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Madrid da la espalda al Carnaval: el abandono de la fiesta laica, pagana y popular que celebra la libertad

Manteo del pelele en un acto del Carnaval en Madrid, celebrado en Matadero el pasado domingo.

Guillermo Hormigo

Madrid —

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Madrid todavía vive sus cuatro días de celebraciones oficiales con motivo del Carnaval 2024, programadas entre el 10 y el 14 de febrero. Sin embargo, en la ciudad es difícil discernir este periodo de cualquier otro momento del calendario. La ausencia de un desfile callejero, recluido este año en el centro cultural de Matadero, ha sido la puntilla de esta invisibilización. En las últimas ediciones el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida había organizado pasacalles en Madrid Río, pero en 2024 el Ejecutivo municipal ha prescindido del espectáculo principal del Carnaval madrileño.

En el acto del pasado sábado participaron los artistas del resto de actividades que tuvieron lugar en Matadero durante la mañana (talleres, yincana, Gigantes y Cabezudos y un concierto), además de las familias que así lo desearon. Pero no hubo profesionales contratados específicamente para dinamizar la cita, como sí ocurrió en 2023. Por entonces, en pleno año electoral, el consistorio contó con los servicios de más de un centenar de artistas. El área de Cultura abogó por “devolver a la ciudad la esencia de los carnavales prepandemia”.

Un año después, el equipo de Almeida minimiza sensiblemente el desfile y reduce el número de actividades. Además, elimina los conciertos de artistas y mantiene únicamente los de DJs. En esta ocasión, la apuesta por impulsar el desfile del Año Nuevo Chino ha restado todavía más visibilidad a una fiesta ya de por sí mermada en la ciudad. El panorama contrasta con el despliegue del ayuntamiento y la Comunidad de Madrid ante la Navidad o la Semana Santa, festividades con un gran apoyo presupuestario donde el paisaje urbano de la capital se reconfigura con abundante decoración y cortes de tráfico.

Para justificar la ausencia de un pasacalles municipal, el Gobierno de Cibeles se amparó en su intención de crear “una propuesta participativa” y “un enfoque artístico fresco” que otorgara mayor protagonismo a las actividades tradicionales. Sin embargo, estos eventos no han ocupado un lugar más preponderante que en ediciones anteriores. El habitual manteo del pelele se produjo en la mañana del domingo, de nuevo en Matadero, así como el espectáculo de comparsas y chirigotas. El único acto municipal no limitado al centro cultural de Arganzuela será el Entierro de la Sardina, que como es tradición discurrirá este miércoles desde la calle de Santa Ana hasta Tirso de Molina (11.00-13.00) y de San Antonio de La Florida a la Fuente del Pajarito en Casa de Campo (18.00-21.00).

Fuentes del área de Cultura destacan en declaraciones a Somos Madrid que “más de 25.000 personas han participado en las actividades programadas este año por Carnaval” e inciden en que “se ha celebrado de forma simultánea al Año Nuevo Chino”. “Hemos elegido Matadero Madrid como escenario para aprovechar el potencial que tiene este espacio, no solo en metros cuadrados sino como referente cultural y de ocio para un público intergeneracional. Durante este fin de semana, ha acogido una atmósfera de baile de máscaras propia de algunas de las celebraciones de carnaval más singulares de la ciudad”, explican sobre la ubicación. El consistorio se muestra “muy satisfecho”, aunque también dispuesto a “analizar con detenimiento las opciones de cara al año que viene”.

De las intentonas de Carmena al inmovilismo de Almeida

La implantación del Carnaval en la capital atraviesa una etapa de estancamiento, incluso retroceso (el propio Ayuntamiento fijó en 1.000 personas más los asistentes en 2023), que no es nueva. Además de repuntes puntuales, normalmente con elecciones en el horizonte, el Gobierno de Manuela Carmena fue el que más trató de catapultar la fiesta a su esplendor perdido en la ciudad. El programa de 2016 convertía Tetuán en el epicentro de los festejos y contemplaba hasta una treintena de actividades, más del doble que este 2024, con una apuesta por trenzar lazos con el movimiento vecinal y asociativo. Talleres de máscaras, clubes de lecturas o un festival de música y danza multicultural aportaron un toque distintivo a los festejos.

