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Este artículo dará 10.000 votos a ese partido que no sé si nombrar

Los dirigentes de Vox, con Santiago Abascal, aplauden al público en el mitin de Vistalegre.

Isaac Rosa

Pensaba escribir sobre cierto partido político, pero no tengo claro cómo hacerlo para no favorecer su crecimiento. Si los llamo “fascistas”, “franquistas” o “ultraderecha”, les estaré regalando 10.000 votos más por victimizarlos. Si en cambio los trato como a cualquier partido, se llevarán igualmente un bonus de 10.000, ahora por normalizarlos. Si ridiculizo sus propuestas demenciales, sus declaraciones necias o sus candidatos mamarrachos, les hincharé la urna con otras 10.000 papeletas. Pero si les discuto con argumentos y rebato sus mentiras, estaré aceptando su agenda y por tanto entregándoles en bandeja… ¡10.000 suculentos votos! Por no saber, no sé si nombrarlos: si lo hago, les daré publicidad gratis y eco en redes, 10.000 redondos. Si evito mencionarlos, peor: los enfatizo por omisión, y otros tantos votos. Quizás no debería escribir este artículo, pero ya imagino que el silencio es aún peor: un uno seguido de cuatro ceros.

No soy el único con miedo a pulsar el botón de 10.000 haga lo que haga. En la izquierda se discute si hablar de ellos o ignorarlos, si confrontarlos o pasar, si llamarlos fascistas o hacer chistes. El mismo dilema para las feministas (el 8M faltó instalar un contador electrónico que sumase de diez en diez miles), o los independentistas (un lazo amarillo, 10.000; un tuit de Rufián vale doble, 20.000). En la derecha, Casado y Rivera no saben si ignorarlos, a riesgo de que sus votantes huyan de 10.000 en 10.000; o comprarles el discurso y hacer que 10.000 por minuto prefieran el original a la copia. La misma duda tienen periodistas y politólogos, y cualquier vecino al salir de casa: todos resignados a alimentar la bolsa electoral de Vox (hala, lo dije).

Suena a coña, pero lo de “10.000 votos más para Vox” es una frase hecha que todos repetimos desde las andaluzas, yo el primero. Algunos la usan con humor, para burlarse de esa obsesión, pero muchos la repiten totalmente convencidos: empezando por sus propios votantes que leen la realidad en diezmiles; y siguiendo por muchos que en la izquierda tienen muy clara la receta para combatirlos, y reprochan lo que otros hacen o dicen, anotándoles cada incremento diezmilenario.

Soy todo dudas, no me hagan caso. Pero si de verdad Vox tiene el viento tan a favor como para que les beneficie una cosa y su contraria, igual deberíamos dejar de obsesionarnos por sus resultados electorales inmediatos. Si se llevan 10.000, como si se llevan 100.000 o más. Yo soy el primer asustado con que dos millones de votantes tomen esa papeleta en abril y mayo, pero tampoco nos volvamos locos: que en España haya un 10% o más de ultraderechistas no es tan sorprendente, está dentro de lo “normal”, homologable al resto de Europa, y es coherente con nuestro pasado reciente: qué podemos esperar siendo el único país europeo cuya democracia no se construyó sobre la derrota del totalitarismo. ¿No dijimos durante décadas que estaban dentro del PP? Pues ahora están fuera, a la luz, y eso no es del todo malo: los vemos, los reconocemos. Tendrán que llenar muchas listas electorales de aquí a mayo, y eso permitirá saber quiénes son hasta en el último pueblo.

A mí no me importan esos 10.000 votantes-unicornios que saltan a sus brazos con el solo aleteo de una mariposa antifascista. Abascal y sus tercios de Flandes no tendrán mucho recorrido, chocarán con su techo facha sin elevarlo mucho más allá del espectro habitual de la ultraderecha sociológica. El problema es más de fondo, Vox es solo la espuma de la marea negra que se nos vendrá encima si nos movemos echando cuentas electorales a corto plazo. Tapando agujeros en las urnas quizás descuidamos otros boquetes más grandes por los que el fascismo ya corre ligero en la sociedad, en otros partidos, en los medios, en la justicia, en la policía o por supuesto en nosotros mismos.

Hay que combatir el fascismo, con todas nuestras fuerzas, pero no solo para frenarlo en las próximas elecciones, sino para frenar su conquista (¿reconquista?) de espacios, discursos y cerebros. El mediocre Abascal no será nuestro Bolsonaro, pero acabaremos encontrando un Bolsonaro si medimos nuestra resistencia en el rédito electoral inmediato y nos andamos con melindres tácticos.

Hay que desenmascarar toda forma de fascismo, neofranquismo, racismo, machismo, homofobia, ultranacionalismo y regresión antidemocrática, las de Vox pero no solo las de Vox. Y si el precio a pagar por cada gesto, palabra o acción antifascista son esos 10.000 votos, digo como en el chiste: qué barato, póngame dos, que sean 20.000 más.

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