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Turquía, el cambio tendrá que esperar

Profesor asociado de la Universidad Carlos III de Madrid Colaborador de la Fundación Alternativas
Erdogan se dirige a sus seguidores desde el balcón de la sede de su partido en Ankara

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Recep Tayyip Erdogan llegó al poder con un partido nuevo en 2002, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, Adalet ve Kalkinma Partisi), tras un catastrófico terremoto en Izmit (1999) y en medio de una grave y crónica crisis económica. Como si de justicia poética se tratara, muchos preveían la caída del reis (jefe) ahora en las elecciones de 2023, tras el terremoto con epicentro en Gaziantep (con 50000 víctimas oficiales solo en Turquía) y una larga crisis económica que ha visto disminuir con fuerza el poder adquisitivo de los ciudadanos turcos. Sin embargo, el vuelco esperado no ha ocurrido. Los resultados en las elecciones presidenciales (el domingo 14 de mayo se celebraban a la vez elecciones presidenciales y legislativas) fueron los más ajustados desde 2002 pero es prácticamente imposible que el candidato de la oposición, Kemal Kiliçdaroglu (44,89% de los votos en primera vuelta), pueda derrotar al actual presidente Erdogan (49,50%) en la segunda vuelta que se celebra el 28 de mayo. La segunda vuelta dependerá del voto ultranacionalista, tras el 5,17% obtenido en primera ronda por el candidato presidencial Sinan Ogan, cuyos votos directamente engrosarán los votos de Erdogan, a quien incluso la abstención le bastaría para superar el 50%.

Desde Europa y España se observa con incredulidad esa resiliencia del presidente turco y su partido. Parece difícil de creer que un mismo partido pueda ganar consecutivamente todas las elecciones desde 2002 en un proceso transparente y democrático. Sin embargo, el problema no es el recuento de votos sino la fidelidad que un amplio sector de la población demuestra hacia su líder. Si bien podemos observar una gradual erosión en el partido, con divisiones internas y una pérdida de votos relativa a lo largo de los últimos años, el AKP siempre ha contado con una horquilla de votos que supera el 40% del total (a excepción de las primeras elecciones en las que participó en 2002). Ante esa estabilidad en términos de votos y con la polarización que lleva caracterizando a la sociedad turca desde las protestas de Gezi (2013), es muy difícil que cualquier cambio se produzca y, muchos menos, un cambio pacífico. El AKP no siempre ha aceptado los resultados electorales. En 2014 ya forzó la repetición de las elecciones generales, tras perder la mayoría absoluta, y en 2019 no aceptó los resultados en las municipales en Estambul, aunque tras no alcanzar la alcaldía ésta acabaría pasando a manos de la oposición. 

El sistema político turco actual complica mucho más la situación. En términos electorales, Turquía sigue siendo una democracia. Si atendemos a derechos políticos, a la cobertura de los medios sobre los distintos partidos políticos y al uso partidista de la administración por parte de las autoridades, la situación es radicalmente distinta. Además, el actual modelo presidencial potenció la formación de coaliciones preelectorales, condenando al ostracismo al prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP, Halklarin Demokratik Partisi), alejado de los dos grandes bloques. 

Sin embargo, encontramos en la naturaleza de esas dos grandes coaliciones que competían, la Alianza de la República (Cumhur Ittifaki, formada por el AKP, el ultranacionalista MHP y otros partidos menores) y la Alianza de la Nación (Millet Ittifaki, formada por el kemalista Partido Republicano del Pueblo, el CHP, el ultranacionalista Iyi Partisi, escisión del MHP en 2018, y otros partidos menores) la clave de los resultados del 14 de mayo. El hastío de la oposición propició el voto estratégico. Y ese voto estratégico se produjo entre ciudadanos kurdos (y también no kurdos) que votaron en el parlamento a la Alianza Trabajo y Libertad (Emek ve Özgürlük Ittifaki, plataforma de partidos que aglutina dentro el prokurdo HDP), pero acabaron dando su voto al candidato presidencial del CHP, Kemal Kilidaroglu, con el fin de echar del poder a Erdogan. La nueva plataforma prokurda, formada en parte como respuesta al hostigamiento frontal del gobierno hacia el anterior partido HDP, logró superar, como lleva haciendo desde 2014, la barrera electoral del 10% de votos, obteniendo representación parlamentaria. Sin embargo, no presentó candidato presidencial, apoyando implícitamente a Kiliçdaroglu. Así, la coalición del rival de Erdogan obtuvo el 35,04% de los votos en las legislativas pero su candidato alcanzó el 44,89% de los votos en las presidenciales.

