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El campo de refugiados de Moria, una cárcel ilegal vigilada

Campo de refugiados de Moria

Teresa Fuentes

Nunca entenderé al ser humano. Hace un año visitamos por primera vez el campo de refugiados de Moria y, lejos de mejorar o ver un halo de esperanza ante tanta injusticia y barbarie, todo ha empeorado. Las barcas cargadas de familias, pequeños y menores no acompañados siguen llegando a la isla de Lesbos, sobre todo ahora con el buen tiempo -500 personas a la semana-. Es una isla tan bonita como extraña: ¿cómo es posible que en ella convivan con tanta naturalidad el turismo con miles de personas abarrotadas en un campo de refugiados donde se están vulnerando constantemente los derechos humanos? 

En el interior del campo de refugiados hay una cárcel ilegal vigilada por militares, con capacidad para 150 personas, donde retienen a los residentes de forma arbitraria. Por supuesto, los reclusos no tienen derecho a un abogado. Hay una media de 150 intentos de suicidios al mes, -Save the Children lo ha denunciado en reiteradas ocasiones-, entre ellos también hay pequeños de entre 4 y 8 años, pequeños y adolescentes que en muchos casos han sido violados dentro del campo, lo que les supone tener el esfínter roto para el resto de su vida. A veces comparten tienda con otros chicos y esa violación les supone no poder retener sus ganas de hacer de vientre y se hacen encima. Cuando los compañeros se dan cuentan son el hazmerreír y se tienen que ir de allí, ¿qué tienen que haber pasado estos pequeños para querer suicidarse?

Muchas mujeres con niños, sobre todo aquellas que viajan sin maridos, han sido violadas. Muchas de ellas llegan embarazadas o con alguna enfermedad de transmisión sexual. En la mayoría de los casos sus pequeños han visto la agresión, también las mafias las han extorsionado. Es algo con lo que cuentan todas las personas que quieren llegar a Europa. A otras muchas las han torturado a su paso por Libia, pero contaban con ello: sabían que en muchos casos era el precio que tenían que pagar por llegar a la tan ansiada Europa. Lo que nunca, absolutamente nunca, habían imaginado es que se encontrarían el trato miserable e inhumano en la tan deseada Europa. 

Moria tiene una capacidad para 2.500 personas. Actualmente malviven más de 7.000. En el invierno y debido a las bajas temperaturas 2.000 personas fueron trasladadas al continente. Varias personas murieron congeladas, entre ellas un chico de 20 años.

Si quieres acceder al interior del campo de refugiados de Moria, tienes que pedir permiso al Gobierno griego tres meses antes y, con bastante suerte, y justificando bien por qué quieres entrar te darán el permiso, algo que en nuestro caso como voluntarios independientes es prácticamente imposible. Pero esto no nos impide que cada vez que venimos nos colemos por alguna alambrada rota. Si nos pilla la policía o militares nos rompería probablemente las cámaras e incluso nos podrían detener. Aún así, ayer tarde entramos y fotografiamos las condiciones miserables en las que se encuentran.

Lo primero que te sorprende al entrar es que mires hacia dónde mires el logotipo de ACNUR está en todos lados. Sí, el Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados encargado de protegerlos está siendo cómplice de este maltrato a las personas más vulnerables. Si no es así, ¿por qué no están todos los días denunciando en los medios de comunicación esta vulneración de los derechos humanos? ¿Por qué permiten que se trate de esta manera tan deplorable a miles de personas? 

Lo que tampoco pasa desapercibido al entrar en las calles donde viven hacinados cientos de personas es el hedor. El calor es insoportable y las personas residentes se cobijan bajo cualquier sombra que pillan. Nos comentan que las mujeres duermen con pañales dentro de las tiendas; temen ser violadas si salen por las noches al baño -sí, violadas por los residentes del campo-, pero con la connivencia de la policía y militares ya que siendo el campo con más vigilancia de toda Grecia tienen orden de no intervenir en caso de conflicto. El agua escasea, la comida es nefasta, las temperaturas son insoportables, los baños y las duchas insuficientes. De hecho, el baño al que hemos podido acceder es repugnante. Todo es extremadamente viejo, sucio e insuficiente. En algunos casos, y debido al hacinamiento, comparten una misma tienda cuatro familias. Otras duermen a la intemperie durante días esperando un lugar en el que cobijarse, algo que sorprende mucho de la organización encargada de hacer el reparto y distribución de tiendas, Euro Relief, que estará recibiendo ingentes cantidades de dinero por realizar esta gestión, sin olvidar la falta de asesoramiento y la incertidumbre de cuándo se acabará esta locura. 

Cada vez que piso Moria se apodera de mí una mezcla de impotencia y rabia.

Después, paseamos por el Monte de los Olivos, una extensión de Moria en medio de un monte donde malviven alrededor de unas 1.000 personas. Al ir paseando los ñinos vienen a saludarnos y las personas adultas que nos vamos encontrando nos saludan con una sonrisa, nos invitan a té y empezamos a charlar. Te cuentan historias terribles en las que se mezclan guerras, persecución, mafias, violaciones y un final común: el campo de refugiados de Moria.

Y entre todo este sin sentido, hay empresas que se aprovechan “del gran negocio de los refugiados”, como la empresa griega de catering que abastece de comida al campo de refugiados: comida que sabe a nada, que es repetitiva, que no cubre las necesidades mínimas nutricionales y que en, muchos casos, lleva gusanos y que en reiteradas ocasiones tan siquiera la comen por las condiciones en las que se encuentra. Por supuesto, no hay reparto de nada. No abastecen ropa, productos de higiene, pañales, compresas, comida especial para niños con problemas, y así un largo listado de cosas que para nosotros, las personas que hemos tenido la inmensa suerte de nacer en el lado bonito del mundo, tenemos todos los días.

Al caer la tarde fuimos a visitar a un chico refugiado del que nos habían hablado y nos habían pedido ayuda. Mohamad tiene 21 años y hace tres días cuando iba a visitar a su hermana al campo de refugiados un coche lo atropelló y se dio a la fuga. El chico tiene un traumatismo craneoencefálico y múltiples contusiones por todo su cuerpo. Nos contaba que después de ir al hospital fue a la policía y ni siquiera lo escucharon. Simplemente le dijeron que había muchos casos como el suyo. Un claro ejemplo de lo que supone ser refugiado en Grecia: tu vida no vale nada.

Las organizaciones que aquí colaboramos ponemos parches a esta barbarie, pero esta situación solo se solucionará cambiando la situación actual con políticas de acogida, cooperando con los países de origen, habilitando vías seguras, dejando de expoliar sus recursos naturales; en definitiva, dejándolos en paz.

Y en esta historia macabra todos tenemos nuestra parte de responsabilidad por acción o por omisión, que no se nos olvide. 

Como ya han dicho en algunas ocasiones, en un futuro no muy lejano todas estas historias, todos los muertos que han quedado y quedarán en el mar y que han hecho de nuestro Mediterráneo una fosa común, todo el mal trato que se está dando a estas personas se estudiarán en los libros de Historia y yo, personalmente, sentiré mucha vergüenza. 

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