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The Guardian en español

La construcción de una presa traerá agua pero también conflicto a la desértica frontera afgana

El gobierno afgano planea construir una presa para estimular la agricultura y las formas de sustento en una región que se gana la vida principalmente con el contrabando, tanto de drogas como de personas

Sune Engel Rasmussen

Chahar Burjak, Nimruz —

En un rincón del desierto al sur de Afganistán, abrasada por el calor y vapuleada por las tormentas de arena, se encuentra Nimruz, una de las provincias más remotas y anárquicas de Afganistán. La provincia recibe poca ayuda internacional, tiene poca presencia del Estado, y es también una de las menos desarrolladas.

Hay esperanzas de que Nimruz progrese, pero esa esperanza está ligada al agua, un recurso natural que también podría provocar un conflicto regional.

El gobierno afgano planea construir una presa para estimular la agricultura y las formas de sustento en una región que se gana la vida principalmente con el contrabando, tanto de drogas como de personas.

Como muchos de los recursos sin explotar del país, el agua tiene un verdadero potencial. De sus ocho millones de hectáreas de tierra fértil, Afganistán solo cultiva dos millones y el 80% de la electricidad del país proviene del exterior. Según el encargado del proyecto, Mohammad Nabi, la presa, llamada Kamal Khan, podría irrigar 175.000 hectáreas de tierra.

El problema es que la construcción de la presa puede irritar al país vecino, Irán, preocupado por la lentitud con la que el río afgano Helmand está llegando a su lado de la frontera. Varios funcionarios de Nimruz han acusado a Irán de pagar a grupos talibanes del lugar para sabotear el proyecto.

“Cuando comiencen a construir la presa, seguramente empeorará la seguridad”, explica Ali Ahmad, un joven policía que vigila la obra. Ahmad estaba a cargo de un rudimentario puesto de control con vistas a la niebla de arena del interminable y árido desierto. “Irán no nos permitirá construir la presa, pero estamos listos para luchar”.

El agua, un campo de batalla

En otra época Irán y los talibanes eran archienemigos, con el agua como uno de sus campos de batalla. Cuando estaban en el poder, los talibanes cerraron las compuertas de la presa Kajaki, en Helmand, y cortaron el suministro de agua a Irán entre 1998 y 2001. Coincidió con una sequía y trajo consecuencias devastadoras para el medio ambiente. Los humedales se secaron y los habitantes del lugar emigraron masivamente. En 2001, tras la caída del gobierno talibán, Irán pidió a la ONU que intercediera para que Afganistán liberara el agua.

Sin embargo, desde 2001 Irán y los talibanes han desarrollado una relación pragmática. El gobernador de Nimruz, Mohammad Sami, dijo que cuando un dron estadounidense acabó con la vida del mulá Akhtar Mansour sobre una carretera paquistaní en mayo, el líder talibán estaba regresando de una visita a Irán. Sin meterse en detalles, también dijo que el apoyo iraní hacia los talibanes era “muy evidente”.

Aunque los lazos entre Irán y los talibanes están bien documentados, en su mayor parte han sido clandestinos. Hasta que en diciembre Irán hizo algo sin precedentes: invitar públicamente a los talibanes a una conferencia islámica en Teherán.

Durante una sesión informativa en el Congreso de EEUU también en diciembre, el jefe de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, general John Nicholson, llegó a acusar a Irán de dar apoyo a los talibanes.

En 2011, un jefe talibán capturado afirmó haber recibido 50.000 dólares y entrenamiento militar en Irán para sabotear la presa de Kamal Khan. En otras zonas de Afganistán, varios funcionarios han hecho acusaciones similares y culpan a Irán por el asesinato en 2010 de un jefe de policía de Herat, donde Afganistán tiene otra importante presa.

Un refugio para traficantes de drogas

El río Helmand nace en la cordillera de Hindú Kush, y fluye a lo largo de 1.120 kilómetros hacia el sur hasta desembocar en los humedales de Hamún, en la frontera entre Irán y Afganistán. En su camino, el río pasa por Chahar Burjak y por la presa de Kamal Khan.

No es fácil llegar hasta el lugar: en coche es un viaje de dos horas desde Zaranj, la capital provincial, por un terreno complicado sin señalización ni caminos y, a menudo, en medio de tormentas de arena.

Nimruz es un refugio para los traficantes de drogas y para los contrabandistas de migrantes que viajan ocultos por la arena que el viento levanta como si fuera humo, haciendo al cielo y a la tierra casi indistinguibles.

La presa no parece gran cosa aún. Las primeras dos etapas eran simplemente construir una pared y reforzar un dique. Todavía no ha empezado la tercera, que incluye la instalación de tres turbinas y una central eléctrica, además de la excavación de miles de kilómetros de canales. La presa tendrá un costo estimado de casi 100 millones de dólares y se prevé terminarla en cuatro años.

La zona parece abandonada salvo por los 300 policías. Algunos viven hace años allí. Según el comandante Maj Fazal Ahmad Zori, es una fuerza considerable pero necesaria: los talibanes tienen armas y dinero iraní, y pueden cruzar fácilmente la frontera para reabastecerse y recuperarse.

Hekmatullah, el comandante de uno de los puestos de control, contó que el año pasado sufrió el ataque de unos 60 combatientes talibanes en camionetas. Sus hombres tuvieron suerte y solo sufrieron heridas. Pero Hekmatullah cree que el enfrentamiento aumentará cuando comience el trabajo en la presa.

El agua ha sido motivo de disputa durante décadas pero en los últimos años las tensiones se han avivado porque Afganistán ha redirigido parte de la ayuda internacional hacia proyectos de desarrollo.

Un acuerdo para compartir el agua

De hecho, los dos vecinos tienen desde 1973 un acuerdo para compartir el agua, que obliga a Afganistán a enviar a Irán al menos 22 metros cúbicos de agua por segundo al año. Ahora los dos se acusan mutuamente de haber roto ese acuerdo.

En octubre de 2015 cuando un grupo de parlamentarios iraníes instó a su ministro de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, a que exigiera más agua a Afganistán, el diplomático respondió que Afganistán había cumplido su parte del acuerdo de forma “inadecuada e inconsistente”.

Mientras tanto, un portavoz del ministro afgano de Energía y Recursos Hídricos, Abdul Basir Azimi, decía que Afganistán pretendía hacer valer el acuerdo.

Andrew Scanlon, director de la división afgana del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), no tiene dudas sobre el potencial del agua para convertirse en un motivo de desarrollo sustentable en Nimruz. En su opinión, “el tema central son las negociaciones políticas”.

Pero la diplomacia por ahora está dormida. En un informe reciente, el centro de estudios Atlantic Council sostuvo que Kabul y Teherán prefieren incitar la enemistad entre sus pueblos antes que negociar.

“A pesar de la necesidad imperiosa de mejorar la gestión del agua y su infraestructura, por razones políticas los dos bandos han fracasado a la hora de informar a sus respectivos ciudadanos de manera correcta y les han proporcionado información tendenciosa”, publicó el Atlantic Council en un informe que también pide la mediación de los Estados Unidos.

Sami, el gobernador de Nimruz, se niega a hablar en público sobre el significado de lo que se percibe como una amenaza de Irán. “Este es nuestro derecho”, dijo. “Si tenemos agua, el clima de la región cambiará. Si Irán no está contento, es problema de ellos”.

Traducido por Francisco de Zárate

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