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En 100 días de gobierno, Trump enterró las promesas de una alianza con Rusia

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Agustín Fontenla

Como sucede con los restos de nieve en las calles moscovitas en abril, las expectativas de que Estados Unidos y Rusia recuperen su deteriorada relación se han ido diluyendo progresivamente. En los primeros 100 días al frente de la Casa Blanca, el mandatario norteamericano ha dado un giro de 180 grados en asuntos que atañen sensiblemente a su histórico adversario.

Lejos han quedado los tiempos en que Steve Bannon era un consejero prioritario de Trump, y aparecía junto a él en el Despacho Oval, como durante la primera conversación telefónica entre el mandatario estadounidense y su colega ruso. La web Breitbart dedicaba un largo artículo a dar cuenta de ese diálogo y resaltaba las declaraciones amistosas de Putin. Un trato distinto, al que dispensaba, por ejemplo, a la canciller alemana, Angela Merkel, de quien sugería que llamaba a combatir el terrorismo yihadista con villancicos navideños.

Ahora, Bannon parece haber caído en desgracia por oponerse a Jared Kushner, el influyente yerno de Trump.  

Otros tiempos eran aquellos en que el secretario de Estado, Rex Tillerson, era galardonado en su época de consejero delegado de Exxon con la medalla de la Orden de la Amistad de Rusia por el propio Putin. Ahora, Tillerson puede afirmar sin que le tiemble el pulso que “está bien probado” que Moscú interfirió en los comicios presidenciales de su país, o bien que “Rusia es cómplice o simplemente incompetente” por el uso de armas químicas por el gobierno sirio.  

Transcurridos 100 días de la gestión de Trump, que se cumplen este viernes, el asunto que con mayor evidencia refleja el cambio de postura del presidente estadounidense respecto de Rusia es, precisamente, la guerra en Siria. 

En una entrevista en Fox News, al poco de asumir el cargo, el impulsivo empresario concentraba sus promesas en combatir el terrorismo yihadista, y abría la puerta a que fuera con el apoyo ruso. “Si Rusia nos ayuda a combatir al ISIS, que es una batalla importante, y el terrorismo en el mundo entero, eso es algo bueno”, afirmaba. 

Sin embargo, esa posibilidad se esfumó en las últimas semanas, después del ataque norteamericano con 59 misiles Tomahawks contra una base militar aérea del Gobierno sirio. Una medida que Trump tomó como represalia a un ataque químico perpetrado, según sus palabras, por el “carnicero” Bashar Al Asad en la provincia de Idlib, donde más de 70 civiles perdieron la vida.

Después de señalar al líder sirio como responsable, Trump reconoció que su postura era diferente a la que tenía antes de las elecciones, cuando sostenía que Asad quizás fuera mejor que los insurgentes a los que apoyaba en aquel momento Estados Unidos. 

“Mi actitud hacia Siria y Asad ha cambiado mucho. Ahora hablamos de otro nivel muy diferente”. En cuanto a Rusia, Trump afirmaba, “Vladímir Putin está apoyando a una persona verdaderamente diabólica”.

Después del bombardeo norteamericano, Putin afirmó que “al menos en términos militares, las relaciones entre Rusia y Estados Unidos estaban peor” desde la llegada de Trump a la Casa Blanca. 

Paradójicamente, el presidente de Estados Unidos coincidía: “El vínculo con Rusia quizás se encuentre en su mínimo histórico”. 

El último capítulo de las diferencias entre Rusia y Estados Unidos por la guerra siria sucedió esta semana y está vinculado al ataque químico en Idlib.

Después de que el ministro de Exteriores de Rusia, Sergéi Lavrov, acordara que su par estadounidense apoyara una investigación de la Organización por la Prohibición de Armas Químicas (OPCW por sus siglas en inglés) para investigar a los responsables de la virulenta ofensiva, Washington anunció una nueva serie de sanciones contra el Gobierno sirio.

Las sanciones son, quizás, la herramienta diplomática que mayor irritación genera en Moscú. Rusia las sufre desde la guerra en el sur este de Ucrania, y esperaba que con la llegada de Trump, finalmente fueran levantadas. 

En el caso de Siria, se opuso a ellas, y a señalar a Asad como culpable, y en respuesta, el Ministerio de Exteriores publicó un documento en el que apuntó directamente contra los países de Occidente por ser “muy conscientes” de que los rebeldes que ellos apoyan “conservan armas químicas” y son capaces de utilizarlas.

Rusia acusa a Washington

Entre las autoridades rusas, uno de los responsable del cambio de postura de Trump es el establishment de Washington. En una entrevista, publicada en el periódico independiente ruso Kommersant, el viceministro de Exteriores de Rusia, Sergei Ryabkov, anunció que su país propuso a Estados Unidos reactivar un canal alternativo, sin papeles (“non paper”), para discutir determinados asuntos. Un mecanismo que anteriormente se utilizó, y que sirve para evitar que los intercambios tengan el estatus de comunicaciones oficiales entre los dos Estados. 

La activación de ese canal, explicó el diplomático, se llevaba a cabo porque Moscú no quería hacer nada “que pudiera generar molestias al otro lado”. Y agregaba: “En momentos en que todo lo que está conectado con Rusia y las relaciones con Rusia, por desgracia, en Estados Unidos, y especialmente en Washington -que no siempre es favorable a la normalización de las relaciones bilaterales-, es percibido como algo tóxico”. 

Vladímir Frolov, experto ruso en Relaciones Internacionales, señala que “el establishment en Washington está buscando una corrección de las políticas rusas en Siria”. Se refiere a que Moscú retire su apoyo a Asad.

Es una exigencia de la Administración norteamericana anterior (Obama) que Rusia nunca se mostró dispuesta a considerar. En efecto, el Kremlin esperaba que con la llegada de Trump, el diálogo se concentrara en combatir al grupo terrorista ISIS, y no en desterrar al presidente sirio.

Una análisis similar se escuchó en los debates que una serie de think tanks afines al Kremlin celebraron en la capital rusa, entre los que figuraba el RISS (Russian Institute for Strategic Studies), señalado en una publicación de Reuters por supuestamente elaborar un documento para interferir en las elecciones de Estados Unidos a pedido de Putin. 

“Muchas contradicciones entre Rusia y los Estados Unidos están arraigadas en Siria”, puntualizaron. Y explicaron que “el objetivo principal del gobierno de Obama era eliminar a Asad”, cuya visión Moscú parecía haber logrado modificar. Sin embargo, “Trump vuelve ahora a plantear la misma postura”.

A medio plazo, los analistas del Kremlin afirman que “no habrá un acercamiento en decisiones como Siria, Ucrania y otros asuntos”. “Ahora, Trump, está tratando de probar que no es una marioneta, cuando anteriormente fue acusado, prácticamente, de ser un espía ruso”, afirman.

Según Frolov, el viraje realizado por la Casa Blanca se debe a que “antes de las elecciones, Trump no tenía una política respecto a Rusia; mientras que ahora tiene una, bastante realista, pero que no es del agrado de Moscú”.

El mandato del presidente Trump apenas ha empezado, pero la guerra en Siria ha vuelto a poner sobre la mesa las diferencias y el recelo que existieron durante los últimos años entre Moscú y Washington. Una dinámica que, le guste o no al nuevo presidente de Estados Unidos, recuerda mucho a los tiempos de Barack Obama.

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