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El dedo y la pandemia

UCI de Guadalajara durante la pandemia de coronavirus.

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Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo, reza el proverbio oriental. Cambien “sabio” por “epidemiólogo” y “necio” por “cuñado” y ahí tienen la descripción perfecta de la realidad española desde que comenzó esta pandemia. Llevamos tanto tiempo enredándonos con el dedo, que se nos había olvidado que lo importante es la pandemia. La cruda realidad de las cifras fuera de control se ha llevado por delante las ridículas y enclenques barreras de contención levantadas por los genios del márquetin y la comunicación política. Parecería que esta realidad de contagios disparados, número de reproducción acelerado y UCI ocupadas no nos dejase más remedio que mirar a la pandemia, pero no subestimen nuestra capacidad para distraernos con el dedo.

Todo nos vale para no afrontar la realidad. Si además es un tema que no requiere más conocimiento o preparación que tener boca para hablar, mejor. En plena pandemia ya nos liamos con el 8M y el feminismo, a los cuales dedicamos más tiempo, estudios y atención que a las razones que han convertido la pandemia en una verdadera catástrofe en nuestras residencias para mayores.

En la desescalada, toda la fuerza y toda la concentración se nos fueron en aquella ridícula pasarela de presidentes y gobiernos peleando por pavonearse al frente de “salimos más fuertes” y llorando amargamente porque otras vedettes y estrellas salían antes a desfilar.

Durante el verano todo el esfuerzo y la preocupación se nos fue en debatir sobre el color de la alfombra y las dimensiones del bufet libre para que los turistas no se fueran a otras costas. Apenas tuvimos tiempo para ocuparnos de una vuelta al colegio, al instituto o a la universidad que nos cogió con los deberes sin hacer; ni en septiembre, ni en octubre.

Además de constatar la evidencia de que el periodismo español necesita con urgencia clases intensivas de estadística, la sensación de falsa seguridad generada por propaganda bélica sobre el mensaje de haber derrotado al virus, la llegada del otoño y de la gripe como si fuera la primera vez que nos pasaba y la segunda ola han desatado una verdadera exuberancia irracional de dedos donde mirar y perder un tiempo, unos recursos y unas energías que no tenemos.

Primero que si la mascarilla obligatoria era el primer paso hacia el chavismo. Después que si fumar constituía o no un derecho fundamental. Luego Madrid y la cumbre de las 24 banderas. Luego esta pasarela inversa de presidentes y gobiernos peleándose por ser el último en salir a desfilar anunciando más restricciones; hasta llegar al absurdo médico de aceptar el tratamiento únicamente si se lo ponen igual al paciente de la cama de al lado. Ahora Isabel Díaz Ayuso y su cura del virus a base de libertad y ampliar el horario de los bares o la patochada de Vox… la lista se vuelve interminable. Los españoles no se cansan de encontrar temas para perder el tiempo mientras el mapa de la península pasa de rojo a rojo intenso y finalmente a rojo fuego.

Esperemos que la declaración del tercer estado de alarma sirva al menos para que volvamos a centrar nuestras miradas en el coronavirus y dejemos de mirar obsesivamente al dedo. Personalmente, me conformaría con que acabase este deprimente y estéril espectáculo de presidentes diciéndoles a otros presidentes lo que tienen que hacer, gobiernos lamentándose por todo lo que no hace la oposición o jueces diciéndole al legislativo y a los gobiernos lo que tienen que legislar, como si el virus se contuviera a base de dar tu opinión y gobernar fuera una tertulia o un dúplex en televisión. Significaría un pequeño paso para nuestra política, pero un gran salto para la gestión de la crisis.

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