La memoria de Ramona y de miles de emigrantes españoles en Estados Unidos vive en cajas de galletas
La familia de Ramona Arias (Lugo, 1870-Tampa, 1965) conserva una mesa de madera noble procedente de los Martínez Ybor, magnates del tabaco para quienes trabajó como ama de cría en Estados Unidos. Sus bisnietos, residentes en América, guardan también una fotografía en la que aparece ataviada con el traje propio de las niñeras de la época, con un niño que debe de ser de la familia fundadora de Ybor City, vecindario de Tampa (Florida) fundado en 1885 por el fabricante de puros de origen valenciano Vicente Martínez Ybor y poblado por emigrantes cubanos, españoles e italianos.
En otras fotografías, una Ramona septuagenaria mira hacia arriba, admirando la altura de los edificios de la ciudad de Nueva York, donde viajaba conduciendo su propio coche después de cumplidos los 90 para ver a uno de sus hijos. Y más o menos con esa edad, a principios de los años sesenta, se la recuerda luchando contra la expropiación de su barrio de inmigrantes, que finalmente sería demolido para construir una carretera. Ramona decidió entonces denunciar al estado de Florida en busca de una compensación mayor de la recibida. Toda una luchadora.
La historia de Ramona Arias y la de muchos otros emigrantes –algunos con nombre, otros como sombras– que decidieron probar fortuna en Estados Unidos durante el siglo XX es objeto de la exposición Emigrantes Invisibles. Españoles en EE UU 1868-1945Emigrantes Invisibles. Españoles en EE UU 1868-1945, organizada por la Fundación Consejo España-EEUU y que podemos ver en el Centro Cultural Conde Duque hasta el próximo 12 de abril.
A través de las fotografías y los objetos atesorados por los familiares de estos inmigrantes, James D. Fernández (catedrático de la Universidad de Nueva York) y Luis Argeo (periodista y cineasta) tratan de recuperar la memoria desvanecida de una emigración, la española en Estados Unidos, mucho menos conocida que otras, como la irlandesa o la italiana, pero que en absoluto fue despreciable.
La muestra es un ejemplo de ensayo musealizado y discurso visual. Sin grandes alardes, objetos, fotos, colores y, eso sí, una instalación visual sobre las rutas de la inmigración española a Norteamérica espectacular, la exposición consigue trasladar mucha información acerca de las diferentes etapas vividas por las comunidades españolas en Estados Unidos. Y, sobre todo, consigue sugerirnos un montón de historias del exilio –individuales y colectivas– repletas de humanidad.
La exposición aborda la vida privada de diferentes comunidades de emigrantes de nuestro país y la engarza con la política a diferentes niveles. Es político cómo aborda el mundo del trabajo; es política la agenda de cocina con las recetas en español de la abuela de Cathy Varon, que ha aprendido nuestro idioma para no perder el nexo familiar y poder entenderlas; como lo es la organización en redes formales de solidaridad –de sociedades españolas a equipos de fútbol apellidados García–, o el viraje antifascista de estas agrupaciones para apoyar a la República durante la Guerra Civil. Según los comisarios de la exposición, la contienda fue un punto de inflexión que marcó la decisión de muchas de estas familias de quedarse para siempre en Estados Unidos.
Memoria e Historia son dos conceptos que a menudo se confunden, sin embargo Emigrantes Invisibles consigue poner ambos conceptos en juego en una exposición visual, vocacionalmente pequeña, evocadora y emocionante. Una cita importante en el calendario de exposiciones de la temporada, no a pesar de no tener grandes nombres, sino precisamente por ello: por darle el valor que tienen a las fotos familiares que guardan los bisnietos en cajas de galletas.
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