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Austeridad y deuda europea

From left to right: Mr Mark RUTTE, Dutch Prime Minister; Mr Pedro SANCHEZ, Spanish Prime Minister, el 20 de junio de 2019.

Pablo Bustinduy

Profesor adjunto en el City College de Nueva York —

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Desaparecida al inicio, abrumada por el caos después, la UE es ahora escenario de una batalla política formidable. Los líderes europeos deben encontrar recursos para un esfuerzo fiscal sin precedentes, especialmente para los países más afectados por la pandemia y en peor situación financiera, en un contexto apocalíptico donde las economías del continente perderán millones de empleos y enfrentarán recuperaciones largas y dolorosas. Pero no solo está en juego encontrar los recursos para financiar la reconstrucción económica y social del continente. También hay que decidir qué hacer exactamente con ellos.

Por muy duros que parezcan, es sensato asumir que por ahora todos los gestos y posiciones en esa batalla son movimientos preparatorios. Los marcos legales y regulatorios fundamentales de la política económica europea están actualmente suspendidos. Nadie sabe realmente cómo se retorna a la normalidad tras una crisis de esta envergadura. Una cosa sí parece clara: no habrá manera de compensar con austeridad el tipo de brecha fiscal que se va a generar; no se podrá cubrir con recortes un agujero de esa magnitud. Por no hablar de la capacidad política que requeriría, en un momento de durísima tensión social, disciplinar a los pueblos de Europa para que asuman una factura que simplemente no se puede pagar.

Sin embargo, el problema va más allá de la incertidumbre fiscal. En una crisis de producción y empleo de esta magnitud, la reconstrucción económica en los países de la periferia requerirá de algo más que un keynesianismo prudente. El tipo de medidas que se han implementado hasta ahora (nacionalizaciones, intervención estatal de sectores estratégicos, extensión de los programas de bienestar) anticipan un período de profunda participación pública en la economía. Dirigiéndose a la nación en tono solemne, Macron explicó recientemente que la pandemia ha demostrado que es una “locura” delegar a otros la capacidad de cuidar de nosotros mismos, y que hay bienes y servicios que deben ser protegidos “fuera de las reglas del mercado”. Muchas voces abogan por la reterritorialización estratégica de las industrias esenciales y anticipan un reordenamiento profundo de la economía.

La batalla europea por la deuda es un anticipo de la tarea real que se avecina: la reconstrucción de la economía política de Europa. Contra las apariencias, la confrontación no se da simplemente entre el Norte y el Sur, ni es una mera repetición de conflictos del pasado. El cambio decisivo tiene que ver con Francia, que ha adoptado un papel activo que no tuvo en crisis anteriores, pero no solo: hasta nueve países firmaron la petición original de los bonos comunes, y la oposición real se ha limitado a los “cuatro frugales”, cada uno de los cuales enfrenta a su vez presiones internas derivadas de la composición de sus gobiernos de coalición y de opiniones públicas que esta vez podrían ser menos homogéneas que en 2012 o 2015.

El conflicto tampoco encaja en la narrativa estándar con que se ha caricaturizado la política europea durante años. Hoy no estamos presenciando una confrontación entre el centro y los extremos, entre “partidos de orden” y populistas euroescépticos que amenazan con asaltar la fortaleza desde fuera. Ciertamente, la extrema derecha presiona a los gobiernos del norte para que bloqueen cualquier apariencia de unión fiscal o de transferencias sistemáticas de riqueza hacia el sur. Pero en Francia e Italia, los populistas de extrema derecha están presionando a sus gobiernos en la dirección exactamente opuesta, reduciendo su margen de compromiso y obligándolos a negociar a la ofensiva. A ese esfuerzo se unen los gobiernos de Italia, España y Portugal, sostenidos por fuerzas que surgieron en el escenario europeo como una reacción a las políticas de austeridad. Un euro-optimista podría discernir aquí una especie de dialéctica política por la cual aquellas fuerzas anti-establishment hoy son la principal esperanza para la reforma del sistema europeo.

¿Es posible imaginar esa reforma? Las líneas ideológicas y políticas del continente podrían redibujarse en torno a la respuesta a esa pregunta. La izquierda socialdemócrata podría imaginar la reconstrucción como una segunda posguerra europea, y concebir un nuevo contrato social redistributivo basado en la transición ecológica. Las fuerzas soberanistas discernirán en esta crisis la ocasión definitiva para forzar el repliegue estatal, y lanzarse a formidables batallas para redefinir el alma de cada nación. Los conservadores europeos querrán restaurar cuanto antes el orden que ha sido suspendido. Sin embargo, el retorno a la normalidad podría requerir una acción tan drástica como inevitable: para salvar la Eurozona, será necesario reconstruir la periferia europea a través de transferencias fiscales masivas y la toma de decisiones comunes. Los conservadores europeos se enfrentan a una grave elección existencial: avanzar hacia un federalismo obligado por el desastre, o arriesgarse a la implosión del proyecto de austeridad europeo.

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