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REPORTAJE

Los últimos aplausos en Madrid

Un gran archivo protegerá del olvido las voces de los madrileños en la COVID

Marta Maroto

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Hasta hace pocos días, las ocho de la tarde las daban los aplausos. Sin embargo, el desconfinamiento y la hora de los paseos, la apertura de las terrazas o el ruido de las protestas con cacerolas de una minoría han ido acallando esa cita colectiva que a muchos emocionó y ayudó a dar sentido al aislamiento. Aunque el apoyo a los sanitarios no decae, Madrid se debate entre los que resisten para mantener el símbolo y los que consideran que ahora la solidaridad ya no pasa por esa expresión.

“Por mí, que se siga aplaudiendo siempre. Estés donde estés, un aplauso a las ocho durante años”, cuenta entusiasmado Pablo, un escritor que sigue asomándose a la ventana de su piso en Arganzuela cada tarde para observar los rostros de “la resistencia”. “Si le preguntas a la gente, incluso a la que no lo hace, yo creo que muchos te dirían que se debería aplaudir siempre. Un aplauso a la vida”, insiste. 

En Chamberí cuesta identificar de dónde proceden los pocos aplausos que ahora se escuchan. La longitud de la calle Fernando el Católico es una línea de tiempo: más cerca de Quevedo siguen quedando reductos de supervivientes que continúan saliendo al balcón como en las fases más tempranas de la pandemia; pero bajando hacia Moncloa, una hora más tarde, cogen fuerza los cacerolazos que comenzaron a aparecer como protesta contra el Gobierno y el confinamiento ante la negativa de Sanidad a que Madrid cambiase de fase. 

“Estos barrios son muy variopintos”, resume Javier, de 47 años, hablando por el telefonillo. “Aplaudo desde el primer día, y mi intención es hacerlo hasta que todo termine y esto se normalice”, apunta. Para él, que sigue saliendo junto a su familia siempre que puede, este acto supone un “agradecimiento eterno” a los que han estado al pie del cañón porque, quiere puntualizar, siempre lo hace al grito de “¡Viva la sanidad pública!”. 

Unas calles hacia el norte, delante del centro de salud Andrés Mellado, sí permanece muy vivo el reconocimiento a los sanitarios, desde balcones y a ras de suelo, donde grupos de personas se reúnen a diario para demostrar su apoyo, cuenta un vecino.

España salió a aplaudir por primera vez a sus balcones el sábado 14 de marzo, cuando se decretó el estado de alarma y el confinamiento encerró a todo el mundo en sus casas. La convocatoria corrió por las redes sociales, que de las diez de la noche pasó a las ocho para que se unieran los más pequeños. 

Pero la desescalada y los primeros pasos hacia la nueva normalidad desgastaron lo que se había convertido ya en costumbre y, a principios de mayo, de nuevo las redes sociales fueron las que convocaron un final. 

Aunque no se sabe a ciencia cierta quién impulsó la clausura, fue el periodista Isaías Lafuente en La Ser la primera voz pública que planteó “un final a la altura de una liturgia ciudadana que quedará para la historia”. Su propuesta terminó por concretarse el domingo 14 de mayo, cuando se cumplían dos meses del estado de alarma.

“No queremos matar la solidaridad”

Organizaciones como Marea Blanca, la Coordinadora Anti-Privatización de la Salud Pública (CAS) o Sanitarios Necesarios se opusieron al cierre y siguieron pidiendo aplausos. “No se puede matar la solidaridad, y no queremos matar los aplausos, sería bueno mantenerlos en este momento social tan individualista”, explica por teléfono Carmen Esbrí, portavoz de la Mesa en Defensa de la Sanidad Pública de Madrid y de la Coordinadora Estatal de Mareas Blancas.

Muchos no hicieron caso al mensaje de cierre y siguen aplaudiendo. “Porque creo en la importancia de los símbolos y esto invita a reflexionar sobre la sanidad pública. Porque nos hace recordar que esto no ha terminado y por el propio vínculo que se ha generado con los vecinos”, justifica Marina. Su barrio de Lavapiés es quizá de los pocos reductos que quedan en Madrid donde el tiempo se sigue parando a la hora de los aplausos. 

Calles más arriba, en la Plaza de Tirso de Molina, apenas un par de personas salen al balcón, se terminaron la fiesta y las canciones que cada día elegían los vecinos en la calle de la Colegiata. En La Latina, en los últimos números de la calle del Águila ya no ponen música ni relatan cuentos de balcón a balcón. En Tetúan, el tráfico que de nuevo inunda Bravo Murillo ahogaría un aplauso que ya nadie da, ni siquiera desde la calle.

En el barrio de Moratalaz, Luis Carlos dejó de aplaudir casi sin darse cuenta, cuando comenzó a salir a pasear y a rehacer sus planes, y no estaba pendiente de que llegaran las ocho. A toda la zona de Pavones le ha debido de pasar lo mismo porque ya no sale ningún vecino. Muy cerca, Cristina, estudiante de MIR, insiste en que el reconocimiento ahora debe transformarse en una mayor responsabilidad ciudadana. “Aplaudir está muy bien pero no es suficiente, ojalá que este agradecimiento a los sanitarios se traduzca en buen trato y responsabilidad”, sentencia. 

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