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El día que la Unión Europea dejó de ser la que era tras aprobar el Brexit

Theresa May.

Andrés Gil

Reino Unido nunca fue un socio comunitario como el resto. Siempre ha tenido un ojo puesto en Estados Unidos. Quizá por el idioma, por la insularidad o porque fue metrópoli de los americanos, Londres nunca terminó de entregarse en el proyecto institucional comunitario como los demás.

Londres entró en el proyecto comunitario en 1973, pero en cuanto Margaret Thatcher llegó a Downing Street estuvo mucho más interesada en fundar el nuevo liberalismo con su colega Ronald Reagan que en construir un proyecto Europeo. Reino Unido participó de la creación de la Unión Europea al albur del tratado de Maastricht, pero nunca tuvo una mínima duda de que jamás perdería la libra en favor del euro.

Los británicos estuvieron en el bando ganador en la Segunda Guerra Mundial, sufrieron los bombardeos nazis sobre Londres y son miembros del consejo de seguridad de Naciones Unidas. Pero no han compartido de la misma manera el modelo del Estado del Bienestar continental, ni siquiera el acervo antifascista constituyente de muchos países europeos. 

“Por fin podremos decidir que a nuestro país se entra por las habilidades, y no por el país de donde vengas, y nuestros impuestos se gastarán en nuestro país, recuperaremos el control de nuestras fronteras y nuestras leyes, y podremos mejorar la sanidad, nuestros empleos y nuestras empresas”, decía este domingo la primera ministra británica, Theresa May, tras la cumbre de jefes de Gobierno de la UE. Es decir: por fin Reino Unido podrá ponerse a sí mismo por delante del resto, por fin será “great again” sin el lastre de la UE, y no se distraerá con los problemas de sus vecinos. 

Los 27 han sancionado este domingo el acuerdo de 585 páginas acordado después de año y medio de negociaciones para el divorcio “ordenado”, pero eso no quiere decir que Reino Unido el lunes esté fuera de la Unión Europea.

La fecha en la que está prevista la salida de Reino Unido de la UE es el 29 de marzo de 2019, dos años después de que Theresa May pulsara el botón de desconexión comunitaria. Ahora bien, lo que se ha aprobado este domingo permite a May ir al Parlamento británico con un acuerdo respaldado por su Gabinete y por las instituciones europeas con un mensaje añadido. “Este es el mejor y el único acuerdo posible”, como ha dicho el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Y como ha reproducido May tras el Consejo Europeo. 

A partir de aquí, May llevará su acuerdo a Westminster, un acuerdo que se ha calentado aún más en la última semana por el tira y afloja de Gibraltar. Muy sentido para los españoles, pero también para los ingleses, que han recibido munición extra para disparar contra el acuerdo.

La votación en el Parlamento británico se prevé para diciembre, y a Theresa May no le salen las cuentas por el rechazo de parte de su partido, el Conservador; y también por el rechazo del líder laborista, James Corbyn, así como de los unionistas del Ulster, que le sostienen en Downing Street. 

May se está fajando por defender las bondades del acuerdo y el pragmatismo de que no se puede alcanzar otro. Si con eso no le basta y pierde la votación, el acuerdo de este domingo seguramente sea papel mojado: May se verá obligada a convocar elecciones. Y, salvo que las ganara con una mayoría más amplia que la que tiene, el 29 de marzo el divorcio será sin acuerdo... A menos que el nuevo Gobierno de Downing Street eche marcha atrás y anule el Brexit o convoque otro referéndum y ganen quienes no quieren irse de la UE.

Este domingo la Unión Europea ha dejado de ser la que era: porque ha aprobado el primer divorcio de su historia, porque ha preparado la salida de uno de los suyos y porque lo que está por venir es territorio desconocido.

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