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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Mirar atrás para coger impulso

Construcción de la red de abastecimiento de agua en San José (Bolivia).

Sofía Marroquín

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2018 ha sido un año muy especial. Bajo el lema 30 años dejan huella, hemos conmemorado que hace tres décadas se pusieron en marcha las políticas vascas de cooperación y que se fundó la Coordinadora de ONG de Desarrollo de Euskadi, que actualmente agrupa a 79 ONG vascas que trabajan en cooperación internacional.

Hace 30 años, fruto de la demanda de la sociedad y de distintas expresiones de solidaridad, las instituciones vascas destinaron los primeros fondos a cooperación para contribuir a la lucha contra la pobreza y las desigualdades en zonas empobrecidas donde interveníamos las ONG de desarrollo (ONGD). Así, se sentaron las bases de la Euskadi de hoy, una sociedad abierta del siglo XXI, plural, diversa, global y comprometida con los derechos humanos para todas las personas.

Las instituciones, de la mano de las ONGD y de la sociedad vasca, fueron diseñando y construyendo sus políticas de cooperación, bajo una personalidad y señas de identidad propias, con el objetivo compartido de contribuir a que miles de personas en zonas remotas puedan tener una vida digna, garantizando así sus derechos más fundamentales.

En 2007 se aprobó en el Parlamento Vasco la Ley Vasca de Cooperación, que establecía el reto de destinar a este fin el 0,7% de los presupuestos totales de las administraciones vascas. A pesar de su incumplimiento sistemático y de los recortes presupuestarios durante la crisis, estas políticas han llegado a ser un referente en el Estado.

En este camino, desde Euskadi hemos contribuido a transformar miles de vidas, ya que la cooperación contribuye a garantizar el cumplimiento de derechos humanos como la educación, la salud, la equidad entre mujeres y hombres, o el acceso al agua potable y al saneamiento.

También hemos aprendido mucho de los países empobrecidos con los que trabajamos, contribuyendo así a nuestra propia transformación. Ahora sabemos que lo que ocurre en nuestro entorno está relacionado con otros lugares más lejanos; que para que unas personas vivan en la opulencia y el exceso, otras tienen que hacerlo en la escasez o la pobreza y sufrir sus consecuencias; que si las mujeres y los hombres no tienen los mismos derechos y oportunidades, no es posible cambiar nuestra sociedad; que ninguna persona es ilegal, que ilegales son las causas que provocan la pobreza y las desigualdades...

En definitiva, a partir de nuestras particularidades y capacidades del tejido económico, cultural y social, estamos contribuyendo a hacer frente a los grandes retos del mundo global actual.

Pero como estos desequilibrios y desajustes mundiales no surgen de manera espontánea, debemos denunciar las causas que impiden el desarrollo de gran parte de la población. Es posible caminar hacia un modelo de sociedad donde las personas, individual y colectivamente, se miren, se escuchen, compartan sus problemas y se apoyen para solucionarlos, donde las personas confluyan en un principio esencial: ante las desigualdades e injusticias no cabe la indiferencia. Y para ello, es necesario poner en primer plano las políticas sociales, entre ellas las de cooperación, que priorizan a las personas y sus derechos.

Aún no hemos llegado a la meta, son muchos los retos a los que nos enfrentamos. Un mundo global en el que todavía hoy millones de personas no pueden disfrutar de una vida digna. Un mundo en el que demasiadas personas deben decidir a qué hijo o hija alimentar; donde ir a la escuela es un ejercicio heroico; un mundo en el que abrir un grifo y beber agua potable sencillamente no es una opción posible; un mundo en el que las niñas y las mujeres son, en el mejor de los casos, invisibles; un mundo que elige producir y vender armas que matan, que matan poco y con precisión nos dicen, pero matan; un mundo en el que hoy más que nunca necesitamos personas e iniciativas como las que han hecho posible estos treinta años de cooperación vasca.

A lo largo de este año que pronto acaba, las ONGD vascas hemos redoblado nuestro esfuerzo para salir a la calle, al encuentro de la ciudadanía, y dar a conocer la huella que estos 30 años han dejado en nuestra sociedad y en las zonas más vulnerables del planeta. Hemos mirado atrás para coger impulso y seguir caminando hacia la trasformación social, por lo que las ONGD reafirmamos nuestro compromiso con la cooperación, ya que además de ser una necesidad vital para miles de personas, es un compromiso ético y moral que nuestra sociedad ya rubricó tres décadas atrás bajo el convencimiento de que la justicia y la solidaridad son las claves para cambiar el mundo.

*Sofía Marroquín es presidenta de la Coordinadora de ONG de Desarrollo de Euskadi

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