Pero aquel Carnaval se vio salpicado por la polémica de los dos titiriteros detenidos al mostrar durante una representación satírica un cartel en el que podía leerse Gora Alka ETA. Raúl García y Alfonso Lázaro fueron encarcelados y acusados de enaltecer el terrorismo. La Justicia nunca pudo probar una causa que les llevó a pasar varias noches en la cárcel de Soto del Real y, siete años después, reconoció incluso su derecho a ser indemnizados por los periodistas que les difamaron. No obstante, la enorme polvareda supuso una nueva piedra en el camino a la recuperación de la actividad carnavalesca en la ciudad.

Pese a ello, el Ejecutivo de Ahora Madrid prosiguió con su pretensión de revitalizar la fiesta. Cada una de las ediciones de la legislatura tuvo lugar en una zona diferente: Tetuán dio el testigo a San Blas-Canillejas en 2017, Retiro y Puente de Vallecas tomaron el protagonismo en 2018 y La Prosperidad (barrio de Chamartín) fue el epicentro del programa de actividades en 2019. Aunque el Ayuntamiento de Almeida parecía seguir con este formato en 2020, apostando por Arganzuela, finalmente esta se ha convertido en la principal sede cada año. Concretamente Matadero, sin que las iniciativas se extiendan al resto del distrito.

Paralelamente al programa oficial del Ayuntamiento, algunas asociaciones y Juntas de Distrito han tratado de acercar la fiesta a los barrios. En Puente de Vallecas, que celebró hace 44 años el primer Carnaval oficial y legal de la democracia en Madrid, sí tuvo lugar el pasado viernes un desfile callejero. Vino acompañado incluso de chocolatada y de un concierto familiar. La fiesta continuó el sábado con un baile de máscaras, mientras que el domingo fue el día de las chirigotas infantiles y de adultos con actuaciones en el auditorio del Centro Cultural El Pozo. Pero la agenda vallecana es una excepción en uno de los distritos de mayor dinamismo popular en la capital.

Un posible festivo

Más allá de la inversión económica o la ambición de las actividades municipales, las administraciones tienen otras herramientas para incentivar o desincentivar el interés de una fiesta. Un ejemplo es la adjudicación de días festivos o no lectivos, tarea que corresponde al Gobierno regional. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ha seguido la costumbre de sus predecesores a la hora de evitar que los días no lectivos con motivo de la Semana Blanca coincidan con el Carnaval, trasladándolos a la semana posterior (22 y 23 de febrero en este 2024).

En contraste, las jornadas no lectivas sí se darán entre el 12 y el 16 de febrero (empalmadas con los festejos carnavalescos) en la mayoría de comunidades autónomas: Castilla-La Mancha, Aragón, Galicia, Asturias, Cantabria, Navarra, Región de Murcia, Extremadura y Canarias. En estos dos últimos casos el martes 13 es además festivo regional, mientras que cientos de municipios disfrutan de festivos locales estos días.

Es uno de los motivos que explican el terreno ganado por la competencia directa del Carnaval: Halloween. El Día de Todos los Santos viene acompañado de un festivo nacional cada 1 de noviembre, un factor clave en dos fiestas tan vinculadas a la desinhibición y la calle. El Entierro de la Sardina, la manifestación carnavalesca con más arraigo en Madrid, tiene lugar en horario laborable y en plena semana.

600 años de historia carnavalesca a la madrileña

Este papel casi anecdótico de lo carnavalesco en Madrid no siempre fue así, pues los primeros vestigios de la fiesta popular se remontan siglos atrás. Hay registros del pregón de Carnaval ya en 1636, aunque en esa época pretérita se habla más bien de Carnestolendas. Un tiempo en el que comenzó a expandirse la inversión de roles, valores e imágenes del mundo oficial como principal exponente del desafío a la autoridad. Surgió así el manteo del pelele, un muñeco ataviado con ropajes a la moda, cuyo desprecio representaba el desafío a la compostura y las órbitas de poder. Todo ello en unos actos que podían extenderse durante semanas, con un calendario siempre dependiente de la Cuaresma, pero tan espontáneo como las gentes que lo protagonizaban.

