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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

El mundo se adaptó al ritmo de los que nunca somos normales, pero ahora volvemos a la pesadilla

La herencia cultural y poco entendimiento social inciden en depresión juvenil

David H.

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Volví al trabajo tres días antes del confinamiento después de una baja por una crisis ansioso-depresiva que me duró casi tres meses. Al principio lo tomé como una revancha, por fin el mundo se adaptaba al ritmo de los que nunca somos normales. Sin embargo una parte de mí no dejaba de juzgarme y repetirme que estaba siendo muy egoísta. Ahí afuera había gente muriendo y matándose por salvarnos mientras yo vivía un sueño. ¿Estaría siendo yo el miserable Cottard de esta Peste?

Con ayuda de mi psicóloga establecí unas nuevas rutinas a las que no me costó adaptarme, por mi enfermedad mental necesito mantener una constancia que me dé estabilidad. Estaba mucho más concentrado y extrañamente más animado y preocupado por la gente que ahora era vulnerable; tampoco tenía problemas con los horarios que me había establecido y podía estar horas con algún libro o alguna película que tuviera pendientes, pero, sobre todo, mi sueño se reguló por sí solo.

Por primera vez sentía que era yo quien tenía el mando de mi vida. Pero las voces seguían ahí. Durante estos meses en los que la gente no se sentía productiva o teletrabajaba yo no paraba de analizar qué era lo que me pasaba, si era una mala persona de verdad, o un vago porque solo quería dedicarme a leer y no me daba miedo salir a la calle aunque hubiera un virus por ahí que pudiera enfermarme o matarme.

Pero fingía y si había que decir que tenía miedo lo decía, si había que decir que estaba bien en mi piso interior de 30 metros cuadrados sin balcón, lo decía, aunque a pesar de todo tuviera días en los que también me subiera por las paredes. Cualquier cosa con tal de no seguir siendo juzgado.

De repente llegaron las desescaladas, la locura por empezar a retomar una vida perdida. Dejar de remar todos a una y en la misma dirección -llegué a creerme que esto nos cambiaría como sociedad, fui de esos ingenuos- hizo que yo también empezara recuperara mi normalidad: sueño descompensado, pesadillas, pastillas para la ansiedad a diario y para estar dormido, frustración al ver la hipocresía de la gente, me volvía a costar concentrarme... así que me encerré en mi habitación, desconecté prácticamente al 100% de las redes sociales y me metí en la cama porque me era difícil incluso hablar y lo peor: retornaron las ideas suicidas.

He entendido que para poder seguir adelante debo admitir que la nueva normalidad no existirá, será la antigua pero con mascarilla a juego con la ropa y desinfección constante hasta que alguien se haga con una vacuna y podamos volver a reventarlo todo otra vez. Que el año que viene nos habremos adaptado y nos habremos olvidado de todo. O no, pero seguiremos girando sobre la rueda porque es lo que tenemos que hacer y calladitos.

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