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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Que caiga España...

Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Casado, durante un acto en el Congreso de los Diputados.

Esther Palomera

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Querían el luto. Y ahora que lo tienen, el contraste espanta. Banderas a media asta, crespones negros y solo un minuto de recogimiento. Lo de la reflexión en su caso no llega ni a los 60 segundos. Ni los muertos, ni los parados, ni los enfermos… Todo ya es exabrupto, trazo grueso, rabia, desestabilización y gatillo suelto.

No es nuevo. Cada vez que la derecha pierde el poder repite la estrategia de la crispación, dentro y fuera del Parlamento. El conflicto constante. En el Congreso y en la calle. Tocan a rebato a su electorado más ideologizado e instalan en las instituciones y fuera de ellas un clima tóxico e irrespirable que inunda la vida pública.

Las fórmulas de desgaste para la refriega son siempre las mismas, al margen de los charcos que pisen los Gobiernos o los errores que cometan. Se repiten desde hace décadas. Siempre la rabia y el odio, con la excusa de un patriotismo ramplón y un sentido patrimonialista del poder que creen que les pertenece por derecho o por linaje.

¿Recuerdan? “Había que terminar con Felipe González (...) Al subir el listón de la crítica se llegó al extremo y en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado. Esto es verdad. Tenía razón González cuando denunció el peligro pero era la única manera de sacarlo de ahí. La cultura de la crispación existió porque no había manera de vencer a González con otras armas. Ganó tres elecciones por mayoría absoluta y volvió a ganar la cuarta, cuando todo indicaba que iba a perder. Fue un ejercicio de acoso y derribo”. Fin de la cita.

El entrecomillado es de Luis María Anson. Fue una confesión a la revista Tiempo en febrero de 1998, dos años después de que el otrora presidente del Gobierno saliera de La Moncloa y el PP ganara por primera vez en democracia unas elecciones generales.

Desde entonces cada vez que la derecha ha ocupado los bancos de la oposición se repite la historia. Si Zapatero fue un “presidente por accidente” que ganó las elecciones por las consecuencias del atentado del 11M, Pedro Sánchez está a dos minutos de ser el autor intelectual de un virus que ha matado a casi 30.000 personas. Primero apuntaron sobre Fernando Simón, después contra Illa, ahora contra Marlaska y todo el rato contra Sánchez y contra Iglesias. El problema ya no es tanto el PSOE, sino su alianza con Unidas Podemos y ese maridaje que ha convertido al Gobierno en un émulo del populismo bolivariano bajo una “dictadura constitucional”.

No pararán porque los gobiernos son ilegítimos cada vez que no gobiernan ellos. Las formas son las de siempre. Lo que cambian son los canales de reproducción de sus consignas y su alcance porque con las redes sociales todo se multiplica, todo se propaga a la velocidad de la luz y todo se contamina.

El único método del principal partido de la oposición, que ahora compite en extravagancia, hiperventilación y radicalidad con la ultraderecha de Vox, consiste en desgastar al Gobierno de Sánchez no con argumentos, ni con control, ni con propuestas, sino con el conflicto permanente, la acritud en las formas y la distorsión de los hechos en torno a una crisis sanitaria de la que ya ni siquiera hablan.

Además de la utilización nauseabunda de la bandera y el dolor en beneficio propio, ahora aprovechan los charcos que pisa el Gobierno por torpeza, por arrogancia, por bisoñez o por desconocimiento de un virus sobrevenido para abrir una causa general contra los inquilinos de La Moncloa. Y todo les vale. Incluso arremeter, difamar o sentenciar contra padres, parejas, abuelos o hijos de cualquiera que tenga una mínima exposición pública.

El nivel de agresividad y los argumentarios redactados con las tripas en los cuarteles generales de las derechas no respeta los mínimos exigibles en democracia y, además, ha logrado empobrecer el debate político hasta reducirlo a un ejercicio permanente de “cuñadismo” y matonismo que se repite en el Congreso, en las mesas de debate, en los editoriales de algunos diarios y en las redes sociales.

Lo que de verdad importa no son los muertos, ni los profesionales sanitarios, ni el cierre de las empresas, ni los autónomos, ni que la UE por fin vaya a habilitar un fondo para la reconstrucción económica de 750.000 millones, ni la degradación institucional… Lo que les preocupa de verdad es que caiga España, y que caiga cuanto antes, que ya la levantarán ellos. Lo verbalizó Cristobal Montoro en la crisis del 2008 y ahora no lo han dicho, pero lo piensan y lo han susurrado en algunos despachos del poder económico y judicial. Una auténtica vergüenza democrática. Si Sánchez merece un castigo y la tarjeta roja de expulsión serán los ciudadanos quienes lo decidan en las urnas, pero no los empresarios, ni los jueces, ni los medios de comunicación, que están para la crítica legítima por supuesto, pero no para quitar o poner Gobiernos.

Y todo mientras asistimos ojipláticos a lo que llaman “comisión para la reconstrucción”, un marco de trabajo que en sus primeras sesiones se ha convertido ya en un espacio para la destrucción del contrario. Unos llaman “pirómanos comunistas” a otros y los otros acusan a los unos de querer dar un golpe de Estado. Lo de llamar 'terrorista' al padre de Pablo Iglesias, mal. Acusar a Espinosa de los Monteros de golpista en sede parlamentaria, igual de mal. Y lo de “cierre al salir”, una chulería impropia en un vicepresidente del Gobierno. Entre los “hunos y los hotros”, que diría Unamuno, la fatiga se hace insoportable.

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