El antropólogo Julio Caro Baroja concibe el Carnaval como la fiesta “donde se autoriza la satisfacción de todos los apetitos que la moral cristiana, por medio de la Cuaresma, refrena acto seguido”. Diversos autores especializados reconocen que en su expansión y en la permisividad de los dirigentes tuvo un papel fundamental esa función de voladura controlada, de válvula de escape para que las clases populares liberaran tensiones sin cuestionar el statu quo el resto del año. Pero la fiesta no deja de ser por ello un estandarte del laicismo, el paganismo, la vanguardia la libertad.

A ella se plegaban incluso desde la nobleza y la monarquía, estableciendo eso sí una enorme distancia. Los Austrias menores llegaron a asistir a corrales de comedias y romerías madrileñas, aunque siempre como espectadores. La llegada de los Borbones al trono impulsó la apuesta por los bailes de máscaras de influencia europea, recluidos en Palacio sin mezclarse con el gentío popular. Así, el siglo XVIII marca la distancia definitiva entre el Carnaval del pueblo y el de la aristocracia cortesana de Madrid. Carlos III llegó a prohibir cualquier manifestación carnavalesca en las calles, un veto que se mantuvo hasta que José Bonaparte lo eliminó en 1811.

La persecución de la fiesta se repetiría, recrudecida, después del Golpe de Estado de 1936. El gobierno del bando sublevado emitió en febrero de 1937 una circular dirigida a los gobernadores civiles donde proclamaba la suspensión de la fiesta. Una orden que se mantuvo vigente, al menos de forma oficial y en lo que a nomenclatura se refiere, hasta 1980.

Frente al ensañamiento de la Dictadura por el carácter pagano, callejero y multitudinario de la celebración, en algunos lugares de especial arraigo sobrevivió bajo el apelativo de fiestas de invierno (si mantenía las fechas habituales) o de primavera (en caso de moverse a los meses de mayo y junio).

Después de la muerte de Franco, el renovado Carnaval madrileño se dio la mano con el ambiente de la Movida ochentera. Vallecas y Malasaña lideraban la actividad en unos años donde las ansias de libertad al fin consumadas hacen de la fiesta la más apropiada para esos tiempos. El ambiente popular e irreverente del Carnaval fue adoptado por la contracultura y los círculos de talante libertario de los primeros años de la Transición. Las mascaradas del Círculo de Bellas Artes se convirtieron en uno de los eventos más solicitados de la capital.

En los ochenta se ampliaron las charangas y desfiles populares en la plaza del Dos de Mayo de Malasaña o en la de Agustín Lara, en Lavapiés. Pero también en Carabanchel, Vicálvaro, Retiro y por supuesto Vallecas. Los Carnavales siguieron extendiéndose por los barrios, que fueron el principal foco de resistencia después del progresivo olvido institucional tras la muerte de Enrique Tierno Galván. En su último Carnaval como primer edil, allá por 1985, el pregón de las fiestas todavía se celebraba en la Plaza Mayor, como recoge esta crónica de El País. Con el Viejo Profesor ya enfermo, su esposa Encarnación Pérez leyó unas palabras en las que el alcalde animaba a disfrutar de los festejos: “Amad la ciudad y no dejéis de vuestro lado la permanente compañía del optimismo”.

Se inició desde entonces una creciente desatención por parte de los dirigentes madrileños que ha derivado en una curiosa paradoja: el desinterés ha vuelto a colocar al Carnaval en su posición original, la de una fiesta que nace de la voluntad popular más espontánea y que encuentra sus mayores puntos de resistencia en los barrios. La nueva amenaza es la reconversión de estos mismos barrios madrileños en espacios masificados, gentrificados y turistificados donde los vecinos tienen cada vez menos cabida. Al fin y al cabo, ¿cómo reírte de tus semejantes y de quienes te gobiernan si ni siquiera les conoces?

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