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Escepticismo en la estación de Chamartín (futura Clara Campoamor)

Exterior de la estación de Chamartín.

Víctor Honorato

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El anuncio del cambio de nombre de la Estación de Chamartín, que pasará a ser denominada Chamartín-Clara Campoamor en honor a la gran impulsora y defensora del sufragio universal en España, fallecida en el exilio, lo han recibido los trabajadores y viajeros que esta tarde estaban en el recinto ferroviario con una mezcla de simpatía, indiferencia o, en algún caso, rechazo. La mayoría, favorables o no, sostiene que no era urgente.

En la taquilla de la estación no hay apenas viajeros en torno a las 15.30, así que el personal está más distendido y charla, levantado de sus asientos, una hora después del anuncio que ha hecho la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros.

La ministra portavoz ha explicado que esta medida se enmarca en las acciones que tiene previstas el Gobierno para la “divulgación de la memoria democrática”, así como de “los derechos y la lucha por las libertades” en el país. Así, ha recordado que este cambio de nombre se produce para recordar a la “impulsora y defensora del sufragio universal” en España, que huyó del país en 1936 y murió en el exilio en 1972.

Una de las trabajadoras mide con una cinta métrica el generoso contorno de pecho de 'Uge', un compañero que resopla ante la pregunta de qué le parece la noticia: “Esta es la estación de Chamartín de toda la vida de dios”. Luego sí repara en que la estación decimonónica de Atocha se llamó al principio Estación del Mediodía (Chamartín empezó a operar en 1967). “Hay cosas bastante más importantes”, dice otra de las taquilleras. Bruno, más joven, no conoce al personaje histórico. Cuando se le indica quién fue, señala: “Siempre he apoyado esos movimientos”, pero considera que juntar un nombre propio con la denominación previa “es un poco largo”. Guillermo, a su lado, tiene idea de que Campoamor pudo ser una escritora, y prevé un resultado similar en el ferrocarril al que tuvo la apostilla de Adolfo Suárez al nombre del Aeropuerto de Barajas: “Solo lo llaman así los extranjeros, y aquí pasará igual”. 

Ángeles observa a sus colegas de reojo y luego reflexiona: “A mi Clara Campoamor me caía muy bien y llegará un momento en que otras generaciones conozcan la estación así”. Pero también opone que “se podrían priorizar otras cosas”. “Mira este plástico”, dice, tocando la mampara resquebrajada que separa su puesto del público. “Mira esas sillas, que son un desastre”, señala hacia atrás. “Y no sé por qué no podemos poner sillas para el público en esta sala, esto no está dirigido a las personas mayores”, critica, antes de recordar que el objetivo de la estación debería ser “dar servicio, que no es ser servicial”. 

Entre los viajeros que esperan en el vestíbulo a que llegue sus trenes está María José Picazo, que va camino de Alcobendas y sí sabe del papel histórico de Clara Campoamor. “No me parece ni bien ni mal, pero para mí va a ser siempre Chamartín”, explica. “¿Es por reivindicar a las mujeres?”, pregunta Laura, que trabaja cerca de la estación. “A mí me parece bien”, indica.

Soraida trabaja en una de las tiendas del complejo ferroviario desde hace diez años. Repite casi palabra por palabra el comentario ya señalado: “Hay cosas más importantes que cambiar el nombre a la estación”, a la que dice que seguirá llamando “como siempre”. Un vigilante de seguridad se escabulle: “A mí no me preguntes, estoy trabajando”. Otro compañero sí se presta a opinar: “¿No será la mujer del poeta?”, inquiere. Pero no, no hay relación entre el vate realista Ramón de Campoamor y la impulsora del sufragio universal. El vigilante se encoge de hombros: “Me da lo mismo; es una estación, al fin y al cabo, tenga el nombre que tenga”.

A la salida del recinto está el quiosco Chamartín, que de momento sí mantendrá el nombre. “Todo esto lleva a confusión”, opina María Luisa, que regenta el puesto desde hace siete años. “Tampoco entiendo por qué dedican tanto tiempo a estas cosas”, desliza. Su marido, que estaba cerrando un lateral de la caseta, es severo. “Me parece fatal. Toda la vida llamando a las cosas por su nombre y ahora voy a tener que comprar un callejero de Madrid”, brama, para añadir: “Lo que tenían que hacer es irse todos estos que están”. “A él mejor no le preguntes”, había advertido la esposa.

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