Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

1.181

violencia machista

32

La política se ha contaminado con el derecho

Giorgio Agamben

Haber vivido los infames años de plomo permite detectar la llegada del inevitable cansancio humano -podríamos llamarle habituación- ante las circunstancias de estrés permanente, de sufrimiento continuo. Esta característica de la especie que nos ha permitido sobrevivir adaptándonos a entornos de máxima violencia, de máximo riesgo o de máxima humillación -como los campos de concentración- tiende a desplegarse con todo fenómeno violento, más si es recreado con insistencia en los medios de masas. Lo quieran oír o no, hubo un momento en este país con tal reiteración de asesinatos, varios en una semana, un incesante goteo que convertía a los ministros del Interior y a los gobernadores civiles en servidores del Estado con rango de enterrador; en este país, decía, hasta se aprendió a convivir con esa sangría. Digamos que la sopa no se enfriaba ni se resbalaba de la cuchara cuando un nuevo crimen asomaba al telediario. Por eso se incrementó la crueldad y el volumen de los atentados, para volver a aterrorizar.

Un proceso similar de adaptación se puede detectar en el contexto general de la sociedad española respecto a los crímenes machistas. No los llamo ni los confundo con el terrorismo. No hace falta añadir la palabra terrorismo a todo para que se perciba como grave. Confundir la etiología de la violencia no nos acerca a su disminución. El efecto de la costumbre, de la adaptación, del seguir la vida, es la fuerza vital de cualquier especie: seguir adelante y sobrevivir. Sólo la concentración del dolor en un breve espacio, como ha sucedido estos días, vuelve a despertar la conciencia de algunos y puede convertirse en un instrumento arrojadizo político contra el que hay que estar prestos para reaccionar. No en vano Bolaño, el genial, resolvió utilizar la horrible y machacona reiteración continua, concentrada, relatada, página tras página en 2666, de la violencia contra las mujeres. Ese artefacto narrativo perfecto que consigue con total eficacia rebelar la humanidad del lector, revolverle las tripas y el alma, ante una realidad que, sin embargo, sigue existiendo, goteando sin cesar, en un México imposible para las mujeres.

Acabamos el año ante una exhibición de ingenuidad protagonizada por tres miembros del Gobierno, y un cargo anexo -curiosamente, todos ellos jueces en excedencia- respecto al drama actual de la violencia contra las mujeres. Una ingenuidad ampliamente compartida por esa sociedad. Los cuatro yerran en una verdad fundamental que su profesión de origen debería haberles grabado a fuego: las leyes y las penas apenas son una manifestación del castigo que racionaliza la venganza, no son soluciones. Escribir leyes no consigue cambiar la esencia humana o las patologías sociales; el derecho siempre va a remolque nunca resulta eficaz como preventivo. Ni los casos históricamente más bestiales de “reeducación” consiguieron alterar al ser humano. Culpar a jueces o policías, correr a proponer medidas que pueden chocar con principios fundamentales, apresurarse a criticar lo anterior, rectificar lo criticado no es sino una forma de intentar emular el hoyo de San Agustín.

“El ejercicio de la violencia incrementa la sensación de poder”, escribe Han en Topología de la Violencia y, sin haberlo leído, uno de los asesinos de mujeres de estos días gritaba cuando lo llevaban esposado: “yo sé dónde voy, pero ella ya no está”. Mas allá de toda la ayuda que pueda arbitrar el Estado, que es necesaria, pero que siempre será insuficiente, más allá de policías, jueces y leyes, más allá de criminólogos y expertos generistas, nos hacen falta más filósofos. Sólo cuando analicemos en profundidad el origen de ese ejercicio irremediable de poder y de dominación pondremos las bases de una sociedad mejor para las mujeres y para todos. Analizar no es decir desde un organismo público cosas como que la mayor convivencia o “la llegada del buen tiempo” propician los crímenes machistas ni, por supuesto, negar que exista tal impulso machista de dominación que acaba con el asesinato de las mujeres. No, no me refiero a eso, a rascar levemente la superficie.

Mirar más adentro, a las entrañas sociales, a las profundas corrientes que alimentan el plancton en el que los individuos nos criamos, crecemos y maduramos. La violencia es una constante en la historia humana y la primera ingenuidad es pensar que lograremos extinguirla. No entendemos siquiera la pulsión que la produce. Por eso es ingenuo execrar la modesta solución de alertar de que esas pulsiones existen, porque es enviar a potenciales víctimas a su cadalso con “las manos caídas y las rodillas paralizadas”. Te pueden matar, te pueden violar. El que parece amigo puede ser o trocarse en enemigo. Saberlo no afecta a tu libertad, si acaso la refuerza porque te permite detectar cuándo puede serte arrebatada.

“La sociedad del rendimiento, con su idea de libertad y desregularización, desarma los contundentes obstáculos y las prohibiciones que constituyen la sociedad disciplina” dice Han y creo que no yerra, porque desarmadas las contenciones de la religión, de la represión, de la dictadura, de la costumbre, del control social, no hemos sabido construir otras que no sean las que escribimos en el BOE. Como si sirvieran.

Hay que explorar el verdadero fondo aunque a muchos les desagrade. La sociedad narcisista, la del autoexplotado, la de la libertad del hacer lo que el ego exige, la de la pornografía que excluye la sexualidad con toda su carga de humanidad, la de la compra de placer como satisfacción debida, la que ha abandonado el amor como motor para trocarlo por el dinero, la que carece de más objetivo que las imágenes y los objetos, la que deshumaniza a los hombres y a las mujeres, la del hombre descolocado, la de la mujer confundida. La sociedad ingenua que piensa que sólo desde el poder de la política se controla y se rigen las relaciones de poder que establecemos entre nosotros permanentemente.

Por eso es tarea de todos y no porque lo diga Marlaska.

1.181.

Poner, a guisa de Bolaño, el relato de sus muertes, uno tras otro, en un texto de autoría común escrito por todos y para la inquietud de todos, para que ni la ingenuidad ni la adaptación nos adormezcan. 

Etiquetas
stats