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Dora Gálvez, autora de 'Las calvas existimos': “Me llegaron a pedir que me pusiera peluca para trabajar”

Dora Gálvez en el centro de Vitoria tras la entrevista con elDiario.es

Maialen Ferreira

6 de septiembre de 2022 21:46 h

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A Dora Gálvez la llamaban 'la pelirroja' porque lucía un pelo rojo rizado y alborotado que más que cubrir su cabeza, directamente la definía. O eso creía ella. Puede que por eso sintiera tal vacío cuando éste se comenzó a caer. “De repente vi en el espejo una imagen casi fantasmagórica. Recién parida y con pequeñas calvas en la cabeza”, sostiene dos años después de aquello. Ahora sabe que puede que su melena la definiese como persona, pero su calva también.

“Estrés” fue la palabra que escuchó una y otra vez cuando decidió buscar una razón que justificara su pérdida de cabello. “Todos los médicos decían lo mismo y sí, puede que el estrés facilite la pérdida de cabello, pero no se puede ignorar que la alopecia areata es una enfermedad autoinmune y que cualquiera puede padecerla, aunque puede llegar a haber cierta predisposición a tenerla si en la familia hay casos de otras enfermedades autoinmunes como la diabetes o la esclerosis”, explica Gálvez, que en su caso eso fue lo que pasó.

La falta de estudios sobre la alopecia en mujeres y el desconocimiento sobre el tema es una de las críticas que Gálvez realiza en su libro 'Las calvas existimos', que presentará este jueves en el bar 'The Tap' de Vitoria y en el que recoge sus experiencias sobre vivir siendo calva.

No hay estudios. Nos estamos rigiendo por los tratamientos que funcionan en la calvicie masculina, pero eso es un error

“El tema de mujeres y calvicie está muy abandonado. No hay estudios. Nos estamos rigiendo por los tratamientos que funcionan en la calvicie masculina, pero eso es un error. A mí me llegaron a mandar un medicamento que frenaba la caída del cabello, pero que era para la próstata. Lo consulté con un urólogo y me dijo que no lo tomara, ya que estaba contraindicado en mujeres, pero es algo que siguen recetando”, indica.

Al ver que la figura de la mujer calva prácticamente no existía en la sociedad, Gálvez comenzó a publicar sus propias fotos realizando acciones cotidianas como pasear, ir a la piscina o comer en un restaurante. “Compartía mis fotos calva haciendo cosas de mi día a día y ponía la frase 'las calvas existimos' para que se viera”, señala. Esa fue una forma de reconocerse a sí misma en un camino que lleva recorriendo tan solo dos años, pero ya le ha dejado grandes enseñanzas.

Gálvez busca ser el referente que ella no tuvo cuando perdió el cabello. Esa figura en la que fijarse para saber, que lo que ocurre, es completamente normal, a pesar de que la sociedad parezca no entenderlo. “Cuando eres calva, la sociedad te pide a toda costa que te tapes, que lo escondas tras una peluca. En una entrevista de trabajo me llegaron a pedir que si podía ponerme una peluca para trabajar cuando había hombres calvos trabajando y no pasaba nada. En otra ocasión, un fotógrafo me contactó para hacerme unas fotos para visibilizar el cáncer, le dije que no tenía cáncer y que si quería podía hacerme fotos cotidianas, que era su especialidad. Me dijo que él solo fotografiaba a gente normal”, cuenta.

Pero el comentario que más le dolió fue cuando le dijeron que si no se tapaba la calva, podría traumatizar a su hija. “Yo no dejaba que mi hija me tocara la cabeza. Me miraba y me odiaba a mí misma y no quería que ella lo viera. Hasta que un día me tocó la cabeza, empezó a jugar y a reír y ahí me di cuenta : mi hija me quería tal y como era. Y nunca jamás me volví a tapar la calva”. Desde aquel día, su pequeña y ella comparten la rutina que aplica Gálvez cada mañana antes de salir a la calle. “Ella me coloca las cejas, nos vestimos juntas y nos vamos a la calle. Es nuestro ritual. Mi hija de dos años me ha enseñado a quererme tal y como soy”, reconoce con una sonrisa.

Deberíamos poder querernos como somos. Es un proceso muy duro y puede ser largo, pero merece la pena. Tenemos que quemar las pelucas

Desde que comenzó a narrar su historia a través de las redes sociales y con su libro 'Las calvas existimos', cientos de mujeres de todas partes del mundo le han escrito para contar su historia. “Hay mujeres que llevan 30 años tras una peluca y necesitan ayuda psiquiátrica para sobrellevarlo. Otras que no dejan que nadie sepa que están calvas, pero luego también hay casos, como el de una mujer de Sevilla, que me mandó un audio contándome que después de leer mi libro se fue sola a la plaza de Armas y se quitó el pañuelo por primera vez en público. En el audio no paraba de llorar de lo contenta que estaba. Por fin se sentía libre”, detalla sin poder esconder la emoción en sus ojos.

Pese a sus múltiples esfuerzos y el de algunas asociaciones como A pelo en Barcelona o Alopecia Madrid para que la calvicie femenina esté normalizada, Gálvez reconoce que la sociedad no está preparada para ver a una mujer calva. “El juicio que tú misma te haces es muy duro, porque realmente llegas a odiarte, pero el que te hacen los demás es aún peor. La sociedad no está preparada para ver a una mujer calva. Tampoco está preparada para ver a una mujer que se salga de los cánones de belleza establecidos y a eso se le llama violencia estética”, detalla. Para combatir esa violencia, dado que cuenta con estudios en Igualdad y como educadora y coach, ha creado una asociación -cuyo nombre está por decidir- con la que pretende ayudar a mujeres que se sientan violentadas por su imagen.

“Conozco asociaciones de mujeres calvas en las que se reúnen y se quitan las pelucas, pero siguen siendo ultra secretas y se siguen aconsejando sobre cómo llevar la peluca o cómo disimular la calvicie. Las respeto mucho, porque cada una lo lleva como quiere y puede, pero considero que enfocarlo así es un error. Deberíamos poder querernos como somos, decir alto y claro que existimos, salir de nuestros escondites y mostrarnos tal cual. Es un proceso muy duro y puede ser largo, pero merece la pena. Tenemos que quemar las pelucas”. Con esa última frase más a modo de consejo o deseo, que de orden, Gálvez da por terminada la entrevista, no sin antes recalcar: “Aunque si a alguien le encanta su peluca, que la lleve”.

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