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Cuando los 'menas' lloraban en español

Niños de la guerra

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La memoria colectiva de la sociedad en tiempos de redes sociales y de exceso de impactos visuales e informativos es enormemente corta. Hace ya mucho tiempo que las arenas de la playa sepultaron el cadáver del pequeño Aylan, ahogado en un Mar Mediterráneo que se ha convertido en la mayor fosa común de la historia moderna. Con la desaparición y el olvido de aquella fotografía, las conciencias quedan aliviadas de nuevo, aunque cientos de Aylan siguen cruzando, y demasiadas veces dejando su vida en el intento, para llegar a nuestras costas. Cuando alguien está dispuesto a poner a sus hijos en un bote, en manos de mafias y sin esperanza alguna de reencuentro, es que a pesar de todos los peligros que esto entraña, el mar es más seguro que la tierra. Tierras donde la guerra, el hambre y la miseria son el único futuro que pueden ofrecer a sus hijos e hijas.

Si la imagen de Aylan ha sido olvidada, mucho más lejano y sepultado queda -por fortuna- el recuerdo de la guerra, el hambre y la miseria en la mente del pueblo español. Pero España no es ajena a estos monstruos. No hay que remontarse demasiadas décadas para encontrar a niños y niñas españoles saliendo de nuestro país, huyendo de la barbarie y la muerte. Sin sus padres. Solos y solas, con los rostros cubiertos de lágrimas y con el miedo como compañero permanente de viaje. Eran los niños y niñas de la guerra civil española. Hijos e hijas de nuestra tierra que tuvieron que alejarse de ella para salvar su vida y tener alguna opción de futuro. En total, más de 50.000 niños y niñas partieron hacia Francia, Bélgica, Reino Unido, Unión Soviética o México. Para muchos de ellos y ellas, el periplo continuó después hacia otros países, al tener que huir también de los frentes de la Segunda Guerra Mundial.

A las decenas de miles de personas que, siendo aún menores, tuvieron que abandonar nuestro país se les llamó 'niños de la guerra' o 'niños de Rusia'. Fueron cuidados, educados, vestidos y alimentados gracias a la solidaridad de países extranjeros, de pueblos diferentes e incluso de culturas distintas a la nuestra. Nadie les insultó, ni les criminalizó, ni les culpó de los males que asolaban el mundo. Nadie les llamó por un acrónimo para deshumanizarlos y olvidar lo que eran en realidad: niños y niñas que viajaron solos, huyendo de la guerra.  

Hoy, en esta misma España que hace 80 años despidió a los miles de menores que partieron de nuestras costas, hay quien pretende decirnos que el gran problema social, que el gran peligro para nuestra convivencia cívica, son los menores extranjeros no acompañados. Insisto: niños y niñas que están solos. Ese es el nuevo enemigo, la nueva cabeza de turco contra la que descargar violencia, odio y xenofobia. Las escenas ocurridas hace una semana en un barrio madrileño, cuando grupos neonazis acudieron a amenazar en la puerta a un grupo de estos menores tutelados, son resultado directo de una estrategia puesta en marcha por quienes, desde medios de comunicación y partidos políticos, han dado alas al discurso de la extrema derecha. Un discurso que se ceba con el más débil para ocultar las verdaderas causas de los problemas de la mayoría social. No hay más que poner la mañana de cualquiera de los dos grandes canales privados de televisión para ver que, en muy poco tiempo, se ha sustituido el espacio dedicado a hablar de pobreza infantil por problemas de orden público relacionados con estos diabólicos 'menas' (de nuevo: niños y adolescentes), de igual modo que el drama de los desahucios por campañas de miedo y desinformación sobre la okupación de viviendas.

Querer que España sea un país decente no es buenismo. No se me ocurre nada más indecente, nada más cobarde, que atacar a menores que están solos. Repito: niños, niñas y adolescentes que están solos y solas. Que han escapado del infierno. Que están en nuestro país no por capricho, sino por auténtica necesidad. ¿Qué quieren que hagamos con esos niños y niñas? ¿Que les arrojemos a vivir en la calle? ¿Que les dejemos ahogarse en el mar? ¿Que permitamos que mueran de hambre? No lo hicieron con nuestros niños y niñas, y no podemos hacerlo nosotros con los niños y niñas de otros. La única diferencia entre quienes partieron hace ocho décadas de España y aquellos que llegan hoy a nuestras costas es el color de la piel y que los 'menas“'de hace 80 años hablaban y lloraban en español.

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