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¿Qué podemos aprender de París para frenar el efecto Airbnb? Ian Brossat nos lo cuenta en su último libro

paris

Luis de la Cruz

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Ian Brossat (1980) es joven, atractivo, comunista y teniente alcalde del París de Anne Hidalgo, donde es encargado del área de Vivienda, Emergencia habitacional y Vivienda sostenible desde 2014. En las últimas elecciones europeas ha sido cabeza de lista de su partido, con magros resultados.

París está siempre en el punto de mira del planeta y, últimamente, también el tema de la vivienda y los impactos negativos de la industria turística, lo que ha hecho que la figura de Brossat sea conocida más allá del contorno de la ciudad para la que trabaja. A pesar de todo, o quizá por esa proyección pública, tiene tiempo para escribir libros. Antes de ser teniente de alcalde había escrito junto a Jacques Baudrier París no está en venta. Propuestas frente a la especulación (Éditions Arcane) y en 2018 su libro sobre Airbnb y su relación con la ciudad, que acaba de publicar en España Katakrak con el nombre Airbnb, la ciudad uberizada.

En el ensayo, Brossat nos cuenta cómo el nacimiento de Airbnb supone la industrialización, a golpe de internet y aprovechando el maná de las compañías low coast, de la vieja práctica del alquiler de corta duración; rompe el mito del crecimiento a través del telento disruptivo y visionario de sus fundadores –Airbnb contó con buenos socios financiadores, de Y Combinator al actor Ashton Kutcher–, o la peripecia continua de evasión fiscal de la compañía. Brossat continúa enumerando los impactos negativos del alquiler a través de plataforma –o al menos de su sobreefervescencia–, como la subida de precios del alquiler, la pérdida de nexos vecinales, del alma de los barrios, la desaparición del pequeño comercio, etc. En fin, asuntos que hemos visto consignados en la prensa más crítica con la empresa y con el modelo en los últimos años en numerosas ocasiones

Entonces, ¿qué aporta de original Brossat en su ensayo? Para empezar, hay que tener en cuenta que el balcón desde el que mira tiene vistas privilegiadas. Francia es el primer destino turístico mundial (también en Airbnb) y, últimamente, se las ha tenido que ver con el modelo de Start-Up Nation de Macron, que llegó arropado de aires de capitalismo financiero pero cool. Una unidad de destino en lo personal con el capitalismo de plataforma la del autor.

A Brossat le ha tocado lidiar desde su posición como teniente de alcalde encargado de la vivienda con las técnicas lobbistas de una compañía que no duda en disparar dólares a presión para influir sobre el senado norteamericano si fija el objetivo en la bloqueada Cuba, por ejemplo. Narra la sorpresa que le produjo el contraste entre la cara amable de la compañía colaborativa y los encuentros a cara de perro con Juliette Langlais, directora de Asuntos Públicos en Francia y Bruselas, tras las primeras medidas de control aplicadas por su corporación, como establecer un cuerpo de una treintena de inspectores para visitar los apartamentos de los barrios más turísticos de París en busca de irregularidades.

De hecho, Airbnb consiguió influir en la puesta en marcha del registro obligatorio para las plataformas que se puso en marcha en Francia con Hollande, en 2016, descafeinándolo. Como para decir, aquí estoy yo, contrató a continuación a altos cargos que habían participado en la redacción del texto y en el primer control de los alquileres en el Ayuntamiento de París.

Mientras, en territorio parisino continuaba el fuego cruzado. En 2017 la ciudad obligó a adoptar el famoso número de registro obligatorio para cada anuncio, que se tramita a través de un teléfono (la decisión fue votada afirmativamente tanto por la derecha como por la izquierda). El gigante del alquiler turístico reaccionó inyectando euros a mansalva en la prensa local: “Yo soy la Francia que comparte su barrio y construye su futuro”.

En Francia, desde 2014 (Ley ALUR) solo pueden ser alquiladas las primeras residencias, con un límite anual de 120 días al año. Una vez superado, es obligatorio enfrentarse a un cambio de uso, es decir, acudir a la administración para que sancione el paso de tu vivienda a local comercial.

En París, el cambio está sometido a un principio de compensación que hunde sus raíces en leyes de protección de la vivienda que datan de después de la Segunda Guerra Mundial. Allí se necesita transformar el mismo número de metros cuadrados de local comercial en vivienda social en el mismo barrio –medida esta que se debe a Brossat– si se quiere transformar a la inversa.

A pesar de que la medida acometida por el gobierno local de Hidalgo , junto con otras como el número de registro obligatorio, la subida de las multas o el aumento de inspectores, suena a música celestial para los oídos más críticos, hay que advertir que las limitaciones no se cumplen totalmente en la práctica o no han conseguido ser del todo efectivas. En torno al 3% de las viviendas de la ciudad están inscritas en Airbnb (en un contexto de subida del alquiler de hasta un 50% en los últimos diez años).

Airbnb ha hecho, incluso, gala pública de su desobediencia a la ley, advirtiendo que solo desactivaría los anuncios que superen los 120 días de alquiler en los distritos céntricos y continuando con la práctica de publicar anuncios que carecen del número de registro (que es el que permite a la administración llevar su control).

Si el mayor interés del libro es el conocimiento de primera mano de las interioridades de despacho del autor en relación con la política de colmillos afilados de la compañía californiana, resulta también estimulante comprobar que no se limita al análisis local del problema y es capaz de conectarlo –brevemente, el número de páginas no da para más– con el modelo de ciudades globales del último capitalismo.

En el último capítulo aborda la ciudad como campo de batalla de las GAFAGAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon), empresas de escala mundial que tienen a la mayoría de sus usuarios en las grandes ciudades y hacen de la recolección de datos no solo el centro de su negocio sino también la posición de fuerza desde la cual negocian con las administraciones.

El ejemplo de Uber en Boston es paradigmático de ello: después de llegar a un acuerdo de cesión de datos en tiempo real del tráfico, el Estado de Massachusetts (donde está Boston) varió sus posiciones iniciales, contrarias a la expansión de Uber. O los anuncios públicos de apertura de centros logísticos de Amazon, que ponen a las ciudades del mundo a competir entre sí, hasta el punto de que los de Cupertino se permiten evaluar después, cual profe enrollado, las infraestructuras de las ciudades públicamente (lo que ya está empezando a influir en su planeamiento). Y no, no está tan lejos, en nuestra ciudad también hacemos acuerdos comerciales de datos de tráfico con Google y nuestra alcaldesa visita, prensa mediante, hubs tecnológicos de Amazon. Como en todos lados: la globalización era el imperialismo californiano que, con gesto amable, estrangula los genitales fuera de cámara.

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