Ese voto estratégico que permitió al candidato de la oposición acercarse a Erdogan como nunca nadie había hecho no se produjo entre los sectores conservadores. Y esa es realmente la clave de las elecciones del 14 de mayo en Turquía. El descontento por la situación económica o la mala gestión de estos años en prevención de daños por terremotos, más el catastrófico balance del reciente terremoto, no llevó a un traspase de votos de Erdogan a Kiliçdaroglu. El votante conservador (tanto en Turquía como en el extranjero) nunca ha votado al partido de la oposición de Kiliçdaroglu, el CHP. Muestra de ello son los resultados en las provincias más castigadas por el terremoto, como Kahramanmaras o Gaziantep, en las que el partido conservador de Erdogan volvió a ganar con gran diferencia. La única nota aquí la puso Sinan Ogan, procedente del ultranacionalista MHP, que se presentó a las elecciones de forma independiente con un partido nuevo, la Alianza Ancestral (Ata Ittifaki), y obtuvo el 5,2% de los votos. Ogan recogió el descontento entre los votantes del ultranacionalismo, cansados de una alianza con el AKP que ha debilitado su partido, y buscaba el cambio de gobierno atacándolo pero sin pretender democratizar la identidad turca hacia una concepción más inclusiva. Si bien el CHP, en su posición de víctima de las políticas de Erdogan, se ha acercado tímidamente a los grupos kurdos, el ultranacionalismo siempre se ha mostrado reacio a cualquier aceptación de esa diversidad existente pero siempre ignorada y menospreciada. 

En las elecciones del 14 de mayo otro factor entró también en juego: los refugiados sirios. Sin que se les haya concedido el estatus de refugiado (Turquía ratificó la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 excluyendo, sin embargo, a cualquier refugiado que le llegara por el este de sus fronteras), los ciudadanos sirios han obtenido permisos de residencia y trabajo, lo que ha ido generando un rechazo y una creciente xenofobia. Mientras el partido de Erdogan ha mantenido siempre esa postura y los ha defendido, una de las promesas electorales de la oposición eran las devoluciones masivas de sirios. El tercer candidato Ogan se oponía frontalmente a la presencia de refugiados, lo que generó un debate en los medios turcos sobre a quién apoyaría Ogan en la segunda vuelta. El posicionamiento de Ogan hacia los kurdos y los refugiados sirios chocaba, por separado, con los dos candidatos de la segunda vuelta. Finalmente, el apoyo de los votantes kurdos a Kiliçdaroglu acabó por decantar la balanza hacia Erdogan. Tras una reunión con el presidente, Ogan confirmó que apoyaría la candidatura del actual presidente, lo que hace imposible un vuelco en el poder. 

Así, el voto estratégico kurdo fue clave para entender lo ajustadas que fueron las elecciones del 14 de mayo, así como el rechazo a los kurdos de los sectores ultranacionalistas también será determinante en los resultados de la segunda vuelta del 28 de mayo, que permitirán a Erdogan obtener su enésima victoria. Pese al terremoto, las elecciones no se retrasaron. La campaña electoral estuvo más diluida que en anteriores comicios, pero sí hubo dos retóricas centrales: Kiliçdaroglu hablando de la voluntad de los turcos para echar a Erdogan del poder y Erdogan defendiendo la madurez democrática de la sociedad turca, capaz de discernir los engaños de la oposición de la realidad. Los mítines de Erdogan se volvieron más agresivos tras los resultados de la primera vuelta y ahora pide una mayoría aplastante para una victoria que, según él, tendría que haberse consumado ya en la primera vuelta. A esperas de los resultados finales de esta segunda vuelta, el presidente turco se encamina hacia su tercer mandato como presidente (previamente fue primer ministro durante tres mandatos) y la sociedad turca, aunque unida tras el terremoto, demuestra una vez más no estarlo en las urnas.

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