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Fuencarral: de camino a escaparate

Luis de la Cruz

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Camino antes y camino ahora, la calle de Fuencarral se extiende desde la Gran Vía hasta la glorieta de Quevedo. A lo largo de los siglos, en los que nunca cesó el tránsito,

fue creciendo en importancia hasta convertirse en una de las vías más sonoras del tablero del Monopoly madrileño.

La historia de la calle

No guardamos registro exacto de en qué momento nació la calle que, como otras de las que unían Madrid con otras poblaciones (Alcalá o la hermana Hortaleza), fueron surgiendo poco a poco con el propio caminar humano. Ya muy al principio, se abrió una puerta en la muralla hacia donde hoy está Sol de la que salía el camino a los pueblos del norte, que llegado a la altura de la actual Red de San Luis se bifurcaba en los caminos de Fuencarral y de Hortaleza. Posteriomente, hacia el siglo XVII, la calle aparecía perfectamente delineada hasta los Pozos de Nieve en los mapas de la época. Sus límites permanecieron estables después hasta que un Madrid constreñido por la cerca de Felipe IV

pudo al fin expandirse a mediados del XIX. Es entonces cuando la vía crece como hoy la conocemos, más allá de la Glorieta de Bilbao.

Desde antiguo, la calle fue conocida por albergar los Pozos de Nieve, que empezaban en los terrenos del Hospicio de San Fernando (Museo de Historia) y llegaban hasta la misma puerta de la Villa, en Bilbao. Se trataba de unas cuevas artificiales y piscinas donde se guardaba mezclada con paja la nieve traída de la Sierra del Guadarrama para enfriar las bebidas. Los Pozos de Nieve desaparecieron en el XIX, con la llegada del hielo industrial, desalojando espacio suficiente para que naciera una nueva barriada, la de las calles Mejía Lequerica, Barceló, Apodaca...

En el XVII, en los límites del camino, fueron levantándose casas humildes, negocios camineros (como establecimientos de alquiler de mulas) y pequeñas industrias, como los pestilentes saladeros. En el XVIII, poco a poco, la calle se fue llenando de apellidos ilustres. Por ejemplo, el del conde de Aranda, cuyo palacio estuvo donde hoy se levanta el Tribunal de Cuentas.

Fue el siglo XIX el que trajo la gran transformación de la calle, convirtiéndola en una de las principales vías comerciales de la ciudad. Hasta ese momento, los negocios habían nacido al compás del tránsito humano, ahora es la gente la que vendría a inundar la calle en busca de sus establecimientos. Es entonces cuando nació también la mitad más burguesa de la calle, la de los cines y las cafeterías, que no abarcamos en este artículo. En el siglo XX Fuencarral continuó con su floreciente actividad comercial, aunque en la segunda mitad de la centuria conoció cierta decadencia que vino a curarse con el advenimiento de la modernidad en el horizonte del nuevo milenio.

La calle Fuencarral hoy

[caption id=“attachment_20113” align=“aligncenter” width=“550” caption=“El interior de aspecto abandonado de la galería en el

77 de Fuencarral | L.C.“]

Dividiremos la parte de Fuencarral que queda en el barrio en dos tramos bien diferenciados: el que va desde la Glorieta de Bilbao -de la Puerta del Café Comercial, se podría decir- hasta el espacio abierto en Barceló, y el que desde allí transcurre hasta la Gran Vía.

En el primero de ellos destacan la vieja farmacia del Águila, la curiosidad de que un ensanche de la calle se haya convertido en plazuela (la de Antonio Vega) y la estimable fachada de la iglesia del colegio de María Inmaculada, en la esquina con Divino Pastor. Hay aquí un buen número de bares, aunque pocos tienen la personalidad del añorado bar Corripio. Con él se perdieron los mejores bocadillos de calamares de la ciudad a decir de muchos.

Antes de llegar a la senda fashion de Fuencarral el espacio se abre al tramo más monumental de la calle: a un lado el Tribunal de Cuentas, que Pedro Jareño levantara en 1860 en el lugar del ya mencionado palacio del Conde de Aranda; en frente, el antiguo Hospicio de San Fernando, hoy Museo de Historia a punto de reabrir sus puertas. Justamente estos días las máquinas retiran los parterres frente a la colosal portada de Pedro Rivera. Como si sobraran los espacios verdes en el barrio.

En el número 77 de la calle se alza un curioso edificio estrecho de los

años cincuenta agonizando.

En sus bajos, la otrora concurrida galería comercial que unelas calles de Fuencarral y la Corredera

hoy da pena por el

abandono del casero, la Tesorería General de la Seguridad Social. Sólola joyería Monge sobrevive al paso de la desidia. Arriba, lujosos

pisos cerrados, oficinas y hasta un desconocido anfiteatro con capacidad

para cien personas con las butacas siempre vacías.

A partir de aquí poco cambia la fisonomía de la calle: más molduras del XIX mezcladas con rectos edificios de los cincuenta y sesenta, más pintadas amontonándose sobre pintadas, más masa de cartel sobre cartel en las paredes. Y sobre todo, más gente. Lo que realmente cambia en la calle, especialmente a partir del tramo peatonal, es que Fuencarral se ha convertido en los últimos años en la calle de la moda y la modernidad, aunque no faltan voces que recuerdan que donde antes abundaban tiendas originales hoy en día se ven los logotipos de grandes firmas impersonales.

Buena parte de la culpa del renacimiento comercial de la calle está ejemplificado en el Mercado de Fuencarral, que desembarcó en un ruinoso edificio en el año 1998,

el mismo en el que años antes residía La Casa del Hogar Moderno, almacenes famosos en toda la ciudad por sus cupones de descuentos.

También existe en esta senda de gente guapa una pequeña ermita barroca llamada Humilladero de Nuestra Señora de la Soledad. Frecuentement,e se ve a extranjeros despistados y gentes con bolsas a rastras tratar de distinguir algo a través de sus cristales sucios. Quizá puedan alcanzar

a ver un cuadro de Nuestra Señora de la Soledad y un modesto Cristo. Frente a las puertas de esta ermita cayó abatido el teniente Castillo en uno de los sucesos claves que precipitaron la Guerra Civil.

No abundan en la calle de Fuencarral los comercios antiguos, es una calle volátil en la que las siluetas y los comercios se suceden con rapidez. Una de las pocas excepciones es la ferretería Subero, que fue fundada como cacharrería en 1862.

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