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Como ellos

Cristina Fallarás

Todavía eres joven y guapa.

Me dice la política progresista. Todavía puedes encontrar un hombre que te solucione las cosas económicas. Día de la ¿qué?

Llegado un día, una edad, las madres empezaban a decirnos Tienes que ser independiente, eso es lo principal, estudiar tu carrera, llegar a ser, por ejemplo, arquitecto o notario, y no tener que depender jamás de tu marido, de ningún marido. Arquitecto o notario eran dos profesiones que entonces significaban la altura necesaria, señalaban el nivel a alcanzar. A veces también se decía, en casa, abogado del estado, registrador de la propiedad y cosas aún más oscuras, dando por hecho que una maestra o un título de enfermería podían darte cierta, poca, independencia económica, pero jamás elevarte hasta ese lugar que estabas llamada a alcanzar. El de ellos.

Por aquella misma época en la que las madres nos hablaban a las niñas de ingenierías industriales y la posibilidad de la astrofísica, una monja del Sagrado Corazón con pasado no recuerdo si africano o centroamericano intentaba mostrarnos la parte gráfica de la cópula –si hay cariño, debe llevar consigo la felicidad, debéis alcanzar la felicidad en el abrazo— a base de encajar el enchufe que agitaba en la mano derecha con el de la mano izquierda: Chas, ¿lo veis?, chas, así sucede el amor. Y volvía a introducir las clavijas aquella selvática madre.

Nos dimos cuenta en seguida que lo más prohibido de lo prohibidísimo era suspirar por amores domésticos, además de regalarle a tu madre por su cumpleaños o para Reyes un pequeño electrodoméstico, y a algunas se les notaba que de noche, a escondidas, fantaseaban con príncipes azules, y luego a veces suspiraban en clase. Un día una insensata dijo Yo quiero tener hijos, eso es lo que yo quiero de mayor. Creo recordar que ya jamás volvió a salir a la pizarra.

...

No recuerdo cuánto hace que la conozco, más de una década. En algún momento hemos trabajado juntas, pero nuestro cariño viene de otras forjas.

—Ay, Cris, no sé... —Sentadas en la zona peatonal trasera de la Universitat de Barcelona vemos cómo varias jóvenes tejen idioteces de colores a ganchillo—. O sí, sí sé. Me separo, Toni es adorable, le quiero mucho, etcétera, ya sabes, no es eso. No sé cómo decirlo, estamos en la ruina más cochambrosa, tía, tengo dos hijas, y Toni es artista y siempre será artista, ¿no? ¿Entiendes lo que quiero decir? —No niego, no afirmo, ni siquiera bebo el té que se está quedando frío—. Aún tengo tiempo de encontrar otro hombre, ¿sabes?, tengo la sensación de que luego ya será tarde, me haré vieja, yo sola no puedo con las crías y la casa. Me entiendes, ¿no? Todavía estoy a tiempo...

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Luego llegaba el momento de la verdad, del qué quieres ser, y a esas alturas a ninguna nos cabía duda: queríamos ser ellos. O sea, ser como ellos, hacer lo que ellos hacían., tener lo que ellos tenían, ganar lo que ellos ganaban, aspirar a lo que ellos aspiraban, desear sus deseos. Y eso significaba, de paso, que éramos mejores y notablemente superiores, porque ellos sencillamente hacían lo que siempre habían hecho, mira tú qué fácil, y en cambio nosotras... ¿Nosotras, qué?

En fin, que había al final del camino dos cosas principales, una más principal que la otra, según carácter. La cosa principal número uno era conseguir unos estudios y un puesto de trabajo que, por lo general, sobre todo en la generación de nuestras madres, no estaba destinado a mujeres. La otra cosa principal número uno consistía en conseguir un tipo de vida sexual y afectiva que por lo general no tenía por qué apetecerte demasiado. Ni la una ni la otra, y a poder ser, la sexual ya sin compartirla con las esforzadas progenitoras.

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La mujer, diputada, dicen que progresista, me mira con gravedad en la terraza de los estudios de radio. Tenemos diez minutos de descanso después de hablar de paro, pobreza, desahucios, desánimo. Lo mío, o sea.

—Ay, Cristina, pero tú eres todavía joven...

No puedo mirarla porque estoy tratando de encenderme un cigarro contra la tormenta. Tampoco respondo. Trato de que no se me escape el cigarrillo, ni el mechero, de que no se me escape la mano.

—Tú aún eres joven y aún eres bastante guapa... —la pequeña pausa que deposita aquí podría ser culpable, pero trata de ser cómplice—, aún podrías encontrar un hombre, ya sabes, un hombre con dinero, que te solucione todo este desastre, un hombre mayor que te solucione las cosas económicas.

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