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Apaciguadores y belicistas

Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, junto al presidente de EEUU, Joe Biden.

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Es realmente sintomática la reacción que ha suscitado, en diferentes ámbitos, la propuesta china sobre la guerra de Ucrania. Igualmente, es interesante el silencio sobre la iniciativa del presidente Lula sobre la posible combinación de un grupo de países “mediadores” que pudieran propiciar una salida dialogada al conflicto bélico. Es bastante conocido que ante situaciones de guerra aparezcan sectores de opinión -y opinantes de todo tipo- que creen que por predicar la paz, el desarme, el diálogo o hacer concesiones al agresor, el cese de las hostilidades llega caído del cielo, traído por la bondad de los espíritus. Pero, al mismo tiempo y con similar intensidad, surgen otros sectores y opinantes que, ante los conflictos, se calan el casco del guerrero, enarbolan la tizona y pregonan a los cuatro vientos que hay que llegar hasta el final, cueste lo que cueste, y derrotar al enemigo. Eso sí, estos últimos suelen ser los que no han estado nunca en una guerra, y la actual, en Ucrania, la contemplan desde el televisor de su casa.

En este sentido, he constatado que las personas que han opinado con mayor acierto, ponderación, realismo y conocimiento de causa, alejados tanto del apaciguamiento como del triunfalismo belicista, han sido militares o exmilitares del ejército español. Siempre sobre la para mí acertada consideración de que las guerras, según enseña la historia, solo terminan de dos maneras: o porque una de las partes derrota a la otra completamente -así aconteció en Segunda Guerra Mundial, por ejemplo-, o en una mesa de negociación, la mayoría de ellas. Y como no parece realista pensar, en este caso, que uno de los contendientes acabará machacando o arrasando al otro, lo más conveniente es estar siempre alerta y abiertos a un intento de entendimiento o negociación. Un diálogo o negociación que no es incompatible -sino todo lo contrario- para que mientras tanto se siga ayudando, con medios calculados y eficaces, al país agredido, es decir, a Ucrania. Sostener, por el contrario, que la mejor manera de alcanzar la paz es no proporcionando armas a los ucranianos es, con perdón, no tener ni pajolera idea de qué va este asunto y, en el fondo, inconscientemente, favorecer al agresor. Lo mismo que es, en este caso siniestro, no querer oír hablar de diálogo o negociación, vendiéndoles a los sufridos ucranianos que les vamos a proporcionar todo tipo de armas para que puedan derrotar a los rusos y recuperar todo el terreno perdido, incluyendo Crimea, Sebastopol y lo que haga falta. 

Por eso, ha sido tan ilustrativa la reacción de las diferentes partes implicadas ante la propuesta de los doce puntos chinos, o la iniciativa de Lula, de naturaleza diferente. La general desconfianza y escepticismo suscitados por la propuesta han tenido sus matices, y en estos delicados y complicados trances, los matices, tonos, variaciones o pulimientos tienen su importancia y sus efectos. Ante todo, la desconfianza en boca de responsables políticos de cierto nivel debería ser considerada una obviedad, ¿o es que son tan ingenuos que se fían de alguien? Aquí no se trata de fiarse o no fiarse, sino de realidades, de hechos, de relaciones de fuerza o de debilidades, lo demás son jeremiadas o monsergas. En cuanto al escepticismo, es lógico teniendo en cuenta las actuales posiciones de las partes contendientes, pero salvo que se sea partidario de la homónima escuela filosófica, cada uno es dueño de sus estados de ánimo.

