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De vacas, osos, meninas y el complejo de identidad de nuestra ciudad

Menina y Menino, escultura de Máximo Riol en una rotonda de Leganés

Luis de la Cruz

29 de noviembre de 2020 00:27 h

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Quienes tengan buena memoria, recordarán la CowParade, aquellas vacas de colorines que pastaron asfalto en muchas ciudades del mundo durante la primera década de los dosmil. Como buenas vacas, nacieron en Suiza en 1998, de la mano del escultor Pascal Knapp. El desfile de estatuas saltó a la fama un año después, realmente, cuando el empresario Peter Hanig lo volvió a organizar en la ciudad de Chicago. A Madrid llegaron en 2009.

Quienes hayan estado en Berlín quizá conozcan a los osos Buddy, esos plantígrados bien plantados, erguidos sobre sus patas posteriores, que también se presentan en texturas de fibra de vidrio y recubiertos de colorines en las calles de la ciudad alemana. El diseño es de 2001 y están unidos al lema “Tenemos que llegar a conocernos mejor los unos a los otros, eso hace que nos comprendamos mejor, confiar más el uno en el otro y vivir juntos con más paz y armonía”. Los osos representan a diferentes países (cada uno es decorado por un artista del lugar) y han viajado por todo el mundo de la mano de la ONU.

Existen otros festivales de estatuas reprográficas menos conocidos, como el Elephant Parade, pensado para viajar alrededor del mundo concienciando sobre la situación del elefante asiático, especie en peligro de extinción.

El oso es un animal ligado a la ciudad de Berlín (está en su escudo) y la vaca un símbolo reconocible de Suiza. En Madrid, faltos de animal que encierre nuestra identidad –el oso nos lo han pisado los alemanes y el gato debe tener poca superficie como para ser decorado– la propuesta del venezolano Antonio Azzato de llenar todo de meninas chorreantes de pintura ha sido bien recibida. Con la de este año, ya van tres ediciones de Meninas Madrid Gallery.

Las meninas de Azzato (y Acotex, asociación del textil detrás de la iniciativa) son tan populares como el Instagram del torero Enrique Ponce, que, por supuesto, firma una de las obras de esta edición.

Madrid es una ciudad en llanto permanente por la falta de un elemento icónico que la represente en la mente de los touroperadores y en las tazas de las tiendas de souvenirs. ¿Os acordáis de cuando el Pirulí aún se dibujaba en todos los motivos capitalinos? Tenemos a la diosa Cibeles, sí, pero es quizá demasiado de uso interno y, además, los del atleti la tenemos medio atravesada. Dicha búsqueda del logotipo, perdón, de la identidad, llevó al anterior Ayuntamiento (Ahora Madrid) a diseñar aquel logo turístico del abrazo. A falta de un monumento tópico, nos abrazábamos al tópico de la ciudad acogedora, porque el agua y el cielo solo nos llegaban como fondo para las creatividades.

Las Meninas, en realidad, son elementos pop desde mucho antes de este jaleo visual. Aún tenemos, en el museo de los memes que alberga la retina, al célebre Velaske, ¿yo soy guapa?, aparecen en sudaderas, en una rotonda de Leganés (La Menina y El Menino, en este caso) y en otra de Alcobendas. La última, ya la conoceréis: la Menina navideña de la Plaza de Colón, con 37.720 lámparas led. La Meninas en serie ya las inventó Picasso, que pintó 58, en todo caso. 

La lógica memética también viene colonizando las calles de todas las ciudades del mundo. En arquitectura, los rectores municipales se afanan en completar sus colecciones de edificios con apellidos (“ya tengo un Foster, me falta un Herzog”); en lo tocante a estatuaria, las gordas de Botero anticiparon a todos los hijos de las CowParade, y las reproducciones de los últimos estrenos de la Warner viajan de una ciudad a otra, disfrazando su material promocional de arte popular. Lo mismito que los Zara pero instagrameables.

A la vista de las últimas tendencias, ¿quién podría culpar a Manuela Carmena o a Begoña Villacís de querer amadrinar la revolución decorativa de las Meninas? No seré yo: por mí como si ponen limones.

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