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Mercería La Pequeñita: Juan Palomo contra la 'Cultura Primark'

María Rosa Álvarez, propietaria de la mercería La Pequeñita | SOMOS MALASAÑA

Antonio Pérez

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Ahora que en Malasaña apenas hay turistas y que andan penando aquellos negocios que han ido abriendo en buena parte de la zona pensando principalmente en ellos, queremos detener la mirada en esos otros establecimientos de proximidad -hostelería aparte- que son auténticos supervivientes de un tejido comercial de otra época y que, en la mayoría de los casos y salvo contadas excepciones, llevan años alargando su ocaso entre el brillo de los recién llegados. Quizá sean ellos los más resilientes al varapalo económico de la Covid-19 que tenemos encima, acostumbrados como están a mantenerse a flote en una crisis tan continua e inexorable como la provocada por el cambio de los tiempos.

En el número 3 de la Corredera Alta de San Pablo hacemos el primer alto en el camino de esto que pretende ser una serie de artículos que transcurrirá entre tiendas aparentemente anacrónicas y dependientes como María Rosa Álvarez, dueña de la mercería La Pequeñita, un negocio que compró en 1999 a Paco Ocaña Garrido, quien se había criado en la diminuta trastienda del local junto a sus dos hermanos y a sus padres, que fueron quienes inauguraron el negocio en la posguerra.

“Cuando me quedé con la mercería era la época en la que se estaban abriendo muchas tiendas de Todo a Cien y Paco no quería que La Pequeñita se convirtiera en un chino. Estuvo tan feliz de que continuara con el negocio que me facilitó la transición como lo hubiera hecho un padre con su hija, dejándome en herencia desde proveedores a precios negociados, además de algún que otro buen consejo que aún hoy resuena fresco en mi cabeza: 'No te equivoques con los precios, esto es un barrio de obreros, aunque hoy esos obreros sean universitarios'”, comenta Rosa.

El 3 de Corredera Baja está encajado entre una inmobiliaria, situada en el lugar que ocupaba una tienda de ropa de niños en el tiempo en que Rosa se puso al frente de su mercería, y un local de comida para llevar donde antes estuvo La Cubanola, una recordada pastelería. “En 20 años habrán cerrado en el barrio más de 10 tiendas de comercio de paquetería similar al mío y, en general, todo el comercio ha cambiado mucho”, comenta mientras dispara nombres de difuntos: Mercería Satur, Liria, El Tío Miserias, Modas Rosy...

“Yo soy Juan Palomo. No tengo empleados y llevo dos años sin vacaciones. Aún así voy muy justa. Rica no me voy a hacer. Si el local no fuera mío hace años que tendría que haber cerrado. Con poco me arreglo, aguantaré lo que aguante, pero si me siguen comprando me pueden quedar aún 20 años por delante. Soy una loca del trabajo que disfruta atendiendo a la gente. No creas que no han venido a ofrecerme importantes cantidades de dinero por el local pero encerrada en mi casa no puedo estar”, indica, vocacional, esta mujer que no distingue entre negocio y forma de vida.

“Aunque la mayoría de mis clientes son personas mayores también he logrado ir renovando la clientela”, apunta. “La gente joven no sabe ni coser un botón y aquí hacemos de todo, cobramos poco, los conocemos por el nombre y más que despachar damos un servicio. A las abuelas, que hay muchas en el barrio y que están muy solas aún teniendo hijos, les llevo los pedidos a casa; a muchos vecinos les guardo un juego de llaves por si se les olvidan o pierden las suyas... Ayudo, como otros comercios tradicionales, a mantener una vida de barrio en la que la gente se echa una mano entre sí. Somos valedores de un trato humano que se está perdiendo”.

El veneno del comercio de proximidad

El veneno del comercio de proximidad

Cuenta Rosa que hay muchas personas que tienen en cuenta todo lo expuesto en el párrafo anterior, les gusta que se mantenga y lo valoran, pero que también hay mucha falsedad e hipocresía entre quienes dicen lamentar los cierres que se producen de negocios como el suyo “cuando en realidad les importa una mierda”.

