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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La belleza de lo inverso en nuestro mundo feliz

Exposición RONEM RAM en Mucho Más Mayo en Cartagena

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El valor de un evento cultural se construye con las raíces y huellas que su impacto provoca en nuestros sentimientos y en las nuevas vías de lo imaginario que abre en nuestras mentes. De tal forma que, inevitablemente, uno disfruta de lo bello de una creación, aunque se apoye en lo siniestro de lo que se deriva de un efecto pernicioso de los humanos con el medio ambiente.

Esta profunda experiencia la he podido vivenciar con la genial obra/instalación de arte visual, tecnológico y sonoro de RONEM RAM, producido por ONÍRICA MECÁNICA en el Festival de Arte Emergente Mucho Más Mayo de Cartagena 2021. Un título que atesora lo inverso de nuestro mundo feliz en proceso de devastación. No es fácil lograr que nos deleitemos en un escenario de ficción tan distópico como próximo en el tiempo, en el cual nos convertimos en inesperados protagonistas de su relato. Si hay una forma sensitiva de entender y concienciarse sobre los efectos del colapso medio ambiental, este evento artístico, iniciado en 2018, constituye un serio modelo cuya vigencia cultural será larga en el tiempo. Y, en este marco creativo de la inevitable crisis climática, emerge el Mar Menor como futuro recuerdo íntimo perdido.

La estética peculiar que nos propone es afín a una poética de la insensatez de nuestro ideal de supervivencia, un exquisito poema inconcluso y fragmentado en prolepsis que, antes de cicatrizar en nuestra mente, dejan vastas aperturas de alternativas personales ante la cruda realidad de un futuro artificioso por el castigo que percutimos a la naturaleza; unas ficciones parciales muy sutiles que darían pie, en cada estadio, a un abanico de nuevas historias y derivadas aventuras de performance.

La tecnología y artefactos que sabiamente integra en esta obra componen una espléndida maquinación en la cual el individuo se sumerge paulatinamente en la aplicación de múltiples sentidos en sucesivas etapas, escuchando el relato y la narración casi quimérica de momentos ulteriores de una vida, mezclando su experiencia con una tierna y, a la vez, afligida remembranza de una atmósfera amigable, con el lance de la ciencia, la introspección del sufrimiento físico, la evocación de gratos aromas, y la sugerencia de cavilaciones en un futurible hogar común reconocido como propio. Un conjunto de coordenadas que nos llevan a poner el foco en nuestro papel actual en el mundo.

En este paseo por fases el sujeto va tomando conciencia de los productos de nuestra feliz sociedad e imprudente economía de crecimiento sin límites. El insight emocional que nos va excitando la interacción con los objetos y micro-escenarios se convierte en un mecanismo de toma de conciencia de la proximidad del colapso ambiental. Esta operación individual y única responde, en parte, a lo que Sigmund Freud expresaba al entender el arte en nuestra sociedad como cierta forma de organizar el vacío y que “la función del arte en la sociedad es edificar, reconstruimos cuando estamos en peligro de derrumbe”. Comprobamos en el transcurso de la visita que nuestro mundo va a desplomarse, pero lo que se requiere reconstruir en esta andanza es nuestra consciencia global frente al abatimiento de la humanidad.   

Lo eventual del desastre ambiental se afronta en el juego de resiliencia que va proyectando el visitante frente a objetos y naturalezas que nos rodean hoy en día, y que no hemos sabido ver con ojos inquietos y mentes bien abiertas. El verdadero espectáculo de este tránsito en el que viajamos es que no nos asombra su inapelable realidad. El siguiente corolario, como gran reto, debe residir en las posibilidades de transformar esta conciencia individual en colectiva.

Las posibilidades diversas de interpretación de esta instalación artística que podamos realizar durante y posteriormente a la visita de la exposición, no excluyen aquello que defendía seriamente Sunsan Sontag cuando afirmaba que sin seducción no hay arte. RONEM RAM nos seduce, hasta el punto de que, una vez finalizado el recorrido, emerge la duda sobre el sentido que tendría repetir gozosamente algún estadio anterior para sucumbir en nuestro imaginario más recóndito. Pero ahí radica su mérito; las opciones de recreación y razonamiento posteriores descansan en las nuevas motivaciones que nos suscita para actuar.

Imagínense ustedes que se encuentran en un leve pedestal, en el que nos hemos ubicado gran parte de los seres humanos, especialmente aquéllos que han atesorado un poder privilegiado de existencia, y que su cuerpo y su mente giran casi a oscuras a una velocidad tan suave que no les impide mantener el equilibrio, pero tan constante que no les evita generar un breve abismo de conexiones neuronales que obligan a meditar sobre sí mismo y, a su vez, percibir el vértigo de no ser el supuesto centro del universo, el vértigo de la muerte y la zozobra ante el cercano colapso. Las palabras que deja la gente en los libros de la denominada zona cero de la instalación son un buen antídoto frente al estupor de esos vértigos. Solo falta que, juntos, obremos en consecuencia.

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