políticos en los que se deja constancia de cual es la posición del 'establisment' militar, principal protagonista de los actos de la Pascua Militar, ante cuestiones de índole netamente política. Todo ello, con la proyección mediática que inevitablemente tiene la jornada, dada la amplia cobertura que todos los medios prestan a los actos que, presididos por el propio Rey, tienen lugar en esta fecha en el Palacio Real.
Así, este año la Ministra de Defensa nos ha alertado sobre las injerencias externas para desestabilizar nuestro país y las amenazas que para la defensa nacional y la propia ciudadanía comportan las redes sociales, convertidas, según las propias palabras de la Ministra, en el “nuevo campo de batalla” en el que es preciso librar el combate contra un enemigo que tiene como campo de operaciones el ciberespacio. Amenazas ciberespaciales que no son ajenas, según la doctrina oficial que se viene difundiendo, a algunos de los principales problemas que tenemos planteados hoy, especialmente en relación con el procès catalán, en el que también se han dejado sentir, aunque no seamos enteramente conscientes de ello, los efectos de la acción teledirigida desde tierras lejanas (en alusión implícita a Rusia) a través del ciberespacio.
Así mismo, y descendiendo de los dominios ciberespaciales a terrenos más concretos y tangibles, se nos anuncia un nuevo ciclo inversor, nada menos que para los próximos quince años, con el fin de desarrollar los programas de modernización, actualización y dotación de las capacidades necesarias de las FF.AA.. Un ciclo inversor y unos programas que, cuando se anuncian, no estaría de más ofrecer alguna estimación, aunque solo sea de forma aproximada, sobre los recursos que va a ser preciso destinar a tales fines para así poder hacernos una idea del coste de la operación; sobre todo, teniendo en cuenta las sumas, nada modestas, que requieren estos programas y el encaje presupuestario que será preciso hacer.
Pero en cualquier caso, e independientemente de la estimación del coste de los anunciados programas de armamento y del alcance de las supuestas amenazas ciberespaciales, éstas son cuestiones cuyo escenario más apropiado para su exposición y discusión, así como cualquier otra cuestión relativa a la política de defensa, no es precisamente el Salón del Trono en la Pascua Militar. Por el contrario, son cuestiones sobre las que, antes de su presentación pública, es obligado deliberar y debatir ampliamente y… públicamente en las Cámaras parlamentarias, que para eso están. Lo que, sin entrar ahora en el contenido de las mismas, dista bastante de la práctica habitual que viene siguiéndose en esta materia, así como en todos los asuntos relativos a la política de defensa.
Conviene tener presente que en un sistema parlamentario, como es nuestro caso, las políticas a desarrollar en las distintas áreas de actividad del gobierno deben contar con el respaldo del Parlamento, previa deliberación y pronunciamiento de éste. La política de defensa no es ninguna excepción a esta regla general de la democracia parlamentaria; y no solo no es ninguna excepción sino que es precisamente el área en la que más necesaria es la intervención parlamentaria y en la que no cabe la actuación ‘por libre’ de ninguna autoridad del Estado. Tampoco para avanzar planes ni establecer directrices sobre la acción a desarrollar en el futuro (sobre todo si éste se plantea en plazos nada menos que de quince años) sin tener en cuenta a las Cámaras parlamentarias y las posiciones que en ellas expresen los distintos grupos políticos.
No está de más hacer estas puntualizaciones porque, a la vista de como se desarrollan las cosas en este terreno, a veces da la impresión de que la política de defensa y todo lo concerniente a las FF.AA. viene a constituir algo así como un área reservada al Rey y a las propias FF.AA., auténticos sujetos decisorios en esta materia. En este contexto, la Pascua Militar sería el marco solemne en el que se formaliza esta relación especial y se sancionan, con la presencia real, las directrices básicas de la política de defensa y en relación con las FF.AA. Y de acuerdo con este esquema, que es el que funciona realmente, aunque sea de forma implícita, en la distribución de funciones, correspondería luego a las Cámaras parlamentarias dar forma jurídica a esas directrices y al Gobierno adoptar las medidas necesarias para hacerlas efectivas.
Dada la configuración que ha adquirido la celebración de la Pascua Militar (la propia denominación no deja de ser curiosa) y el formato que tiene en el momento presente, no estaría de más replantearse el propio sentido y significado de este evento festivo. No por el hecho de la fiesta en sí, sobre la que nada hay que decir mientras se ciña al ámbito propiamente festivo. Ocurre, sin embargo, que la experiencia reciente nos muestra que también sirve para emitir mensajes que no son intrascendentes en temas clave, especialmente en materia de defensa, cuyo lugar para su tratamiento, debate y decisión no es (o no debería ser) precisamente el Salón del Trono del Palacio Real. Más apropiadas para tratar sobre estas cuestiones relativas a la política de defensa parecen las Cámaras parlamentarias, donde reside la sede de la representación de la ciudadanía; aunque, todo hay que decirlo, parece que en esta legislatura de difícil calificación están muy ocupadas en otras cosas, lo que las impide dedicar la atención debida a este tema.
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