“Esos son los que optan por la Cultura Primark de comprar barato aunque lo que adquieran sea una porquería, los de comprar y tirar, y los que reciben tres y cuatro veces por semana paquetes de Amazon. Yo misma he estado recogiendo ese tipo de paquetes aquí en mi tienda por hacerles el favor a muchos vecinos que jamás me han comprado nada. Tanto Primark como Amazon es lo que más daño está haciendo a los comercios de proximidad como el mío. Ni siquiera el auge de Airbnb y la sustitución en los barrios de vecinos por visitantes nos ha hecho tanto mal: sin ser mi público, incluso, son muchos los turistas que entraban a la tienda, le hacían fotos porque decían que ya no quedaban lugares así en los sitios en los que vivín y compraban algo, por no hablar de esos otros a los que les perdían la maleta y tenían que comprar calcetines y ropa interior”.

En el tiempo en el que estuvimos en La Pequeñita un cliente compró una mascarilla de tela, una chica joven dejó un vestido para que le cogieran el bajo, otra aún más joven pidió una rectificación en las fundas a medida de unas cestas de mimbre que se había llevado; una clienta adquirió unas agujas de coser, otra recogió un encargo y una última preguntó por una goma marrón que añadir a la parte trasera de sus zapatos; al salir nos cruzamos con una monja... La conversación también se vio interrumpida frecuentemente por personas que saludaban a Rosa desde la puerta sin apenas detenerse y a las que ésta les devolvió el saludo por su nombre.

“Mi fuerte ahora son los arreglos de ropa, que yo misma hago con la máquina que tengo ahí detrás, la venta de todo tipo de gomas, de ropa interior y, con la pandemia, las mascarillas. Este año, con la Covid, flojea la ropa para colegios, que también tengo y de calidad. Corredera es muy buena zona, pasa mucha gente por esta calle que te encuentra hasta sin querer”.

DEL CENTRO DE BUENOS AIRES AL CENTRO DE MADRID







Además de medias, bragas, botones, calcetines, mascarillas y unos cientos de cosas más, María Rosa Álvarez, guarda en La Pequeñita historias sobre Malasaña, sus comercios y sus gentes. Quedando la mayoría de ellas en secreto, o bien a disposición de sus parroquianos presentes y futuros, para ser compartidas en petit comité, la que sí desvelaremos es parte de su historia personal, esa que explica brevemente cómo una mujer nacida en Argentina acaba regentando una mercería tradicional a miles de kilómetros de su lugar de procedencia, convertida en una malasañera más, 20 años después de que, recién cumplidos los 30, decidiera dar un giro total a su vida.

Hija de emigrantes gallegos, después de estudiar empresariales y de trabajar durante una década en una multinacional como KPMG, liquidando nóminas, Rosa optó por seguir a sus padres cuando decidieron regresar a España. Ellos, con el dinero ahorrado durante años, montaron un bar en Chueca, mientras que ella se empeñó en dar continuidad a La Pequeñita siguiendo su afición por todo lo relacionado con la costura.

Fueron 70.000 euros de finales de 1999 lo que le costó adquirir el local y el negocio en el que aún hoy sigue y recuerda, aliviada, que tanto sus padres como ella fueron muy afortunados al decidir salir de Argentina cuando lo hicieron, puesto que de haber esperado un poco más, con el famoso Corralito de 2001 no hubieran podido disponer de su dinero.

Del bullicioso y colosal centro de Buenos Aires, lugar en el que vivía, se trasladó al "pueblo" que le pareció Madrid, instalándose en Malasaña, tanto personal como profesionalmente, para pelear por la victoria diaria que supone levantar y echar el cierre de un comercio de proximidad, combinando "la parte que tengo de buscavidas, propia del argentino, con la de currante que me viene del gallego".
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