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Mi experiencia como intérprete de terroristas y criminales

Dibujo de una de las vistas preliminares de un juicio militar en Guantánamo el 5 de mayo de 2012. Las fotografías de las audiencias están prohibidas. Copyright: JANET HAMLIN/AFP/GettyImages

Lauren Shadi

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Soy una persona habladora, capaz de conversar con cualquiera. Pero como intérprete profesional de francés en el sistema penal británico, cada día puedo ser la voz de una persona diferente. He traducido para asesinos y para sospechosos de terrorismo.

Recuerdo mi primer trabajo en un tribunal de justicia. Tenía 27 años y estaba en el banquillo de los acusados junto a una traficante de drogas a la que habían pagado por meter cocaína en su maleta desde Sudamérica. Era más o menos de mi edad y tenía un hijo. Sentí los latidos de mi corazón antes de abrir la boca para traducir.

El veredicto de cada uno de los casos en los que participo depende de la exactitud de mi traducción. Cuando está en juego la vida o la libertad de una persona, la presión es doble. A ella la condenaron y la metieron en la cárcel.

Traduzco textualmente y en primera persona. Omitir o añadir algo distorsiona el diálogo. Debo encontrar el registro adecuado y las palabras correctas, además de reflejar la emoción y la entonación. Los silencios también importan. Todo forma parte de la forma en que conversamos y, en un mensaje, la forma puede cambiarlo todo. A veces me siento un poco actriz. Una vez hablé por un médico acusado de homicidio y desesperado por demostrar su inocencia. Ese día, sentí que me convertía en él.

Los matices culturales pueden ser clave. Sabemos que “mon frère” significa “mi hermano” pero en las culturas africanas también puede significar “mi amigo”. En un caso de asilo, que sea un hermano o un amigo el que debe sacar a alguien de la cárcel puede cambiarlo todo.

No se trata sólo de ser bilingüe, hay que trabajar con jergas diferentes. Manejarse con la terminología de los tribunales no es lo mismo que hablar en nombre de alguien que solicita asilo ante una Consejería, o en nombre de un niño ante el logopeda, donde el profesional necesita mi traducción correcta para formarse una opinión adecuada.

Tengo una licenciatura en francés, un máster de traducción y un título en interpretación para el servicio público que me habilita para traducir ante la policía, el gobierno local, la sanidad y el sistema jurídico. Un día me puede contratar un equipo de fútbol de la Premier League para que traduzca a un futbolista al que le han prohibido el consumo de drogas para el dopaje y al día siguiente puedo estar sentada en una prisión de alta seguridad.

A lo que más me dedico es a asuntos penales, un mundo ajeno al mío. Me encanta estar ahí escuchándolo todo. Recuerdo dos días que pasé en una sala de la policía por una escucha telefónica de un conocido caso de asesinato sin resolver. En realidad, gran parte del tiempo lo escuchábamos encender la tele o tirar de la cadena, pero la sensación fue de cumplir con un deber cívico.

Las conversaciones de las que formo parte son confidenciales y, en muchas ocasiones, traumáticas. He repetido los detalles explícitos de una agresión sexual, he hablado por una adolescente que había sido forzada a prostituirse y he sido la traductora de una víctima de torturas, pero de nada de eso puedo hablar luego con un amigo al regresar a casa. Tengo que lidiar con todo en mi cabeza y eso a veces no es fácil.

Todo el mundo tiene sus límites. A mí, los temas que más me cuestan son los de salud, sobre todo cuando hay niños implicados porque tengo 36 años y soy madre. Una vez tuve que decirle a una señora que tenía cáncer. Ha sido la única ocasión en que lloré haciendo mi trabajo.

Pero formar parte de estas conversaciones también ha sido un privilegio. He actuado como compañera de parto para mujeres que de no ser por mí habrían estado completamente solas. Durante el trabajo de parto, una solicitante de asilo me preguntó por nombres de bebés. Ese fin de semana yo había visto la película de Peter Pan. Le puso Wendy a su hija.

A menudo estoy en conversaciones que cambian vidas y las dejan en un punto de máxima tensión. Una vez hice de intérprete para un estudiante extranjero arrestado por un accidente en el que había muerto alguien. Estaba petrificado. No sé si terminaron procesándolo o no, pero he pensado mucho en él desde entonces.

Mi trabajo me ha abierto los ojos. Después de haber hablado en primera persona en nombre de solicitantes de asilo a los que habían dejado pudrirse en celdas sin comida ni luz por ser homosexuales o no apoyar a su gobierno, me enfurece escuchar a los que dicen que los refugiados no deberían estar aquí.

Hace poco hablé en nombre de una asustada adolescente durante una entrevista en el Ministerio de Interior británico. Tuve que hacer de todo para aguantarme las ganas de tocarla. Cuando su abogado describió a todos los miembros del equipo que estaban allí para ayudarla dijo lo siguiente de mí: “Lauren es la persona que habla por ti”.

En esas salas no soy la doctora, la policía ni la jueza. Solo soy una persona que se licenció en francés y que ama los idiomas. Me siento honrada de formar parte de esas conversaciones. No podrían tener lugar sin mí.

Traducido por Francisco de Zárate

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