En todo caso, veamos algunas reacciones significativas. El secretario general de la OTAN, que, por lo visto, gracias a Putin, está encantado de su salida de “la muerte cerebral” y la revitalización de la organización, ha liquidado el asunto diciendo que China “no tiene credibilidad” para hacer tal propuesta. Realmente asombroso cuando se llevan meses diciendo que China -que alguna influencia puede tener en este asunto- debería tomar alguna iniciativa, dada su “especial relación” con Rusia, etcétera. Menos mal que deja el cargo dentro de pocos meses. Mucho más prudente y acertada ha sido la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, al afirmar que hay que analizar la cuestión con detenimiento. Mientras, el asesor del presidente Biden en cuestiones de seguridad, Sullivan, ha despachado el tema, en principio, con evidente simplismo al decir que “la guerra podía terminar mañana si Rusia dejase de atacar a Ucrania y retirara sus fuerzas”. Desde luego, también habría sido mucho mejor que hubiese hecho lo mismo EEUU en Vietnam y no después de liquidar a un millón de vietnamitas. O por qué no, en el caso ruso, no haber empezado la invasión. Pero me temo, señor Sullivan, que, por desgracia, la cuestión es mucho más compleja. Evidentemente, tampoco ha estado muy fino el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov, cuando ha dicho que “hay que reconocer las nuevas realidades territoriales”, o lo que es lo mismo, que Rusia pretende quedarse con todo lo conquistado hasta este momento, lo que chocaría frontalmente con el punto primero de la propuesta china, como luego veremos. Por eso, tengo la impresión de que quien mejor ha entendido, por el momento, los doce puntos de Yi Ping ha sido el presidente Zelenski, al señalar que es positivo que China hable de Ucrania en términos de respeto a la soberanía e integridad territorial, y que le gustaría verse con el líder chino y, también, con Lula.

Si partimos de la realista consideración de que nadie tiene por qué fiarse de nadie y de que el escepticismo es libre, veamos qué dice la propuesta política de los chinos, que no es para nada un acuerdo o tratado de paz. Lo primero de todo señala que hay que respetar la soberanía e integridad territorial de todo Estado, grande o pequeño, lo que le ha sonado bien a Zelenski y menos bien a los rusos. El problema peliagudo surgirá cuando cada uno tenga que decir qué entiende por “integridad territorial”; luego adelanta que conviene abandonar la mentalidad de la guerra fría y tener en cuenta los intereses de seguridad de cada cual; en tercer lugar, propone el cese del fuego por ambas partes, antes de que el conflicto se salga de control. Todo cese de hostilidades tiene sus riesgos, pero si tenemos en cuenta la lentitud en el libramiento de armas a Ucrania, no parece necesariamente negativa, para la parte agredida, tal interrupción o pausa. Después, en coherencia con lo anterior, reanudación de las conversaciones de paz que se habían iniciado, primero en Bielorrusia y luego en Turquía, sin resultado alguno; también, establecer corredores humanitarios que faciliten la solución de las crisis del mismo nombre, así como medidas de protección de la población civil e intercambio de prisioneros de guerra; mantener seguras las centrales nucleares y, en cualquier caso, no uso de ese tipo de armas, así como de las químicas y biológicas; facilitar la exportación de cereales; detener las sanciones unilaterales no acordadas por la ONU; mantener estables las cadenas industriales y de suministros y, por último, promoción de la reconstrucción post conflicto.

De la lectura literal de los doce puntos anteriores se comprende mejor la reacción prudente de Zelenski, pues de aceptarse por la otra parte el punto primero -cosa de momento bastante improbable, a tenor de lo declarado por el vocero ruso Peskov- no sé en qué puede perjudicar a Ucrania explorar las posibilidades de arreglo mediante el establecimiento, en algún momento, de un alto el fuego. Quizá esta iniciativa, la planteada por el presidente Lula y otras lleguen a ser complementarias. Porque llegará el momento en que alguien tendrá que facilitar que ambas partes hablen y vean hasta dónde pueden llegar. Es posible que tuviese razón el presidente Macron cuando declaró, no hace mucho, que no era el momento de negociar, pero una cosa es negociar un tratado de paz -para lo cual no se dan todavía las condiciones- y otra cuestión diferente es un acuerdo político que facilite que se vayan creando las circunstancias que permitan alcanzar lo primero. Espero que se imponga el principio de realidad y que, sin bajar la guardia, sino apoyando en todo momento al agredido, caminemos por la senda de explorar las posibilidades de terminar con esta espantosa guerra. Una guerra que está trayendo muertes, destrucción, crisis económica, rearmes, riesgos nucleares, más miseria en el tercer mundo, mientras se forran, por diferentes causas, sectores financieros, energéticos, y armamentistas. En esta dirección conviene no caer ni en apaciguamientos ni en belicismos, pero vale la pena explorar todas las oportunidades que puedan conducir a una solución o arreglo.

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