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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Si quieres emoción…

Un aula de un colegio cerrado por la epidemia de coronavirus.

Pablo García de Vicuña

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Primero fueron los 'Viernes de Dolor' de Rajoy, esos días señalados para anunciar al país las penurias que debíamos pasar tras la crisis de 2008, si confiábamos en levantar la cabeza -nos alentaban- en algún momento. Un país que había vivido muy por encima de sus posibilidades -nos recordaban- necesitaba necesarios, pero pequeños actos de contrición -nos mentían- para devolvernos más pronto que tarde a la senda del progreso anterior.

Hubo quien pensó que esta forma de comunicación era una puesta en escena muy calculada por un partido conservador, con señas de identidad muy próximas a la tradición católica, que finalizaría en el momento en que otro partido le sustituyera en el poder político. Pero se equivocaron quienes pensaban así.

Tras la moción de censura que provocó la inesperada y sorpresiva llegada del PSOE de Sánchez a la Moncloa, los días del Consejo de Ministros y Ministras sólo cambiaron de epíteto para transformarse, según el mentidero político madrileño, en “Viernes Solidarios”. Debía notarse inmediatamente el nuevo cariz de un gobierno nuevo, joven, progresista, en las antípodas del anterior, con muy poca capacidad de maniobra parlamentaria, pero dispuesto a transformar legislativamente un país enfadado y deprimido.

Aún estábamos reponiéndonos de la avalancha de acontecimientos de aquel junio de hace prácticamente dos años, cuando el gobierno socialista comenzó a imitar las señas de comunicación anteriores. Así, comenzó a anunciar, también a golpe de decreto, la llegada de una nueva era llena de esperanza y alejada diametralmente de la caverna política popular. Su confianza era tal que acabaría inundando todos los rincones del país.

Esta acción, lógicamente, también contó con 'disculpadores/as' oficiales, con el argumento un tanto simplón de que la situación de minoría parlamentaria que sufría el gobierno no dejaba otra acción posible ni otro escenario menos artificial. Todo por cumplir el objetivo de transformación de un país para incluirlo, de nuevo, entre el grupo de países europeos punteros.

Unos y otros, PP y PSOE, se valían de la misma herramienta -el decreto de gobierno- para aminorar el debate parlamentario y con ello la disputa ideológica que sus acciones provocaban en el resto de partidos. En un caso por abuso de una mayoría parlamentaria incuestionable; en el otro, por todo lo contrario, por su fragilidad y falta de apoyos.

La coalición de gobierno salida de las urnas tras las últimas elecciones generales dio un giro significativo a la estrategia comunicativa, cambiando el día de los anuncios transcendentales de viernes a martes. Lógicamente, tal revolución contó inmediatamente con un aluvión de “me gusta” (“Los cambios finales tienen que venir precedidos de cambios formales” “Romper barreras con el pasado siempre es un mensaje progresista”…) y otras tantas críticas feroces (“Estrategia para impedir el control efectivo del Gobierno que tiene que hacer cualquier oposición que se precie”, “Una muestra absurda más de un gobierno ilegítimo que pretende romper con tradiciones firmemente asentadas en nuestra cultura”…) Desconozco si esta nueva ubicación ha sugerido calificativos específicos nuevos, pero conociendo la chufla hispana no dudo que acabarán llegando.

El PNV, con el lehendakari al frente, no ha podido resistir la tentación de usar en beneficio propio la misma estrategia comunicadora de los anuncios especiales a la ciudadanía: gobernar a golpe de decreto con un parlamento vasco disuelto, la XI legislatura finiquitada y sólo en función su diputación permanente. En este caso, se ha decidido que sean los fines de semana el momento más adecuado para trasladar a la ciudadanía vasca la normativa, una vez conocidas las disposiciones adoptadas por el Gobierno del Estado ante la situación actual de estado de alarma por el COVID19.

Lo más reseñable, sin embargo, al menos para quienes estamos en temas educativos, son las comunicaciones de normativa que realiza el Departamento de Educación que lidera Cristina Uriarte. Los continuos dimes y diretes utilizados por esta Consejería son los que han sumido a la comunidad escolar en un continuo lamento. Es opinión mayoritaria que ha conseguido el dudoso honor de destemplar los ánimos de las personas más moderadas, en ese empeño por trasladar la información en el último segundo del último día hábil para ello.

Y cuando lo ha hecho con cierta antelación, dando la oportunidad para que la comunidad educativa asumiese a trancas y barrancas las decisiones, el resultado no ha mejorado: obtenía tiempo suficiente para un pequeño/gran cambio que trastocaba decisiones anteriores ya asumidas por la mayoría. A modo de ejemplos: Uno, dato: vuelta a las clases el día 18 de mayo. Corrección: mejor el 25, porque el Gobierno estatal no ofrece la seguridad jurídica comprometida. Dos, dato: clases presenciales en determinados grupos escolares. Corrección: mejor si lo deciden los centros -en virtud de su autonomía pedagógica- y las familias -por su responsabilidad personal y moral con el alumnado. Tres, dato: se mantendrá el teletrabajo allí donde no sea obligatoria/voluntaria la vuelta presencial. Corrección: mejor mantener esta opción online únicamente desde los propios centros escolares… ¿Continúo?

Desconozco si detrás de las situaciones mencionadas del PP, PSOE o el PNV hay toda una estrategia de comunicación que los partidos políticos diseñan para rentabilizar mejor su impacto en la sociedad por la que dicen trabajar. Si se trata de lecciones de manual que se aprenden en el primer curso de política avanzada. O si el objetivo final es alejar cuanto antes a la ciudadanía de una política que deja de interesarle por oblicua e ineficaz. Me niego a pensarlo; prefiero auto convencerme de que se trata de acciones intuitivas, poco estructuradas, iniciativas bienintencionadas que se malogran por pésima comunicación, escasa oportunidad personal o nula trascendencia ciudadana.

De momento, lo único cierto es que no dejan indiferente prácticamente a nadie, generan tensión innecesaria y alejan aún más a quien no encuentra argumentos para aproximarse a una realidad política que -le guste o no- acabará afectándole.

En la educación vasca llueve sobre mojado y este correcalles normativo de normas, contra normas y avisos varios lo conocemos desde hace décadas. No es nueva esa sensación pegajosa que anula la identidad personal, ante el baño de cruda realidad que supone saberse convertido en un simple número de registro para la Administración escolar.

Ya lo decíamos en aquellos asfixiantes años de interinidad profesional, en las maratonianas jornadas de principios de septiembre en las que debíamos esperar angustiosamente la adjudicación de la plaza vacante para el siguiente curso: “Si quieres emoción, apúntate en Delegación”. Y esta -la emoción- que sigue ganando enteros gracias a una clase política empeñada en seguir ofreciendo múltiples sobresaltos. Lo dicho: de plena actualidad.

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