La campaña electoral permanente
En solo cinco años, desde las elecciones europeas de 2014 —cuando Podemos irrumpió en el panorama político español— hasta las elecciones generales del próximo 10 de noviembre —las decimoquintas tras la dictadura—, España habrá celebrado dos elecciones al Parlamento Europeo (2014 y 2019), dos elecciones municipales y dos elecciones autonómicas en aquellas comunidades que accedieron a la autonomía por la vía lenta (mayo de 2015 y mayo de 2019), unas elecciones al Parlamento de Galicia y unos comicios al Parlamento Vasco (ambos en septiembre de 2016), dos elecciones al Parlamento de Andalucía (marzo de 2015 y diciembre de 2018) y cuatro elecciones generales (diciembre de 2015, junio de 2016, 28 de abril de 2019 y las próximas del 10 de noviembre).
Así, desde la llegada del multipartidismo competitivo —y, en gran parte, debido a ello— España ha vivido su período electoral más prolífico desde la restauración de la democracia. Cinco años en una campaña electoral prácticamente permanente que ha impedido el reposo necesario para que los diferentes partidos políticos huyan del cortoplacismo que todo proceso electoral parece imponer y piensen, si no en el largo, al menos en el medio plazo. Esto es, que empiecen a hablar de políticas.
Sin embargo, los datos más recientes de la mayoría de sondeos —también los de Metroscopia— estiman que la noche del 10N los españoles nos iremos a la cama, una vez más, sin saber qué Gobierno tendremos en los próximos años y quién estará al frente del mismo. En otras palabras, seguiremos en campaña electoral hasta que se logre por fin un acuerdo o —no hay que descartarlo— nos veamos abocados a una nueva repetición electoral. Lo cual significa, en todo caso, que la solución tanto a los problemas que más preocupan a los ciudadanos —de nuevo, según las encuestas— como a los “desafíos que tenemos por delante”— Pedro Sánchez dixit— tendrán que seguir esperando a que nuestros políticos encuentren la salida de este círculo vicioso.
En 1964 —cuando todavía faltaba un año para ser proclamado candidato único de la izquierda en las elecciones presidenciales— François Mitterrand escribió “El golpe de estado permanente”, una crítica a la Quinta República y, más concretamente, a la forma de gobernar del entonces presidente de la República, Charles de Gaulle. El líder socialista alertaba del riesgo que suponía el nuevo poder centralizado de esa Quinta República, que, según él, eliminaría las estructuras intermedias entre el presidente y la ciudadanía. En cierto sentido, parecía advertir del peligro que podría llegar a sufrir el andamiaje institucional que, al fin y al cabo, comprende los pilares básicos que articulan la vida social de un país. Pues bien, esta “campaña electoral permanente” que estamos viviendo en nuestro país puede llegar a poner en riesgo nuestro armazón institucional. Si los ciudadanos no ven solucionados sus problemas —o si ni siquiera perciben que esto se pueda estar intentando— y empiezan a desconfiar de la mayoría de las instituciones, el sistema democrático puede verse erosionado. La certeza que estas instituciones deberían generar —de eso trata la política, de crear certidumbres sobre el funcionamiento del sistema— se puede pasar a la incertidumbre y de ahí a la inestabilidad. Ha llegado, por tanto, el momento de la política. ¿Están nuestros actuales líderes políticos preparados? Veremos.