Lo esencial
Fue hace unas semanas en la sección de cartas al director de un periódico local. Quizá uno de los espacios que recoge esas noticias que laten de verdad, las de primera mano. Un hombre -no recuerdo su nombre- alzaba la voz para que las churrerías sean declaradas ‘Actividad Esencial’ y permanezcan abiertas también en los meses de verano. Tengo que confesar que desconocía que cerraran con la llegada de los primeros calores y menos aún en estos tiempos en que las olas de calor aprietan desde mayo.
No sé si la propuesta de aquel hombre era real o pura ironía. Lo cierto es que estaba expresada con absoluta solemnidad y valentía. Como si de pronto hubiera descubierto que un país, una región o una ciudad, no se hunden por la deuda acumulada o las infraestructuras obsoletas sino por la falta de masa y azúcar en el desayuno.
Una cosa es que falten médicos, que se cierren quirófanos y camas de hospitales en verano y otra que te levantes un domingo de agosto y te encuentres la persiana de la churrería bajada, como si vivieras en el fin del mundo. Un hospital puede curarte el cuerpo, pero una churrería te salva el alma. Hay cosas que la Seguridad Social no cubre. A las ocho de la mañana hay bocados que suenan igual que la esperanza.
La demanda de este hombre venía a decir que cerrar una churrería en verano es como apagar el WI-FI en una casa con adolescentes, técnicamente posible, humanamente inasumible.
En un país donde llamamos esencial a la siesta, las tapas o el fútbol tampoco es tan disparatado que las churrerías entren en la Constitución, justo después del artículo ese de que todos tenemos derecho a una vivienda digna y un poco antes del que asegura que todos tenemos derecho trabajo, también digno.
El churro podía -ahondando en la idea de la misiva enviada al director del periódico- convertirse en el verdadero termómetro del Estado de Bienestar. No hay crisis que duela igual si puedes untar en chocolate.
Creo que el hombre de la carta al director es un visionario, alguien que ha entendido algo que nuestros políticos están lejos de comprender: que la gente, los ciudadanos, no piden tanto. No quieren jet privados, ni mansiones con dos piscinas, nada de eso. Quieren disponer de un médico cuando se necesita, que haya profesores para cubrir todas las clases desde el inicio del curso, cobrar justamente por su trabajo, que las calles estén limpias y poder disfrutar de unos días de vacaciones, aunque estén sobrevaloradas.
Quizá harto de reclamar lo esencial, el hombre de la carta reclamaba que, al menos, no le cerraran las churrerías en agosto, porque un país sin churros no es un país es una dieta. Que la decadencia nos pille desayunados.
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