Franco Battiato: No fue sólo un concierto
Hay unos pocos músicos que logran convertir un concierto en algo más que un concierto, aunque sea difícil, a veces, definir qué es ese algo. Sucedía con el último y resurrecto Leonard Cohen. Y pudo sentirse anoche también en el recital que ofreció Franco Battiato en La Mar de Músicas de Cartagena.
Tal vez fuesen las ganas que había de verlo (las entradas llevaban un mes agotadas, no cabía un alma en el auditorio Parque Torres). Tal vez el vínculo que, tras tantos años, se ha generado entre el público y este siciliano asceta e introvertido, que practica la meditación trascendente dos veces al día.
La sabiduría que encierran sus textos es algo único en la música popular moderna. En ellos puede rastrearse a Proust, a Santa Teresa de Jesús, al poeta árabe medieval Ibn Hamdis, al filósofo armeno Georges Ivanovič Gurdjieff, a los viejos místicos sufís.
Y, sin embargo, nunca ha sonado hermético ni pedante. Nunca ha renunciado a la esencia pop del asunto.
Anoche, a sus 72 años, Battiato apareció en el escenario con aire frágil y voz debilitada, pero cálida y emocionante.
Cantó sentado sobre una alfombra persa.
Lo sustentaron un perfecto y cómplice cuarteto de cuerda (Demetrio Comuzzi –viola–, Alessandro Simoncini y Luigi Mazza –violines– y Luca Simoncini –chelo), piano (Carlo Guaitoli) y sintetizador (Angelo Privitera).
“Llevo veinte años tocando con ellos”, dijo.
Su ingente y variadísima trayectoria no cabe en un concierto: Hizo canción protesta en los sesenta, se pasó después al género romántico para luego, en los 70, explorar la electrónica.
La tan buscada piedra filosofal cuajó en los 80, con la suma de pop, rock progresivo, tecno y música clásica que le dio la fama.
Battiato sigue hoy en la brecha, creando magníficos álbumes sin acomodarse:
“Para mí, lo único que importa en la vida es la parte existencial, esa que te pone a prueba. No me interesa la aprobación del público, ni darle lo que quiere. Si lo haces, traicionas tu misión”, declaró una vez.
Tal vez por eso anoche un himno como “Centro di gravità permanente” se quedó fuera del repertorio. O cedió a su telonero, el enigmático Juri Camisasca, el honor de interpretar “Nomadi”.
Camisasca, que se presentó humilde y escuetamente como “un cantautor italiano”, ejerció de magnífica antesala. Dejó la atmósfera lista para la irrupción de la estrella.
Battiato apareció entre aplausos y arrancó intenso para unos y denso para otros (sobre todo para quienes acudieron más por curiosidad que por “fe”), con “Stati di gioia” y “Le sacre sinfonie del tempo”.
Cuando en “Povera patria” entonó “Tra i governanti, quanti perfetti e inutili buffoni” el público estalló a aplaudir: La diferencia de idioma no supuso obstáculo alguno en el entendimiento…
El tono se mantuvo con “L’animale” (preciosa la introducción de cuerda), “Sui Giardini della preesistenza” y “Un irresistibile richiamo”, tema que da testimonio del poder compositivo que mantiene Battiato en su actual etapa.
Cuando menos se esperaba, apareció la percusión (electrónica, eso sí). Fue con “No time, no space”, cuya épica oriental sirvió para recordarnos que el reposado anciano que cantaba acompañado por un clasicísimo cuarteto es también un explorador de primera generación de la música electrónica.
Luego el monstruo siciliano versionó a otro monstruo: el bruselense Jacques Brel, con “La canzone dei vecchi amanti”.
Llegó el momento del público, en el que Battiato enfiló los temas que todos, creyentes y profanos, esperaban: “La estación de los amores” (de nuevo el titubeante español que se le perdona), “Gli uccelli”, “Prospettiva Nevski”, “La cura”, “L’era del cinghiale bianco”… una sosegada avalancha de pura belleza.
En el primer bis, Battiato, con humor, dijo: “Yo soy un hombre al que le gusta la espiritualidad. Ahora podría joderos con tres canciones aburridísimas… aburridísimas de verdad”.
No cumplió la amenaza. En vez de eso, entonó “Le nostre anime” y el cañón de emotividad que es y será “E ti vengo a cercare”.
Battiato no renunció finalmente a lo que se esperaba de él y se despidió con “Voglio vederti danzare” a un ritmo disco que, esta vez sí, hizo bailar y cantar a todos.
Sólo para este himno abandonó su cómoda alfombra persa. Incluso amagó con uno de esos bailes que desplegaba en sus actuaciones y videoclips de los 80.
Cuando Battiato y su banda abandonaron el escenario, uno se quedó con la sensación de haber recibido mucho más que música.