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Abrir una biblioteca en Usera para juntar cultura y barrio: “hace saber que sirve de algo que los niños entren al baño”

El cartel que te encuentras en la acera y te lleva a Marcablanca

Luis de la Cruz

Madrid —

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Madrid no es una ciudad amable para los proyectos culturales independientes. Antes de consideraciones culturales, cabe aducir a motivos inmobiliarios, por eso sorprende encontrar en una calle de Usera un cartel en un alcorque junto a un local comercial que dice “Sección de información y biblioteca”.

La calle de Manuel Noya, cerca de la colonia Moscardó, ofrece al paso el paisaje habitual de un barrio de clase trabajadora de los años sesenta, con pisos en ladrillo y espacios comerciales segregados en hileras de una sola planta. Entre esta sucesión de tiendas de barrio se encuentra Marcablanca, una biblioteca y espacio cultural que abre todos los días por la tarde.

Presentación de la exposición de publicaciones del Grupo Surrealista de Madrid

He quedado con Blanca Sotos para conocer el espacio. Aunque el proyecto ya tiene un lustro, lo hemos conocido porque hasta la semana pasada albergaba una exposición titulada LO QUE ES. Revistas y publicaciones. del Movimiento Surrealista Internacional. (1969-2025). Una muestra comisariada por el Grupo Surrealista de Madrid que venía a poner, sotovocce, la visión desde abajo a los fastos sobre el centenario del movimiento surrealista, que entre el año pasado y este ha tomado varios espacios señeros de la cultura madrileña.

Llego un poco antes que Blanca. Mientras una chica trabaja con un ordenador, la esperamos ojeando una balda de libros sobre arte urbano. Enseguida queda claro que los miles de ejemplares que cubren las paredes no son mera acumulación de papel. Hay criterio y originalidad. Llega Blanca, me ofrece una cerveza y comienza la conversación.

Niñas que entraron a la biblioteca y se fueron con libros a casa

Marcablanca nació en 2018 a partir de la propia biblioteca personal de Blanca Sotos, “quise socializar los libros, en vez de tener una especie de biblioteca burguesa en mi casa compartirlos al modo de los antiguos ateneos republicanos”, explica. Aunque, un rato después de haber pasado el umbral de Marcablanca, uno se da cuenta de que allí no solo hay libros. La biblioteca contiene también un archivo documental, textil, y sonoro. Entre las publicaciones, abundan catálogos de exposiciones colectivas, libros-de artistas y otros artefactos especiales.

Blanca habla de un “espacio de resistencia, reflexión y producción” donde la nota característica es que nada de lo que sucede conlleva una contraprestación económica.

La biblioteca es, a grandes rasgos, la parte adscrita a la reflexión y lo que tiene de producción es el taller En Marcablanca te asaltan imprentas de distintas épocas, pruebas de impresión y chivalates para los tipos. “Hago un recorrido por todos los métodos de impresión, empezando por impresora digital, máquinas de escribir, mimeógrafos, ciclostil (con los que se imprimía durante la dictadura), letterpress o tipos móviles, una minerva…” No es tanto para producción como para experimentación editorial, aunque tengo un sello que publica muy pocas cosas, hago casi contrapublicación porque creo que hay un exceso de producción cultural y porque está muy bien hacer un fanzine pero hay que pensar en su coste ecológico“, explica Blanca, que asume la contradicción propia de la bibliófila consciente.

En el taller de impresión

La biblioteca quiso ser al principio un espacio dedicado al arte contemporáneo, sector en el que Sotos tiene una amplia trayectoria, pero su propio contacto con la realidad la fue abriendo a otras materias. El proyecto nació en 2018 en la calle de Peñuelas (Arganzuela), donde estuvo durante cinco años. “Hasta que llegó la supergentrificación”, se lamenta la bibliotecaria-editora. Ahora en la zona se han radicado numerosos espacios alternativos, pero Blanca recuerda que no siempre fue así. “Estaban los del AMPA del colegio de al lado, los del huerto vecinal y poco más. Venían artistas internacionales a las residencias que doy y hacían talleres con los niños del barrio;  yo también he hecho muchas cosas de imprenta con ellos, imprimíamos los nombres de lo que se plantaba…”.

Y así ha seguido siendo en la ubicación de Usera, donde lleva desde hace dos años. “Hay gente que la usa diariamente, esta es también una labor de democratización radical. Una cosa que me hace saber que lo que estoy haciendo sirve de algo es que los niños entren al baño”, explica con orgullo Blanca.

El espacio se mantiene gracias al esfuerzo económico de Blanca –que tiene otros trabajos para poder hacerlo realidad– y con una ayuda del Ayuntamiento de Madrid para espacios de creación contemporánea. Cada año, Marcablanca saca tres convocatorias fijas: una expositiva que se llama Vitrina, otra curatorial y una de residencias internacionales. Paralelamente, tiene una programación constante, con presentaciones de libros, conciertos, performance, un club de lectura mensual o proyecciones de cómics, entre otras actividades.

Mientras esperaba a Blanca, me había fijado en un expositor con libros –algunos visiblemente manoseados– a cuya reunión se le intuía intención. Se trata de una colaboración de Marcablanca con Raquel Manchado, una pequeña biblioteca de libros con rasgos misóginos con la nota común de costar menos de tres euros. “La biblioteca tiene sub-bibliotecas, no doy residencias solo a las personas, también a los libros”, cuenta. Otro ejemplo de este genial hallazgo son los libros voler (en francés, robar), una biblioteca de libros robados, entendido como liberación de espacios de comercialización en grandes superficies.  

Lo que hace de Marcablanca un espacio de libros realmente especial es que conviven ejemplares de lo que habitualmente se llama alta cultura con una fanzinoteca de más de un millar de ejemplares. Una importante biblioteca dedicada a la obra de Walter Benjamin con los libros que los vecinos sacan de sus casas haciendo limpieza y terminan en el punto de intercambio. Pasan por allí artistas del otro lado del charco y un señor que acude a diario a leer el periódico. “No hago, por ejemplo, talleres diferenciados para niños y adultos, este es un espacio para que puedas estar con gente con la que quizá no te reunirías en la calle”. Un espacio que, explica su alma mater, “durará lo que tenga que durar”. Esperamos que sea mucho.

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