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Tecnología en la Escuela

Imagen de archivo de un aula con ordenadores

Pablo García de Vicuña

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La fábrica del futuro solo tendrá dos empleados, un hombre y un perro. La función del hombre será dar de comer al perro. La del perro, evitar que el hombre toque los equipos (Thomas Friedman, escritor estadounidense, “Gracias por llegar tarde”)

La tecnología ha llegado para quedarse. Probablemente sean incontables las veces que hemos oído tal expresión. Incluso habrá sido pronunciada por nosotras/os, al calor de lo visto y sufrido en los meses más duros de la pandemia. El confinamiento, el cierre presencial de los centros, la imposibilidad de mantener un contacto diario en las aulas nos convenció de que sólo la tecnología podría auxiliarnos. 

A partir de ese momento y vista la escasez de equipos, terminales, conectividad, la falta de formación en el profesorado, el escaso -por no decir nulo- mantenimiento de las unidades prestadas y cedidas se convirtieron en un clamor de peticiones -aún mantenido- para que las instituciones educativas respondieran sin tardanza ante lo que podía ser un peligro real: el recrudecimiento de la brecha educativa campante ya en muchos centros y municipios. Había que frenar tal distancia y dotar de respuestas escolares que diesen entrada con derecho a quedarse a la tecnología educativa.

Y las autoridades escolares aceptaron el reto. El Ministerio de Educación anunció un ambicioso programa de inversión en digitalización de 1.013 millones€ para la compra de 250.000 dispositivos. El Gobierno Vasco no se quedaba atrás y anunciaba el destino de 106,3 millones€ en tres años como estrategia para la digitalización de la enseñanza. Según esta propuesta, todo el alumnado de la Escuela Pública vasca dispondrá de un ordenador desde 5º de Enseñanza Primaria hasta la finalización de la Enseñanza Secundaria Postobligatoria. Ambos gobiernos, ambas administraciones educativas coincidían en señalar que tales inversiones suponían los desembolsos más importantes en educación de la historia en este apartado tecnológico. ¿Y ya está? ¿Debemos estar ya tranquilos/as?

Algunas dudas aparecen, sin embargo, en el horizonte: ¿conseguirá esta tecnología reducir definitivamente la brecha educativa? ¿Servirá para desarrollar una escuela más igualitaria? ¿Contribuirá a un aprendizaje más humano, más centrado en las necesidades del alumnado? ¿Se ofertará una enseñanza con los mismos contenidos curriculares, ahora servidos en nuevos formatos? ¿Incluirá destrezas para formar en valores?

Un reciente informe editado por COTEC, Fundación para la Innovación, que se hace eco del estudio de ISEAK “¿Cómo afecta la Tecnología de la Educación al rendimiento del alumnado?”, dirigido por Sara de la Rica, ya avanza algunos resultados que inducen dudas. En concreto, utilizando los datos de PISA 2018, el estudio evidencia que un uso muy intensivo de la tecnología educativa por el alumnado debilita su rendimiento académico. Esta situación es menos perceptible entre aquel que hace un uso bajo o medio, que puede incluso verse beneficiado en su rendimiento escolar. Los resultados demuestran que no sólo en España (en todas la CCAA estudiadas) se da tal situación, sino que en los países más avanzados en integración de las TICs en las aulas -como Finlandia o Estonia- el resultado es similar: perjudicial para el rendimiento del alumnado que lo usa frecuentemente. El estudio establece dos conclusiones más: la penalización en el rendimiento es más perceptible entre el alumnado de menor nivel socioeconómico -otra vez- y la mayor incidencia entre el alumnado femenino que entre el masculino.

Hay que saber resistir contra viento y marea al empuje extraordinario que las grandes plataformas educativas trasnacionales están haciendo en este campo de la educación

Tras el análisis, aparecen las propuestas de ISEAK, promoviendo que se generen políticas educativas de un uso adecuado de las TIC con un objetivo concreto: mejorar el rendimiento escolar. Estos planteamientos se trasladan a los centros escolares (seguimiento del profesorado para limitar ese sobreuso (nada por encima de 1-2 sesiones por semana), a las familias (que deberían dejarse aconsejar por el centro escolar en el uso de estas herramientas para evitar el uso abusivo) y las propias instituciones educativas (garantizar una implementación de estos recursos que obedezcan a criterios educativos y no económicos ni publicitarios, con su correspondiente evaluación).

Otro estudio reciente editado por Cole Seguro, “La seguridad de la educación durante el primer trimestre del curso 2020-2021”, realizado por la Plataforma de Infancia y Political Watch y publicado a finales de enero, recuerda en el apartado de Educación digital que las diferencias por tipo de centro y nivel de renta, así como la falta de previsión con respecto al alumnado con necesidades educativas especiales han crecido durante este tiempo. Metodologías poco adaptadas, especialmente con el alumnado más vulnerable o con dificultades de acceso a la información y baja consideración del nivel digital en centros públicos son así mismo rasgos destacables en este estudio.

Por último, una entrevista con el alemán Björn Hassler, una de las voces más autorizadas en la integración de las Tic en la escuela, señala dónde debe estar el punto importante en las inversiones millonarias que se están haciendo en dispositivos digitales: no se toman en cuenta las evidencias científicas que demuestran lo que funciona y lo que no en este mundo tecnológico. Y pone dos ejemplos rotundos: Uno: no se pueden dar tabletas al alumnado de 8 años para que aprendan todo el tiempo por este sistema. “Pueden hacerlo un rato, pero necesitan también moverse, jugar, palpar…” Dos: Confiar sólo en la tecnología educativa que busca el aprendizaje individualizado resta importancia a otras capacidades que deben desarrollarse: hablar, colaborar, debatir en grupo… Hassler finaliza afirmando con rotundidad que no se puede dejar a la tecnología fuera del aula, que el alumnado ha de situarse por delante de los dispositivos y no al revés. Debe estar presente cuando sea necesaria y no crear obligaciones superfluas para ser continuamente utilizada. 

Hay que saber resistir contra viento y marea al empuje extraordinario que las grandes plataformas educativas trasnacionales están haciendo en este campo de la educación. No sucumbir a los terribles cantos de sirena que nos llegan, aprendiendo a encontrar el momento adecuado para la utilización no sólo aumentará nuestra capacidad de independencia, sino que servirá de referencia para ese alumnado anestesiado que necesita atención y motivación al margen de dispositivos estrella, a través de una actitud reflexiva y crítica. ¿Por qué directivos/as y trabajadores/as de empresas tecnológicas de Silicon Valley restringen el uso de esta tecnología en casa, retrasan al máximo la edad de exposición a las pantallas y llevan a sus hijas e hijos a escuelas convencionales?

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