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Islandia, el país gobernado por Los Verdes que no se pone de acuerdo para frenar las emisiones de CO2

Vista de Reikiavik, Islandia.

Òscar Gelis Pons

Copenhague —

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La izquierda ecologista, con la primera ministra Katrín Jacobsdóttir al frente, y la derecha conservadora tradicional se encaminan a formar gobierno de nuevo en Islandia. Las encuestas no predecían la repetición de esta coalición inédita que ha unido en la última legislatura al Partido de Izquierda Verde (Vinstri græn), con el Partido de la Independencia (Sjálfstæðis), y el Partido del Progreso (Framsókn). Pero los resultados de las elecciones parlamentarias del 25 de septiembre confirman que los tres partidos no tienen más remedio que continuar entendiéndose en el futuro para formar un gobierno estable en el país nórdico.

El debate sobre la crisis climática y las propuestas para reducir las emisiones de CO2 fueron el tema central en las elecciones, junto con la privatización del sistema sanitario, después de la pandemia. En los últimos años, la sobreproducción de energía eléctrica y el futuro de las industrias pesadas, como las fundiciones de aluminio, han sido seriamente cuestionados por el partido de la primera ministra Jacobsdóttir.

Los Verdes denuncian que estas industrias generan el 48% del total de las emisiones de dióxido de carbono, provocando que Islandia se sitúe en la lista de países que más gases de CO2 emite per cápita en el mundo, a pesar de contar solamente con una población de 230.000 habitantes.  

Jón Ólafsson, profesor de la Universidad de Islandia, analiza el retroceso electoral del partido de Izquierda Verde pese a la popularidad de Jacobsdóttir. La primera ministra ha contado con unos socios de gobierno que no priorizan las políticas climáticas, pero estos han visto reforzada su postura y han conseguido ser la primera y la segunda fuerza política del país. 

“En cuatro años, ninguno de los tres partidos en el Gobierno ha podido realmente desarrollar su programa electoral, y esto ha provocado que, por ejemplo, en políticas climáticas, los Verdes estén encajados en una coalición que no les favorece para nada”, dice Ólafsson.

Sin políticas concretas

Después de un verano excepcionalmente caluroso –en los parámetros islandeses–, con un récord de 59 días con temperaturas superiores a los 20 grados, los primeros chubascos de aguanieve de septiembre cayeron la semana pasada sobre Reikiavik. Las organizaciones ecologistas alertan del derretimiento a causa de las altas temperaturas de los glaciares de la isla, cuya superficie se ha reducido unos 800 kilómetros cuadrados en los últimos 20 años y se prevé que puedan desaparecer por completo en los próximos 200 años. 

“Los ocho partidos con representación en el nuevo parlamento reconocen la amenaza del cambio climático, pero cada uno le da un grado de importancia distinto”, dice Eiríkur Bergmann, profesor de Ciencias políticas de la Universidad de Bifrost.

Por ejemplo, el Partido Pirata –sexta fuerza– apostaba en su programa por potenciar la dieta vegana entre la población o por cambiar los subsidios públicos a los agricultores para producir más verduras y menos carne, unas propuestas que han apoyado otras formaciones del arco parlamentario tanto de la izquierda como de la derecha. 

Por el momento, en la anterior legislatura se consiguió arrancar el acuerdo en el Parlamento para establecer el objetivo de reducir un 40% las emisiones antes del año 2030 “pero sin concretar dentro de la coalición del Gobierno con qué medidas piensan conseguirlo”, ejemplifica Bergmann.

Una de las soluciones para limpiar el aire en Islandia puede ser la que aporta la instalación –a finales del pasado verano– de la mayor planta en el mundo, diseñada para succionar dióxido de carbono y convertirlo en roca. La planta, situada en el extremo noreste de la isla, puede succionar 4.000 toneladas de CO2 al día, pero los expertos alertan del elevado coste de esta solución, que además consume 27 toneladas de agua por cada tonelada de CO2 que convierte. 

El futuro de las hidroeléctricas 

La empresa nacional de energía Reykjavik Energy, junto con tres plantas de fundición de aluminio y dos industrias más, se han puesto como objetivo ser emisores neutros de dióxido de carbono en los próximos 20 años. El conjunto de estas empresas emite 1,76 millones de toneladas de CO2 al año, a pesar de que todo el sector industrial en el país se alimenta con fuentes de energía renovable, principalmente la hidráulica. 

El derretimiento de los glaciares está favoreciendo a las empresas eléctricas que se nutren de los ríos glaciares para generar una cantidad de energía desproporcionada. El 80% de esta energía se usa para proveer a la industria pesada contaminante. 

Mientras que varios partidos, incluidos los Verdes, apuestan por hacer un mejor uso de las fuentes de energía renovables o parar la creación de nuevas plantas hidroeléctricas, otros sectores ven la gran capacidad del país para producir energía como una oportunidad para atraer más industrias y diversificar la economía. Durante la pasada campaña electoral, el líder de los populistas Partido de Centro, Sigmundur David Gunnlaugsson, llegó a afirmar: “Si el aluminio se marcha de Islandia hacia China, aumentarán las emisiones en el planeta, en cambio, más producción en Islandia es bueno para el medioambiente y para nuestro desarrollo”. 

Auditoría verde a los partidos 

Thorgerður Thorbjarnardóttir, portavoz de la Asociación de Jóvenes Ecologistas de Islandia, denuncia que en los últimos 20 años el paisaje de la isla está cambiando radicalmente debido a la construcción de plantas hidroeléctricas “que no necesitamos y que usan grandes extensiones de tierra destruyendo por completo los ecosistemas”.

Durante la campaña electoral esta asociación de activistas puntuó del 0 al 100 las políticas climáticas de cada partido, dejando en evidencia, por ejemplo, a los dos partidos que forman coalición con los Verdes, que no llegaron a 20 puntos en la auditoría.

“En los últimos años el cambio climático ha cogido mucha fuerza en el debate político, espero que esto sirva para que los partidos se sientan presionados por la sociedad y tomen medidas más concretas”, dice Thorbjarnardóttir. “Somos un país desarrollado y con increíbles recursos. Como país rico, tenemos la responsabilidad de ser un ejemplo en combatir el cambio climático”.

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