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La segunda vida de menores y familias de acogida: “Me sentía sola y ahora tengo el apoyo de una familia que siempre está”

Amaia, madre de acogida abraza a Paula con quien viven desde hace cuatro años

Maialen Ferreira

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Paula tiene 17 años y lleva desde los 13 en una familia de acogida, la de Amaia. Antes, pasó por un centro de menores. Sonríe cuando le preguntan qué supone para ella vivir con Amaia. “Para mí, es algo esencial”, sentencia mientras los ojos de ambas se humedecen. “Al llegar a la casa me sentía perdida. No entendía por qué no podía estar con mi familia. En el acogimiento ha habido momentos muy difíciles, pero también muy bonitos. Merece muchísimo la pena. A día de hoy, después de cuatro años, sé que si me volvieran a ofrecer el acogimiento diría que sí una y otra vez. Antes de ser acogida estuve en un centro de menores, pero la experiencia no tiene nada que ver. En un centro estás con educadores y más niños, pero te sientes sola, no tienes a nadie. Si tienes un mal día y quieres desahogarte tienes a educadores, pero no sientes ese apoyo que se siente dentro de una familia. Amaia está siempre y eso es algo esencial. Me ha ayudado mucho saber que siempre va a estar ahí”, confiesa antes de abrazarla.

Para Amaia ser madre de acogida es un compromiso, pero también algo que da sentido a su vida. “Es algo que te cambia la vida. Desde que Paula está con nosotros yo siento que he crecido como persona. Le ofrecemos estabilidad, tranquilidad, cuidados básicos y, lo más importante, la presencia. Estás ahí siempre para ella. Hay momentos en los que crees que no vas a ser capaz o que dudas porque no sabes qué persona va a entrar en tu casa. Es un proyecto de vida, pero es algo muy positivo”, reconoce. Ambas recuerdan cuando Paula llegó y el primer año, cuando tenían discusiones, la menor le preguntaba “¿Me vas a devolver?”. “Cuando te han abandonado una vez, crees que puede volver a pasar”, sostiene Paula, que pese a estar al borde de los 18 años le dice a Amaia con una sonrisa: “No te vas a librar de mí”.

Hay distintos tipos de acogimiento familiar, al igual que hay diferentes perfiles de menores que necesitan una familia de acogida. La de Amaia y Paula se trata de un tipo de acogida especializada y se lleva a cabo cuando el menor requiere unas necesidades especiales. En estos casos el acogimiento lo realiza una persona con formación y experiencia en el ámbito social, ya sea educadora, trabajadora social o psicóloga. Más allá de la acogida especializada existen la permanente y la urgente. Desde la Diputación de Gipuzkoa alertan de que hay una mayor necesidad de familias de acogida urgente, para niños y niñas que necesitan una atención inmediata mientras se valora si van a poder volver con sus familias o la medida de protección que mejor se ajusta a sus necesidades.

Cuando teníamos discusiones, le preguntaba "¿Me vas a devolver?” porque cuando te han abandonado una vez, crees que puede volver a pasar

Paula Menor en una familia de acogida

Lourdes lleva varios años siendo madre de acogida urgente. Ella y su marido tomaron la decisión una vez se jubilaron. En su caso, tienen dos hijos biológicos y por su familia han pasado otros seis menores, todos ellos recién nacidos. “Lo más difícil es tomar la decisión y empezar, pero el camino es muy sencillo, te sientes muy arropada en todo el proceso porque hay educadores que vienen a realizar visitas y te ayudan en lo que necesites. Es algo muy satisfactorio. Eso sí, siempre tengo presente que se tienen que ir, pero la despedida es dulce, porque los dejo en manos de familias maravillosas”, explica Lourdes.

En el acogimiento urgente el menor pasa aproximadamente 6 meses con la primera familia y después, dependiendo de las necesidades que tenga y de la situación de su familia biológica, se valora si se marcha con una segunda familia de acogida, la permanente. Para llegar a este proceso ambas familias se conocen y pasan una temporada con el menor para que la adaptación sea lo más sencilla posible. “En mi caso, como siempre han sido bebés, no suelen ser conscientes de lo que ocurre y, como ya se conocen, se van contentos a la otra casa”, reconoce Lourdes. La primera familia crea un álbum con esos primeros momentos del niño, como navidades o cumpleaños y éste se lo lleva a su nuevo hogar para que no pierda esos recuerdos.

