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Alfonso Alonso está herido, pero no jugará a la desestabilización en Euskadi

Alfonso Alonso, líder de los populares vascos, y su mano derecha en el Parlamento, Borja Sémper.

Aitor Guenaga

El PP y el PNV tienen muchas cosas en común, más de lo que parece. La derecha española y la vasca se han entendido en la última etapa política en España no solo porque ambos partidos han hecho de la necesidad virtud. El ya expresidente Mariano Rajoy necesitaba los cinco votos del Grupo Vasco en el Congreso, claves en esta legislatura española, y los ha trabajado con acuerdos trufados de inversiones millonarias y pactos de calado sobre el Cupo.

También han hecho buenas migas porque ambas formaciones manejan el mismo concepto de estabilidad, un valor casi supremo en la política para los partidos conservadores, un bien a proteger en momentos en los que la prima de riesgo vuelve a desbocarse y los contagios entre las economías europeas más débiles están a la orden del día. En lenguaje del propio Mariano y del ahora presidente de España, Pedro Sánchez, ambos partidos, el PP y el PNV, son “amarrategis” y, a veces, “aprobetxategis” de la situación. Más vale pájaro en mano que ciento volando o, en su versión más crematística de una legislatura que ya es historia, más vale renovar el Cupo, amarrar 540 millones en inversiones, pactar el modelo fiscal vasco y aprobar los presupuestos de 2017 y 2018 tanto en Euskadi como en España.

Andoni Ortuzar, líder del PNV, y Mariano Rajoy, de momento líder también del PP (aunque muchos barones le están pidiendo -hasta ahora con sordina- una renovación ordenada y que dé paso al siguiente) se han entendido muy bien en los últimos años. Han trenzado una complicidad política que ha impregnado a sus partidos aguas abajo: mensajes en el 'whatsapp', llamadas, confidencias... Se han fiado el uno del otro... hasta que la Gürtel, con todo su hedor a corrupción, ha arrumbado la política española. Y el PNV, fiel de la balanza en esta legislatura, se ha inclinado hacia Sánchez sobre todo para parar a Ciudadanos. Y después de que el flamante presidente hiciera suyos los Presupuestos que había rechazado una semana antes, hablara de “diálogo” para Catalunya y pese a que nada dijera en la tribuna sobre la fecha electoral de los futuros comicios generales.

Cuentan los que estuvieron con el desaparecido Rajoy en el reservado del restaurante Arahy, ubicado en la madrileña calle de Alcalá, que cuando el entonces presidente por unas pocas horas más recibió la llamada de Ortuzar se quedó de piedra. El báculo nacionalista al que había fiado la consolidación de la legislatura tras haber aprobado las Cuentas de 2018 -después de una negociación durísima con Cristóbal Montoro a finales de abril de este año- le había asestado una puñalada mortal de necesidad. Rafael Hernando, en su estilo bronco y trabucaire, lo dijo de manera más cruda en la tribuna de Congreso dirigiéndose a la bancada de Aitor Esteban y sus cuatro correligionarios peneuvistas: “Pensábamos que se podía confiar en vosotros. Nos equivocamos”. Para rematar la jugada con otra frase tan redonda como falsa: “Vuelven ustedes a la etapa de Ibarretxe”.

Era la segunda vez que se cuestionaba la validez de ese intangible del que algunos vascos hacen gala por el mero hecho de ser vascos: “palabra de vasco”. Lo hizo Arnaldo Otegi con Ortuzar cuando el PNV apoyó las Cuentas de Rajoy sin que se hubiera levantado el 155 en Catalunya, rompiendo así la palabra dada machaconamente durante los meses anteriores por el líder del PNV. Y, una semana después, el PP volvía a hacer el mismo reproche a los peneuvistas tras la decisión de dejar caer a Rajoy al apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez. Demasiado incluso para las cuadernas del PNV, partido hegemónico en Euskadi y determinante en la política española en este mandato.

¿Va a saltar todo esto por los aires? ¿Los populares vascos van a seguir la estela del agreste y montaraz Hernando? Quien piense que Alfonso Alonso, el líder del PP en Euskadi, va a poner patas arriba la estabilidad que él mismo y su partido han ayudado a construir en el País Vasco con sus acuerdos con los dos partidos que gobiernan en coalición en Euskadi (PNV y PSE-EE) no le conoce. El exministro vasco en la legislatura de la mayoría absoluta de Rajoy confesaba el pasado martes en una conversación informal con este periodista que la estabilidad construida entre ambos partidos en el País Vasco y el resto de España no se podía echar por la borda. Y que el PNV era el fiel de la balanza de todo eso. Aún confiaba en el PNV.

Rodeados de guardias civiles en el cuartel de Intxaurrondo, con un vino en la mano y cuando ambos aún especulábamos con la abstención del PNV y dos años más de vida política de Rajoy, y en presencia de su mano derecha en el Parlamento vasco, Borja Sémper, Alfonso Alonso seguía creyendo en los peneuvistas. Y en varios encuentros los días posteriores con este periodista en el Parlamento vasco seguía manteniendo el hilo de esperanza, al que se agarró con denuedo hasta que tuvo que admitir -viendo la portada de nuestro diario mientras comía junto a su equipo en el comedor del Parlamento vasco- que el idilio Ortuzar-Rajoy había saltado por los aires definitivamente.

Confesaba un miembro del EBB (la Ejecutiva nacional) tras la histórica decisión del PNV que el tiempo político que se abre ahora tras el giro peneuvista es “muy arriesgado”. Y sin duda tendrá influencia en la política vasca, entre otras cosas porque el PNV se ha apoyado en la abstención de los populares para sacar adelante los Presupuestos de Urkullu durante los dos primeros años de su legislatura. Y ha pactado la fiscalidad en los tres territorios con ellos, otra de las patas de actuación política en el País Vasco.

Alfonso Alonso no es un hombre de rabietas. Sabe que el PP está en horas bajas en Euskadi y sigue perdiendo votos, al tiempo que Ciudanos, el enemigo de ambos partidos (PP y PNV), asoma tímidamente la cabeza en la Cámara vasca, de momento solo en las encuestas. Pero Alonso pinchará a Ortuzar y a Urkullu todo lo que pueda: señalará al partido 'infiel' con el dedo todo lo que pueda, afeará su falta de palabra, subirá el tono contra el gobierno de Urkullu, acusará a los peneuvistas de abrazar a EH Bildu y querer retomar la senda de Ibarretxe...Todo esto (y más) pasará. Pero en ningún caso romperá relaciones, ni volará todos los puentes políticos con Ortuzar.

Porque romper totalmente con el PNV en Euskadi y alinearse aquí también con el previsible “pim-pam-pum” en el que se va a convertir la política española a partir de ahora, enviaría aún más al ostracismo político a su formación. Un PP debilitado -100.000 votos y un poder institucional totalmente residual- y a la baja en términos demoscópicos. Ese giro radical, esa política de tierra quemada le situaría en la irrelevancia de la que precisamente Alonso sacó a su partido tras tomar el timón que abandonó Arantza Quiroga en octubre de 2015.

Y todo eso es algo que a un político tan experimentado como Alonso no se le escapa.

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