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The Guardian en español

Cómo la guerra de Irak alteró la política estadounidense y propició la aparición de Trump

El entonces presidente estadounidense, Trump, y los expresidentes Obama y Clinton participan junto a sus esposas en un homenaje al fallecido George H.W. Bush en 2018

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Hace 20 años, la teniente coronel Karen Kwiatkowski, empleada administrativa en el Pentágono, se enteró de la existencia de un nuevo departamento secreto llamado Oficina de Planes Especiales.

La oficina había sido creada para producir el tipo de inteligencia que la administración Bush quería oír acerca de las armas de destrucción masiva en Irak. Kwiatkowski, que entonces tenía 42 años, vio de primera mano cómo se confeccionaba la desastrosa guerra.

“Tenía una fe enorme en mis superiores, que por algo estaban allí, que seguramente eran sabios y fuertes y todas esas cosas de cuento de hadas, pero llegué a descubrir que hay gente muy incompetente en puestos muy altos”, dice.

Kwiatkowski, que se convirtió en whistleblower (denunciante) del Pentágono con respecto a la guerra, es ahora agricultora, profesora universitaria a tiempo parcial y candidata política ocasional en el ala libertaria del Partido Republicano en el valle de Shenandoah, Virginia. Dice que era un tanto cínica sobre la guerra y la política incluso antes de ser destinada al departamento de Oriente Próximo y Asia Meridional del Pentágono, en 2002. Pero ver de cerca cómo se socavaba la gobernabilidad de Estados Unidos profundizó su desilusión.

'Podría ir ahora mismo a un Walmart y preguntar a todo el mundo sobre las armas de destrucción masiva en Irak y probablemente tres de cada diez personas, quizá más, jurarían que todo es cierto', afirma Kwiatkowski

“Hay una crisis de fe en este país”, dice Kwiatkowski. “Como siempre, cuando hay estas crisis de fe, surgen líderes populistas, y la aparición de Trump ciertamente respondió a una crisis de fe. Será interesante ver qué ocurre después, porque los estadounidenses tienen mucho menos de qué enorgullecerse de lo que pensamos”.

En general, Kwiatkowski cree que la experiencia de la guerra de Irak ha imbuido a los estadounidenses de un sano escepticismo sobre lo que les dice el establishment, aunque está lejos de ser suficiente.

“Podría ir ahora mismo a un Walmart y preguntar a todo el mundo sobre las armas de destrucción masiva en Irak y probablemente tres de cada diez personas, quizá más, jurarían que todo es cierto”, afirma. “La propaganda pública en este país es supremamente buena”.

El intervencionismo sigue siendo mayoritario

Las cifras de las encuestas de las dos últimas décadas sugieren que la opinión general respecto de la política exterior estadounidense es bastante estable. Cuando el Chicago Council on Global Affairs preguntó a los estadounidenses si “será mejor para el futuro del país que participemos (Estados Unidos) activamente en los asuntos mundiales o que nos mantengamos al margen de ellos”, el 71% apoyaba el intervencionismo en 2002, y el 64% seguía apoyándolo en 2021.

En términos más generales, la invasión de Irak coincidió con un colapso de la confianza pública en el Gobierno, la cual, tras los ataques del 11-S, atravesaba una breve recuperación de la caída disparada por la Guerra de Vietnam. Los datos de las encuestas del Centro de Investigación Pew muestran que el malestar posterior a Irak es más profundo y duradero.

“[La guerra en Irak] dijo, sobre todo a los jóvenes, que no se puede confiar en el Gobierno”, dice John Zogby, otro encuestador estadounidense. “También dijo que el ejército estadounidense, por más que sea el más fuerte del mundo, tiene serias limitaciones, y no puede imponer su voluntad, ni siquiera a países más pequeños”.

Y añade: “Los estadounidenses seguirán yendo a la guerra, pero quieren que sus guerras sean cortas y que marquen una diferencia positiva”.

Todavía hay soldados estadounidenses en misiones antiterroristas en Irak y Siria. La Autorización para el Uso de la Fuerza Militar que el Congreso concedió a la administración Bush en el período previo a la invasión de 2003 aún no ha sido derogada por el Senado, y ha sido citada por las administraciones de Obama y Trump a la hora de justificar las operaciones en la región.