Las familias permanentes pueden ser temporales cuando las familias biológicas tienen un pronóstico de recuperación positivo, o incierto, y se espera que con ayuda profesional puedan recuperar la tutela de sus hijos en un plazo de dos años. En el caso de que no exista previsión de retorno a la familia de origen, la acogida se convierte en indefinida.

Siempre tengo presente que se tienen que ir, pero la despedida es dulce, porque los dejo en manos de familias maravillosas

Lourdes Madre de acogida

Aitzol es padre de acogida permanente de una niña que ahora tiene cuatro años. En su caso, su pareja y él tomaron la decisión de acoger menores en la pandemia. “Durante el confinamiento por la COVID-19 nos dimos cuenta de que éramos unos privilegiados, que había personas que estaban realmente mal. Hay personas que nacen con estrella y otros estrellados y pensamos que acoger a un menor iba a ser nuestra forma de devolverle a la sociedad la estrella que nos había tocado”, explica.

Para él, lo más complicado es cambiar el chip. “No se trata de que nosotros vayamos a tener un niño o una niña, se trata de que esa niña necesita y va a tener una familia”. Otra de las cuestiones difíciles con las que se ha encontrado en el camino es la “mochila” que el menor carga consigo a raíz de las situaciones que ha vivido con su familia biológica y en el proceso de acogimiento. “Muchos de ellos sienten abandono o tristeza. Traen una mochila y a veces no puedes dejar de pensar en ello y ves ciertas actitudes y no sabes si son porque es una niña o porque trae esa mochila. Pero no tienes que pensar en ti, sino en ella y en lo que ella necesita. Nosotros le damos un lugar seguro, una familia, un hogar, un sitio estable que por mucho que se muevan otros factores va a estar ahí para ella”, reconoce.

Nosotros lo único que podemos hacer es cuidarles, darles cariño, un hogar y, si el vínculo es sano y fuerte, por mucho que cumplan 18 años no se irán de nuestras vidas

Aitzol Padre de acogida

Las familias de acogida permanentes pueden quedarse con los menores hasta que sean mayores de edad. Después, pueden escoger qué camino quieren recorrer, ya sea con su familia biológica, con su familia de acogida o solos. “Mucha gente nos dice que no es nuestra hija y que va a volar. Pero nuestros hijos tampoco son nuestros, no nos pertenecen y también van a volar. Y eso es algo positivo, porque tienen que crecer y seguir con su vida. Nosotros lo único que podemos hacer es cuidarles, darles cariño, un hogar y, si el vínculo es sano y fuerte, por mucho que cumplan 18 años no se irán de nuestras vidas. Ni los hijos biológicos ni los de acogida”, señala.

Al menos 60 niños y niñas necesitan una familia de acogida solo en Gipuzkoa, donde hay cerca de 400 menores acogidos. La cifra en Euskadi asciende a 2.000 menores en familias de acogida. La mayoría de ellos, un 64%, vivían en centros de menores antes de llegar a una familia, entre ellos 17 bebés y 34 niños de entre 4 y 6 años. Desde la Diputación de Gipuzkoa alertan de que lo que más se necesitan son las familias de acogida urgente, pero son necesarias familias de todo tipo. “Si hay alguna familia o persona interesada, que llame a nuestro teléfono sin ningún compromiso”, sostienen desde la Diputación. Las familias reciben una cantidad de dinero suficiente para la manutención del menor acogido, pero según detallan, la acogida de menores no se hace con fines económicos. “Somos conscientes de que es un trabajo que puede resultar duro, por eso hay una compensación económica mensual para las familias de acogida que contribuya a paliar los gastos del niño o niña durante el acogimiento y una ayuda que cubra los costes derivados de las funciones que asume, pero no buscamos que la motivación sea solo económica”, reconocen.

¿Y qué pasa con la familia de origen? Desde la Diputación de Gipuzkoa insisten en que “el que el menor no pueda vivir con su familia, no quiere decir que tenga que perder el contacto con ella”. “La familia de acogida especializada deberá facilitar los contactos de la persona menor de edad con ellos, siempre que se haya valorado como beneficiosos para el niño, niña o adolescente. Asimismo, mantendrán una comunicación periódica para informarles de la evolución de su hijo siguiendo las orientaciones y directrices de las profesionales”, explican.

Para solicitar información está disponible el correo electrónico familiaharrera@gipuzkoa.eus y el teléfono 943112522. En el caso de no poder ser familia de acogida, también existe el proyecto 'Izeba', que consiste en una red de personas o familias voluntarias que actúan como tíos o tías de personas menores tuteladas. Para ello está disponible el correo electrónico izeba@izeba.org y el teléfono 943251005.

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