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La que se avecina

Antón Losada

Cuesta trabajo decidir qué resulta más irónico. Si oír a Monedero despreciar los minutos de televisión, luego de que solo sus problemas con la “bien pagada asesoría internacional” consiguieran apartarle de los platós; o escuchar a Pablo Iglesias repetir esa idea tan reaccionaria sobre la supuesta incompatibilidad entre la política y los intelectuales. Al parecer, la gente inteligente necesita volar porque vive en las nubes. Para gobernar la tierra ya se quedan los listos en el suelo.

Desde la dimisión de Monedero se suceden los análisis profundos y elaborados. España se ha llenado de golpe de miles de 'podemólogos'. Resulta sorprendente comprobar la cantidad de periodistas y analistas que han pasado de decir que no sabíamos nada sobre Podemos y todo era ambigüedad y espectáculo, a conocerlo absolutamente todo y dominar todas las claves. Los mismos que nos avisaban de que todo era populismo y tacticismo en Podemos, nos advierten ahora que la formación padece una profunda crisis ideológica fruto de la tensión entre moderados y radicales; sin que nos acaben de aclarar por qué unos y otros lo son si hasta hace nada todos eran populistas.

A la gente que anda en la política y los partidos nos gusta engrandecer nuestra vida diaria comparándola con grandes series y películas llenas de emoción, elaboradas intrigas, inteligentes estrategias y vibrantes batallas. Es mentira. La política y los partidos no se parecen en casi nada a Juego de tronos. No se ven travellings épicos, ni se pronuncian conmovedoras arengas, ni se libran heroicas batallas. La vida en los partidos, sus trifulcas, conspiraciones y follones, se parece bastante más a los líos de series como 'La que se avecina' o a los vídeos de peleas en accidentes de tráfico o bodas y demás celebraciones familiares. Las estrategias, contubernios y disputas resultan igual de imprevisibles, miserables, chapuceras, viscerales y pedestres.

Juan Carlos Monedero intentó aplicar la misma táctica que tu madre cuando viene a casa a pasar una temporada. Amenaza durante varios días con irse para que todo el mundo salga a decirle que se quede. Igual que tu madre, cuando comprueba que nadie lo hace, se enfada y se va dando un portazo. Luego, a la mañana siguiente se lo piensa mejor y llama para disculparse; a fin de cuentas es tu madre.

Monedero quiso medir públicamente sus fuerzas y descubrió que no tenía. Quienes le disputaban el control de la estrategia de la formación aprovecharon su error y la oportunidad. Fin de la cita. Pasa a diario. Quienes creen tener el control suelen ser los últimos en enterarse de que lo han perdido.

El problema de Podemos hoy no reside en quién controla la estrategia, sino en la propia estrategia. Su mayor acierto fue construir un relato alternativo para explicar la crisis que discrepaba con la verdad oficial que predica el pensamiento patrocinado, pero coincidía plenamente con la realidad que la mayoría ve a diario. Ahora se equivoca al renunciar a presentar un programa de salida alternativo, asumir que solo hay una manera de salir de la crisis y conformarse con introducir mejoras incrementales sobre el programa único dictado desde la 'economoral' dominante.

Podemos pierde fuerza porque no puedes tirarte meses hablando de subir los impuestos a los ricos sin proponer un sistema fiscal bien diseñado. O hablar continuamente de la importancia y el valor de los servicios públicos sin haber comprometido aún un programa para su expansión y universalización que merezca tal nombre. O predicar que el futuro es la educación sin explicar un plan concreto sobre cómo piensas mejorarla.

Acudieron a Vicenç Navarro y Juan Torres para darse un baño de socialdemocracia. Cuando les dijeron que no era suficiente, buscaron otra cosa y no volvieron a llamar. Cuando explotaron las cuentas de Monedero, no tuvieron el valor de salir a dar las explicaciones debidas y le rodearon con un estricto cordón sanitario. La estrategia es una cosa. El oportunismo, otra muy diferente que antes o después se paga.

Los cadáveres empiezan a acumularse en el armario. En algún momento del camino alguien en Podemos ha comenzado a tener claro que para ganar elecciones hay que decirle a la gente aquello que quiere escuchar y para llegar al poder hay que decirle al poder aquello que quiere oír.

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