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Si una mariposa bate sus alas en Mallorca...
“Una mariposa bate sus alas en Sri Lanka y provoca una tempestad en California”. Igual el eslogan de presentación del concepto más popular de la teoría del caos se pasa de peliculero, incluso para los que llevamos un tiempo viviendo en una distopía. Probemos con otra cosa: “un grupo de jóvenes participan en un macrobotellón en Mallorca y provocan el cierre del ocio nocturno en Pontevedra”. Bingo.
Hace tiempo que ningún fantasma recorre Europa (las giras de los grandes grupos de pop se cancelaron por la COVID) y con tanto campo de golf y tanto chalé adosado pre-Lehman Brothers ya no hay posibilidad de que una ardilla cruce la Península saltando de árbol en árbol; pero el coronavirus aún puede atravesar miles de kilómetros saltando de imprudente en imprudente. Llevamos tanto tiempo culpando a los más jóvenes de cualquier brote que aparecía que, por una cuestión estadística, algún día teníamos que acertar. Y fue en el descuento...
La reapertura del ocio nocturno dejó imágenes que no se creería ni Roy Batty: colas de un centenar de personas ante la discoteca Ruta... de día. Si los columnistas cipotudos de Madrid pueden hablarnos de los antros que frecuentan, como si nosotros también fuésemos clientela habitual, dejadme que evite replicar a escala ese centralismo. Para eso bastan un par de datos sobre ese templo de la madrugada picheleira -compostelana-, que aquí nos sirve sobre todo como metáfora.
El Ruta (que perdió el 66 por el camino) era desde hace décadas el sitio para acabar para aquellos a los que se les hacía muy cuesta arriba llegar hasta el after pero no querían retirarse después del Maycar. Las cosas a sus puertas son legendarias, pero la única posibilidad de pillar allí un rayo de Lorenzo exigían esperar a que acabase la música y se apagasen las luces. Y, si eso pasaba, era conveniente no haberse olvidado las gafas de sol, a riesgo de que te pasase como al vampiro del anuncio aquel de Ray-Ban.
Pero eso era antes, claro. Esta vez aún era de día, faltaba una hora para abrir y había un centenar de personas esperando. Fue entonces cuando el comportamiento de un grupo de exaltados provocó que el aguerrido personal del Ruta decidiese echar por la calle de en medio y mantener el local cerrado como un búnker. Con la de cosas que habrán visto sin inmutarse en la vieja normalidad -a esas horas en las que la gente respetable apura la recta final de su sueño- y un simple alboroto en la fila llega para convertirlos en Gandalf ante el Balrog: “¡No-Podéis-Pasar!”. Queda claro que el virus aún asusta más que una panda de borrachos enervados. Y eso es bueno. Por juntar dos clásicos, un gran poder conlleva una gran responsabilidad y no todos los héroes llevan capa. Tampoco Spiderman.
Aun así, la situación ha cambiado, y mucho. Los más de dos mil contagiados gallegos no tienen un reflejo en la mortalidad comparable con el de olas anteriores. Entre el lunes y el viernes, el Sergas confirmó dos fallecimientos en Galicia; el último, por cierto, con la pauta de la vacuna completa y la sospecha de un contagio antes de que la inmunización hiciese efecto. Esto no tiene nada que ver con las olas anteriores en las que las residencias de mayores eran auténticos pasajes del terror.
Si prospera la iniciativa de los compañeros de Praza, esa que DomusVI intenta parar en los tribunales, podremos conocer el mapa real de aquella catástrofe; y, de paso, la relación entre el modelo y sus consecuencias. La Xunta, que tanto enredó, debería ser la primera interesada en que se conozcan las cifras de muertos por centro. Por lo menos si su promesa de reformular el sistema de cuidados va en serio y no es un discurso vacío como aquel que nos hablaba de la necesidad de refundar el capitalismo tras la crisis de 2008...
Pero, entretanto, vayamos a lo fácil. Por ejemplo: el botellón. Sí, de nuevo. Es como la enésima secuela de una de esas pelis palomiteras en las que el villano resucita una y otra vez. Pero, en esta ocasión, la publicidad nos diría que vuelve “más poderoso que nunca”. Y tendrían razón, porque a los problemas tradicionales de esa forma de ocio (el ruido, el dejar el escenario como el paisaje después de una batalla, el consumo de alcohol sin beneficio para la hostelería, esa forma fluida e improvisada de relación que preocupa a las personas de bien... ) se suma el riesgo de transmisión del virus en el único segmento de la población aún sin vacunar.
Y conste que no es que sean menos prudentes -lo demostraron de sobra durante este último año y pico-, es que son, simplemente, los últimos de la lista. Y ahí los tenemos, como la ardilla que midió el viento antes de saltar al siguiente árbol, sin tener en cuenta que una mariposa acababa de agitar sus alas en Mallorca.
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