Coleen Rowley, denunciante del FBI que puso al descubierto fallos de seguridad que condujeron a los atentados del 11-S, escribió una carta abierta al director del organismo en marzo de 2003, en la que advertía de una “avalancha de terrorismo” como consecuencia de la invasión de Irak. Ahora, dos décadas después, nadie ha rendido cuentas por los errores fatales.

“Creo que el verdadero peligro es que la propaganda tuvo mucho éxito, y gente como Bush y Cheney han sido rehabilitados”, dice Rowley. “Incluso los liberales han acogido a Bush y a Cheney”.

'En cierto modo, se puede argumentar que Irak es lo que ha llevado a Obama a la presidencia, en lugar de Hillary Clinton', dice Daniel Drezner, profesor de política internacional en la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad de Tufts

Los terribles errores cometidos antes y durante la guerra de Irak no obligaron a nadie a renunciar. Ni George W. Bush ni a su vicepresidente, Dick Cheney, (ni ningún otro alto cargo que impulsara la guerra para después ponerse al frente de una ocupación desastrosa) han tenido que rendir cuentas ante ningún tipo de comisión o tribunal.

Sin embargo, puede decirse que la mancha de Irak alteró el curso de la política estadounidense al perjudicar a quienes habían apoyado la guerra.

“En cierto modo, se puede argumentar que Irak es lo que ha llevado a Obama a la presidencia, en lugar de Hillary Clinton”, dice Daniel Drezner, profesor de política internacional en la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad de Tufts. “No creo que Obama hubiese ganado las primarias demócratas de 2008 si Hillary no hubiese apoyado la guerra”.

Bush encontró el favor de la prensa liberal

La guerra también abrió un cisma en el Partido Republicano, fortaleciéndose una facción contraria a la intervención que acabó triunfando con la elección de Donald Trump en 2016.

George W. Bush y su ex vicepresidente han atraído el favor de cierta prensa liberal por su discreta oposición a algunos de los excesos de la era Trump, pero según Kenneth Pollack, experto militar y en Oriente Medio del American Enterprise Institute, pagaron un precio político al quedar marginados dentro de su propio partido.

“El sistema ha castigado a esa gente. Si apoyabas a Bush, si eras uno de los neoconservadores, ya no eres bienvenido en el partido”, dice Pollack. “Yo diría que ha habido mucha rendición de cuentas, pero ha sido una rendición de cuentas en el estilo estadounidense”.

Entre los excluidos había conservadores tradicionales con posiciones en materia de política social interna menos extremas que las de los republicanos del ala ‘trumpista’. El impulso por ir a la guerra fue fomentado por el partidismo —la administración Bush despreciaba a los demócratas y a toda la oposición—, pero también operó como acelerador del extremismo que llevó a Trump y a la insurrección del 6 de enero de 2021.

“Es muy difícil determinar en qué medida Irak fue responsable por ello, pero sí me parece que fue un elemento importante para empeorar nuestro partidismo”, dice Pollack.

Pollack es un exanalista de la CIA y un demócrata que apoyó la invasión, que creía en las pruebas de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva en Irak y apoyaba el argumento humanitario que justificaba la guerra como modo de derrocar a un dictador. Bromea diciendo que es la única persona que se ha disculpado desde entonces. No es del todo cierto, ya que otros expertos, como el comentarista conservador Max Boot, también mostraron arrepentidos, pero no ha habido expresiones públicas de remordimiento por parte de los exaltos cargos que tomaron las decisiones fatídicas. Es una de las formas principales en las que Estados Unidos todavía no ha hecho un ajuste de cuentas adecuado por la guerra.

El exfuncionario de la CIA, que se ha mantenido en contacto con varios miembros del equipo de Bush para un libro de próxima publicación sobre Estados Unidos e Irak, dice que algunos expresan en privado su arrepentimiento por decisiones y elecciones concretas, pero otros las reivindican.

“Me han dicho a la cara: ‘No, no cambiaría nada. Lo volvería a hacer todo exactamente igual’, lo que me resulta chocante”, dice Pollack. “No veo cómo se puede mirar el comportamiento estadounidense durante este periodo y no tener remordimientos”.

Traducción de Julián Cnochaert.

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