El soldado Almeida se da de baja en mitad de la batalla
Poco después de ser nombrado portavoz nacional del PP, José Luis Martínez-Almeida solía decir en los círculos de periodistas, con la timidez del recién llegado, que él era un “soldado” del partido. Una condición que, aseguraba, tenía interiorizada como el menor de seis hermanos que asumió obediente la carrera de abogado del Estado porque “era lo que tenía que hacer”. Un año y medio más tarde y con la cúpula del Partido Popular hundiéndose con Pablo Casado dentro, el soldado obediente decidió desertar.
“Estamos pasando tiempos muy difíciles en el PP, tiempos que no habíamos pasado a lo largo de nuestra historia”, sostuvo en la rueda de prensa en la que anunció su paso atrás tras cuatro días desaparecido. Justificó, en plena guerra interna y con personal del Ayuntamiento señalado por haber contactado con agencias de detectives para obtener datos de los contratos del hermano de Isabel Díaz Ayuso, que llevaba meses sopesando abandonar su cargo orgánico –al que fue elevado por el líder ahora caído en desgracia en agosto de 2020– y que la decisión se produjo de “común acuerdo” con Pablo Casado para “no estar distraído por otras cosas que no fueran el Ayuntamiento de Madrid”.
Cuando el partido saltó por los aires el pasado jueves, Almeida se puso frente a los micrófonos desde el patio de cristal del Palacio de Cibeles para hablar como alcalde. Solo como alcalde. Y para defenderse a sí mismo. La oposición le había reprochado desde su nombramiento esa confusión interesada de chaquetas. Su debut en la doble condición se recordará por el gesto delicado de retirar el cartel del Ayuntamiento para responder sobre asuntos nacionales. La rectitud del recién llegado temeroso de que la crítica llegara a la primera de cambio por hacer política partidista desde la alcaldía. Todo aquello, sin embargo, pasó rápidamente a la historia: tan pronto se ponía la chaqueta de regidor como aprovechaba su hiperactiva agenda institucional para ejercer de látigo contra el Gobierno de coalición, con larguísimos canutazos en los que los asuntos municipales terminaban relegados.
El soldado de Casado se puso en la primera línea contra Sánchez cuando medio partido pedía la salida de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria y esta fue sustituida por un perfil a priori más moderado: la exalcaldesa de Logroño, Cuca Gamarra. Desde entonces Almeida ya no soltó el argumentario. Hace apenas una semana viajó a Bruselas en una expedición de alcaldes para cargar contra el reparto de fondos europeos del Gobierno español. El Ayuntamiento de Almeida no había solicitado todas las ayudas a las que tenía derecho pero se puso a la cabeza de la expedición comunitaria.
Hasta el pasado jueves. La lealtad al líder de la que solía presumir saltó por los aires con la crisis tan pronto como afloraron los primeros titulares que relacionaban a su institución con un supuesto intento de espionaje. Él asegura que su salida está pactada con el todavía líder del PP. Almeida se ha sumado al 'sálvase quien pueda' que ahora mismo reina en el Partido Popular. Aquel “soldado” obediente y disciplinado ha dejado de apoyar públicamente al líder que lo hizo portavoz y antes lo había encumbrado como cartel de las municipales en Madrid. “Lo que he hablado con el presidente nacional, se queda en la conversación del presidente nacional”, respondía este martes sin aclarar si, como la mayoría de barones y el grupo parlamentario popular, respalda un congreso extraordinario. Ni quiere criticar abiertamente a Ayuso, con quien mantiene una relación tensa desde hace meses, ni actuar como portavoz de una cúpula que se desmoronaba. El secretario general y mano derecha de Casado, Teodoro García Egea, presentó su dimisión en la tarde del martes.
La crisis del principal partido de la oposición va a pasarle factura a Almeida. De algún modo, rompe con su condición de valor en alza en el PP. La crisis del coronavirus había disparado su popularidad. Decidió adoptar una actitud conciliadora que contrarrestaba con el alto nivel de confrontación con el Gobierno que marcó la estrategia de su compañera de cartel electoral en 2019, Isabel Díaz Ayuso.
Comenzó a caer bien a la gente. Llegó a un gran acuerdo con la oposición y en el PP le apodaban “el alcalde de España”. Tenía todo lo que se espera de un regidor municipal: cercanía y simpatía. En los círculos internos consideran incluso que este carisma podía compensar la falta de un legado tangible como alcalde cuando falta poco más de un año para que termine su mandato. No hay ningún proyecto emblemático vinculado a su paso por el Palacio de Cibeles y se acaba el tiempo.
Un beneficio mutuo
La relación entre Almeida y Casado generaba hasta ahora un beneficio para ambos. El primero pudo tomar impulso como político auspiciado por el segundo, que lo eligió como candidato a la alcaldía de Madrid casi por descarte. Era el que ya estaba allí –la vinculación de Almeida con el PP se remonta a tiempos de Esperanza Aguirre– y había dado lo que los conservadores llaman la batalla cultural contra la izquierda. A cambio de auparlo, Casado consiguió atarlo en corto, adherirlo, pensó, a su bando en una pelea por el poder que se anticipaba desde hace muchos meses.
Su figura ha sido muy útil en momentos determinados para Casado, como cuando lo lanzó a las quinielas como candidato alternativo a Ayuso para presidir el PP de Madrid. Entonces la relación entre las dos autoridades de Madrid ya estaba muy deteriorada. Almeida maldecía tener que salvar puertas hacia afuera las polémicas en las que habitualmente se ve envuelta la presidenta regional y empezó a sentir los reveses de su ascenso. El inevitable desgaste de tener el papel de dar la cara empezaba a asomar frente al ascenso imparable de Ayuso, subida a lomos de “la libertad” que implicaba decir no a todas las prohibiciones que llegaban del Gobierno central en mitad de la pandemia.
Desde hace días la situación se había vuelto imposible en el Ayuntamiento de Madrid. La estrategia adoptada por el equipo de Almeida fue salir los primeros y desmentir que el espionaje se hubiera ejecutado desde la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo tras una investigación municipal que todavía no se sabe muy bien en qué consistió.
Tampoco ayudó a aclararlo la renuncia de Ángel Carromero, uno de sus principales asesores, que echó por tierra la versión dada por el alcalde solo unas horas antes. Lo siguiente es que Almeida se borró del mapa. Hasta el punto de no aparecer en el decisivo comité de dirección del PP celebrado el lunes para buscar una salida a la crisis interna, donde algunos compañeros le echaron de menos. En el día de la implosión del Partido Popular quien era su portavoz dijo que no acudía a esa reunión porque tenía que preparar el pleno de este martes. Y cuando llegó la hora, tras aprobar la declaración de Almudena Grandes como hija predilecta, a cambio de aprobar los Presupuestos con tres tránsfugas de Más Madrid, salió del salón de plenos para anunciar su despedida como portavoz. Según dice, el Gobierno de la capital vuelve a ser el centro de su actividad en un movimiento con el que busca sobrevivir a la cruenta guerra civil desatada en su partido. En el aire planean las dudas sobre si conocía la fallida operación de la cúpula de Casado para indagar sobre la comisión por la compra de mascarillas y trata de salvarse; o si Génova operó sin contar con él. La que le dio el beneficio de la duda fue Ayuso, quien dijo creer que el alcalde estaba al margen de todo. Sus socios de Ciudadanos de momento lo respaldan, pero han aprobado con la oposición una investigación para intentar esclarecer qué papel tuvo el Ayuntamiento en las gestiones con los detectives que recibieron el encargo de obtener datos comprometedores de la familia Ayuso.
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